La
Jornada Semanal,
31 de marzo del 2002
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La poética de la pintura José Luis Cuevas
Me pidió una viñeta para la portada y ahí, en su presencia, se la hice; antes de mí la había ilustrado el pintor Mario Orozco Rivera. Poco después volvió a mi casa trayendo el segundo número de la publicación, que era extremadamente modesta, tanto que mi dibujo se reprodujo muy mal. La revista reunía poemas de Miguel Ángel y de unos cuantos amigos que compartían el gusto de ver sus primeros trabajos impresos, pues todos ellos eran aún muy jóvenes. Desde mis comienzos en las artes plásticas he visto nacer y morir una gran cantidad de revistas literarias; pensé incluso que con Tinta seca pasaría lo mismo: máximo dos ejemplares más, y una muerte segura. Pero no fue así, para fortuna de Miguel Ángel y orgullo mío de haber apadrinado el proyecto, que ya va en el número 53 que ahora ilustra el pintor irlandés Sean Scully, uno de los pilares europeos de la pintura abstracta. Así como su revista, Muñoz también ha crecido. Es ahora muy conocido en la redacción de los principales suplementos culturales, donde publica sus entrevistas, ensayos de arte y algunos poemas. Viaja por todo el mundo y posee el don de establecer relaciones importantes. No por mera casualidad, como dice el poeta español José Hierro Premio Cervantes de Literatura y Premio Príncipe de Asturias, Miguel Ángel mantiene un asombroso y delirante diálogo creativo, que va de la pintura a la poesía. Miguel Ángel Muñoz está poseído por "la pasión por la pintura". Tiene varios libros publicados sobre el tema: Yunque de sueños. Doce artistas contemporáneos (Editorial Praxis, 1999), se ha convertido en una referencia importante para entender la obra de artistas como Eduardo Chillida, Antoni Tàpies, Antonio Saura, Ignacio Iturria, Francesco Clemente, Esteban Vicente, Anselm Kiefer. La lista es deslumbrante por lo que representan estos nombres dentro de las tendencias del arte de la segunda mitad del siglo xx. Todos ellos integran la galería personal de Muñoz, en la que según él mismo faltan otros doce, los cuales aparecerán en otro libro que tiene en proceso. A comienzos de este año han aparecido dos nuevos libros. Ricardo Martínez: una poética de la figura (Conaculta, 2001) y Materia y pintura: aproximaciones a la obra de Albert Ràfols-Casamada (Editorial Praxis, 2002). Este último con un excelente prólogo de José Hierro, donde el poeta español dice: "Poesía y prosa ensayística se unen en este volumen para descubrir que la voz del poeta es siempre una voz que viene de fuera, de los bordes mismos del lenguaje. Mientras el poeta existe, esa cifra mágica capaz de eternizar el instante no es del todo posible: su presencia la impide, su memoria personal o histórica la obstaculiza." No hay que olvidar que Ràfols-Casamada es uno de los artistas más importantes de Europa, y con él Muñoz ha logrado un diálogo sorprendente. El libro recoge un extenso ensayo de Muñoz sobre la trayectoria estética de Casamada, una larga entrevista, diez poemas y tres extraordinarios ensayos de Casamada sobre la pintura. Un libro que enriquece y da otro enfoque a nuestra devaluada crítica de arte. Con Ricardo Martínez de quien soy amigo desde hace muchos años, y a quien considero una de las personalidades más lúcidas de la pintura mexicana Muñoz ha logrado hacer múltiples trabajos. Y ahora recoge toda esa experiencia ganada en un ensayo sobre la trayectoria pictórica de Martínez. Ricardo es un artista solitario, es un pintor de tiempo completo que rechaza todo aquello que puede distraerle; ni siquiera acepta entrevistas de prensa, pese a ser un espléndido conversador y uno de los pintores más cultos y mejor informados de México. Ojalá saliera algún día de su aislamiento y se decidiera a hablar en público; las nuevas generaciones podrían aprender mucho de él. Para mí, su obra tiene además una gran importancia personal. Tengo todavía ante los ojos aquellas figuras monumentales de profunda mexicanidad, y que Muñoz analiza y descubre para sus lectores muchas de las claves plásticas y poéticas de la obra de Martínez. Ricardo pertenece a una tradición a la que, en sus mejores momentos, también perteneció Tamayo. Su obra es conmovedora y misteriosa. Vista a la distancia, resulta abstracta; pero al acercarnos a esas grandes formas pétreas, descubrimos su humanidad. Bien apunta Muñoz en su libro: "La experiencia de Martínez es la aventura de romper los límites y en cierta manera un intento de interrelación o de transgresión de los mismos, como lo es la experiencia de los poetas en el terreno del lenguaje." En fin, un libro que nos descubre a uno de los personajes más significativas del arte moderno de América Latina. Se ha dicho en muchos momentos que los mejores ensayos sobre la pintura los han escrito los poetas. El mejor ejemplo sería Baudelaire, que fue el más lúcido crítico de la pintura de su tiempo. Basta recordar sus ensayos sobre Delacroix. En el siglo XX Apollinaire fue el teórico del cubismo y André Breton explico con palabras lo que los pintores surrealistas expresaban en sus pinturas. En nuestro país, poetas como Octavio Paz y Luis Cardoza y Aragón superaron con sus escritos lo dicho por los "críticos especialistas". En España, recuerdo con admiración y afecto a José Ángel Valente, Julián Ríos y a José Hierro. Por cierto, los tres han escrito textos muy elogiosos sobre la poesía y prosa de Miguel Ángel. En los últimos años han surgido en México grandes poetas, pero no han establecido un diálogo directo con la pintura. Muñoz es una excepción. Desde muy joven buscó la amistad de los pintores y él ha influido en ellos y ellos en él. Es un privilegio del que pocos pueden hablar. Ha trabajado con otros nombres claves del arte moderno: Josep Guinovart, Joan Hernández Pijuan, Rafael Conogar, Richard Serra, Francesc Torres, Robert Rauschenberg, Jordi Teixidor, Bruno Widmann, entre otros muchos. De todos ha escrito y tiene varios libritos de poesía dedicados a su obra y, desde luego, ilustrados por cada uno de los pintores. Creo como dice Hierro que estamos ante una propuesta digna de destacar, ante un poeta que ha aprendido a mirar y descubrir los secretos mágicos de la pintura
N O V E L A La insoberana voluntad Leo Mendoza
En el "Tema del traidor y del héroe", Jorge Luis Borges cuenta la historia de un asesinato puesto en escena, como si de una obra de Shakespeare se tratara. Paradójicamente, el muerto que es el traidor, termina sus días como patriota. Estas extrañas vueltas de la historia y de la vida misma fascinaron al escritor argentino tanto o más que a su admirado Chesterton, quien en "Las paradojas de Mr. Pond" nos enseñó que una misión puede fracasar si se pone demasiado celo al cumplirla. La historia que Héctor Manjarrez cuenta en Rainey, el asesino no es menos paradójica que las del mismo escritor inglés y su discípulo, pero en este caso el autor ha agregado un elemento más: la decisión moral del protagonista. Por un momento, la historia podría ilustrar uno de los muchos ejemplos que posee la casuística y sobre los que los teólogos son muy dados a discutir. Dos Rainey son los protagonistas de esta historia: uno argentino, descendiente de ingleses; otro noble británico que en su día asesinó, tras provocarlo, a uno de aquellos desventurados reclutas a los que la dictadura convirtió en carne de cañón durante el terrible y vergonzoso drama de Las Malvinas. Este último, aun cuando aparece brevemente en el texto o más bien desaparece, no es menos importante que el primero, el vengador. El médico, llevado por un deseo de justicia que jamás había sentido, decide cobrar venganza de esta muerte aun cuando su sobrino perteneció a una rama alejada y más bien pobre de la familia. La época en que ocurren los hechos es posterior a los años de la guerra sucia y su acto, el mismo hecho de reflexionar sobre éste, despierta los fantasmas del pasado en la única mujer a quien en su día amó apasionadamente. Sin saberlo, el Rainey argentino comienza a desatar tempestades a su paso, tan sólo con sembrar vientos. No sabe que una terrible e irónica vuelta de tuerca lo llevara a una crisis final: la inacción, dice Borges en su poema "El Golem", es la cordura y el médico argentino aprenderá esa amarga lección al llevar adelante su plan. Narrada con gran sabiduría, la breve novela de Manjarrez nouvelle, a decir de los franceses nos permite ahondar en el singular proceso del alma de quien se siente juez y verdugo para después abominar de esos cargos. Más que el hecho mismo de la venganza, lo que cuenta para el narrador son los procesos internos, esas partes oscuras del alma que difícilmente entendemos pero que nos llevan a cometer actos que se encuentran incluso más allá de nuestras propias fuerzas. Juguetes de un destino harto más casual que cruel, los personajes de Manjarrez como lo prefiguran muchos de sus cuentos se encuentran atrapados por algo que está por encima de ellos, que los somete y que incluso los lleva a cumplir cabalmente con la fatalidad. Nuestra voluntad nos es tan soberana como aparenta. Cada uno de nuestros actos como el efecto mariposa afecta a los demás, los toca. Y a veces, sin quererlo, los hiere. A todo esto hay que agregar que el texto está contado con impecable exactitud. La historia fluye y se apodera del lector para compartir en ocasiones no tanto las opiniones del doctor como las del propio narrador que acompañan el accionar de los personajes. El hecho de que la historia transcurra en Argentina, de que los protagonistas no tengan nada que ver con México sólo la lengua, que, como diría alguien, también nos desune es un indicador muy certero de la independencia que la narrativa mexicana actual ha alcanzado. Algo sin duda digno de mencionarse y celebrarse
Mala vida: Mester de Junglaría Guillermo Samperio En una ocasión, un señor robusto se acercó a preguntarme si conocía la mala vida. Le respondí que en alguna ocasión llevé una, pero que una mañana había decidido abandonarla. El hombre agachó la cabeza y dijo: "Es una lástima, es tan buena, yo me refugio en ella con frecuencia." Me dio una palmadita en la espalda y continuó su camino por el camellón oscuro. Había algo extraño en su forma de caminar, parecía un improvisado. Quizá era un hombre anacrónico como Roberto Arlt o como el conde Bruno del Breñal. Esto, por supuesto, es una metáfora de la fuga. La Mala Vida siempre es una posibilidad de fuga: el escape que se ofrece de manera simple y sin distinciones. El escape de un callejón al sin límite de la jungla. Mala Vida es el cantar épico de un juglar desde su liana de obsesiones. Una gesta que alberga posibilidades de conquista o naufragio y que durante seis años ha construido un testimonio de pluralidad incluyente. Un vehículo de convivencia con otros estados de la República para apreciar un horizonte literario más amplio. Los organizadores y editores de Mala Vida Mester de Junglaría (Ricardo Venegas y Armando Alonso) han tenido un gran acierto al abrir los caminos de la narrativa contemporánea. Es evidente, por la historia cuneiforme de la revista, que no les ha resultado fácil forjarla; a pesar de los problemas económicos y las dificultades de tiempo de sus miembros, se han lanzado a la gesta por la procuración de bienes y también por una crítica; por ello, buscan un concilio de espadas para las próximas batallas editoriales. Así, me resulta saludable esta búsqueda de un aliento más largo en el que, más que polémica y crítica, hay un trabajo de calidad propositivo sin fecha de caducidad. No dudo de que esta reunión de goliardos logrará la permanencia de la revista, para que siga siendo esa red generosa que atrapa y deja partir a sus habitantes, esta jungla que se ofrece a quienes desean amar el pensamiento, la reflexión, lo sensible, la creatividad y la fuerza de la imaginación. El mar y la pampa se nos muestran en los diversos confines, en el de cada quien, y hacia allá es preciso seguir los caminos, llevando cada uno su Ciudad de la Eterna Primavera allí donde se encuentre, distante o próximo a una mala vida. Mester de Junglaría es una taberna poética donde un grupo de bardos se reúnen para defender los territorios de la escritura. ¡Salud!
FICHERO LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION Volcanes construidos, Vicente Rojo, Serie Escenarios, Galería López Quiroga, México, 2002, 39 pp. ENSAYO
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