Eduardo Galeano
La tinta
Los cronistas de los tiempos de la conquista de América
se deshicieron en elogios prodigados a esa fruta rara, jamás vista
ni saboreada, que los indios mexicanos llamaban ahuacatl y los peruanos
palta.
Escribieron los cronistas que su forma semejaba a las
peras, pero más se parecía a los pechos de moza doncella.
Que crecía en los montes sin trabajo alguno, con Dios por hortelano.
Que su delicada manteca, ni dulce ni amarga, regalaba suavidad a la boca,
salud a los enfermos y fuerza a los flojos. Y que no había nada
mejor para dar ardor al amor.
Ella, la fruta, opinó que muy merecidos eran esos
homenajes, y para que el tiempo no los borrara ofreció a los cronistas
la tinta indeleble de sus semillas. Con tinta de aguacate, con tinta de
palta, fueron escritas las alabanzas.