José Cueli
Violencia engendra violencia
La guerra entre israelíes y palestinos, recrudecida en las últimas semanas, parece no tener fin. Violencia engendra violencia. El odio, la venganza y la muerte es lo único que circula sin veto cuando empieza el toque de queda en las asediadas ciudades palestinas. Las imágenes de Jenin y Nablus son desoladoras. Entre escombros, tanques y muertos las urbes y los seres humanos pierden nombre y rostro. Parece entonces una ficción, una grotesca pesadilla que por momentos se torna irreal, inasible, en un intento por negar que la muerte del ''otro" me atañe, que la muerte de ''ese otro" es también mi propia muerte, que la pulsión de muerte nos habita a todos.
Todavía no terminamos de digerir la guerra en Afganistán, cuando se nos aparece, de manera descarnada, la tragedia del pueblo palestino. Entre tanto Estados Unidos aconseja a Israel el retiro de sus tropas, la Comunidad Europea se irrita y algunos destacados intelectuales indignados alzan sus voces frente la matanza, los pueblos árabes se mantienen al margen mientras el número de muertos asciende de forma alarmante a pesar de las cifras maquilladas de los israelíes.
El veneno del odio ha sido inoculado de manera letal en la sangre de las generaciones venideras. Resulta escalofriante ver por televisión las entrevistas realizadas a muchachos y muchachas palestinos e israelíes en las que sólo se habla de guerra, muerte y deseos de venganza.
Compulsión a la repetición, destrucción que no cesa y que patentiza que no se han podido sanar antiguas heridas. Todo esto fue enunciado con claridad por Sigmund Freud al elaborar su tesis de la pulsión de muerte. Nos alertó sobre el hecho de que los seres humanos vivimos condenados a repetir el trauma si no recordamos. Recordar para no repetir y poder procesar los efectos del trauma. Pero recordar no es tan sólo un simple acto de evocación del recuerdo, implica también deshacer identificaciones con el agresor para no pasar de víctima a victimario; conlleva asimismo el despliegue de la posibilidad de las capacidades reparatorias (en el sentido sicoanalítico del término). No siendo así, lo que vemos es una seudorreparación tras la que aparecen el odio y el rencor acumulados, los deseos de retaliación y como resultante la violencia y la crueldad llevadas al extremo. Es decir, la pulsión de muerte como energía desligada y desligadora de la vida.
El pueblo israelíe fue víctima del nazismo, barbarie que se encargan de recordarnos con monumentos, conmemoraciones y museos. Sin embargo, Ƒdónde está la reparación y la desidentificación con el agresor?
Violencia engendra violencia. Azuzar el odio entre las nuevas generaciones no conducirá más que a una guerra interminable. Convendría entonces recordar la historia y acudir a un texto (Moisés y la religión monoteísta, 1939), justamente de Freud, sobre un hombre de raza judía que pudo asomarse a su propia historia y a la de su pueblo sin hacer concesiones, con rigurosidad científica y con el valor de admitir y demostrarnos qué fuerzas destructivas ocultas habitan en las profundidades de la sique humana y que, por tanto, más vale aprender a domeñarlas.
Aniquilar al ''otro" implica eliminar algo en nosotros mismos. Por ello se intenta ''matar" en el otro lo que de mi no tolero y, por tanto, se proyecta en él lo que conduce, inevitablemente, a cavar la propia tumba.