Philippe Faure*
Elecciones en Francia
El 21 de abril y el 5 de mayo próximos, los franceses elegirán a su presidente, y posteriormente, el 9 y 16 de junio, a sus diputados en la Asamblea Nacional. Dos momentos culminantes de la vida política francesa se llevarán a cabo sólo separados por un corto intervalo. Para comprender mejor la importancia de estos comicios conviene recordar las características políticas y electorales del sistema francés.
Adoptada por iniciativa del general Charles de Gaulle, en 1962, la elección del presidente de la República Francesa por sufragio universal da a la quinta República un carácter muy fuertemente presidencial, con excepción de los periodos durante los cuales el primer ministro es de tendencia política opuesta, como es el caso actual (periodo conocido bajo el nombre de cohabitación). La elección presidencial es entonces un momento clave de la vida política de este país, y bajo este título está estrictamente reglamentada. En términos legales, para proponerse como candidato es preciso tener más de 23 años, gozar de todos los derechos civiles y reunir 500 firmas de representantes electos nacionales o locales de por lo menos 30 diferentes departamentos (es decir, casi la tercera parte del territorio francés). El escrutinio se desarrolla en dos vueltas, y los dos candidatos mejor colocados al término de la primera se enfrentan en la segunda.
Este modo de escrutinio permite que el Ejecutivo sea electo con una mayoría absoluta de los sufragios manifestados, lo cual le da legitimidad incontestable. La duración del mandato, originalmente de siete años, fue reducida a cinco en 2001, al término de una reforma constitucional adoptada por el pueblo francés mediante referéndum. Este mandato sigue siendo, sin embargo, renovable sin límite de tiempo. De cualquier forma, en la práctica, desde 1958 solamente el presidente Mitterrand ha podido ejercer dos mandatos completos.
Durante la campaña electoral, el financiamiento y el acceso a los medios son objeto de atención particular, cuyo objetivo consiste en garantizar la igualdad entre los candidatos, evitar gastos desmesurados y asegurar la licitud de los fondos utilizados. El límite ha sido establecido en 13.7 millones de euros para los candidatos presentes en la primera vuelta, y en 18.3 millones para aquellos que lleguen a la segunda vuelta (es decir, respectivamente, 104 millones y 144 millones de pesos aproximadamente). Se presentan declaraciones de patrimonio susceptibles de darse a conocer públicamente en caso de elección, y una misma declaración, al final del mandato, garantiza que no haya habido enriquecimiento personal del presidente. La Comisión Nacional de Control garantiza que todos los aspirantes tengan las mismas ventajas. Finalmente, el Consejo Constitucional se encarga de proclamar los resultados, velando por que se respeten las reglas relativas, en especial, respecto al financiamiento de las campañas electorales y estatuyendo sobre las posibles impugnaciones. Se rembolsa a todos los candidatos los gastos de su campaña oficial.
Por lo que se refiere a los medios, el Consejo Superior del Audiovisual, institución independiente, se encarga de garantizar la igualdad de tratamiento entre los abanderados. Los tiempos de palabra son cronometrados, en particular el debate entre las dos vueltas es objeto de un minucioso control.
Pero las próximas elecciones presidenciales presentan además la particularidad de que coinciden con las de la Asamblea Nacional, las cuales revisten igualmente importancia crucial. En efecto, la mayoría parlamentaria que saldrá de estos comicios podrá imponer un gobierno conforme a sus orientaciones políticas, ya que en Francia ésta tiene la posibilidad de cambiar un gobierno que no le agrade. Fue así como en 1997 el presidente Jacques Chirac, luego del fracaso de los partidos que lo apoyaban en las elecciones legislativas, debió nombrar un primer ministro de la nueva mayoría, Lionel Jospin. Incluso si sigue siendo jefe de los ejércitos y si es cosignatario de los decretos presentados en el Consejo de Ministros (en especial aquellos en los cuales se nombra a ministros y principales funcionarios de la administración pública), el presidente pierde la parte esencial del Poder Ejecutivo en favor del primer ministro, quien es el jefe de Gobierno. Es este último quien determina y dirige realmente la política de la nación. En efecto, firma los decretos, presenta las iniciativas de leyes al Parlamento y dispone de la administración. Así, cuando la mayoría parlamentaria coincide con las orientaciones políticas del presidente, éste gobierna apoyándose en su primer ministro; cuando la mayoría parlamentaria ya no lo apoya, tal como ha sucedido durante tres ocasiones desde 1986, el jefe de Estado sólo conserva sus prerrogativas constitucionales y, por tradición, un papel importante en materia de defensa y de política extranjera. La cohabitación entre un presidente y un primer ministro de orientación política opuesta es criticada por numerosos especialistas como un freno a la acción del Estado. No obstante, es apreciada por muchos franceses que ven en ella un factor de equilibrio político.
Ahora que el periodo del mandato presidencial ha sido calcado del de los diputados, las dos elecciones van a coincidir, hasta que un suceso extraordinario (renuncia del presidente, por ejemplo, o disolución de la Asamblea Nacional) llegue a cambiar drásticamente este calendario. Queda por ver si esta coincidencia permitirá limitar los casos de "cohabitación": los franceses, solos, lo decidirán en secreto al momento de votar en las urnas.
Por el momento los señores Chirac y Jospin aparecen, de acuerdo con las encuestas, como los favoritos de esta elección presidencial que se anuncia muy competida. Sin embargo, 14 candidatos que representan a los diferentes partidos políticos franceses pueden sorprender y ser un factor importante en las orientaciones políticas de los dos principales abanderados.
Las elecciones legislativas se anuncian igualmente muy disputadas. En una palabra, Francia va a vivir durante los próximos meses un periodo que se anuncia apasionado e impredecible en el ámbito político.
* El autor es embajador de Francia en México