Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 20 de abril de 2002
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Cultura

Espacio de exploración sonora cobijado por el Festival del Centro Histórico

Radar, apuesta por la autonomía y el enfoque múltiple del fenómeno de la música

Ofreció un amplio programa de conciertos, seminarios, talleres y conferencias

La sesión con el pianista francés Pierre-Laurent Aimard, entre lo más relevante

JUAN ARTURO BRENNAN

Entre las cosas más interesantes que suceden en el ámbito sonoro de la ciudad de México, en las semanas recientes, destaca de manera especial la celebración de Radar. De entrada, debido a sus características particulares, se hace difícil definirlo como foro, evento, festival, ciclo, serie, etcétera. Por eso lo más adecuado es definirlo aquí como se define a sí mismo: espacio de exploración sonora. Entre el 7 y el 14 de abril, Radar ofreció un programa apretado (agotador) que incluyó conciertos, presentaciones, seminarios, talleres, conferencias y otras actividades conexas, teniendo como sede principal el Antiguo Colegio de San Ildefonso.

Compromiso con la modernidad

Desde el punto de vista institucional, Radar ha sido cobijado por el Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, manteniendo sin embargo un alto nivel de autonomía en lo que se refiere a su propuesta, su programación y su difusión. Bajo la organización y dirección de José Wolffer, Radar apuesta en este primer momento de su existencia por un enfoque múltiple del fenómeno sonoro, en el que destaca sin embargo un compromiso claro con la modernidad y lo contemporáneo. Algunas cosas interesantes vistas y oídas en la pantalla de este Radar son:

1. Un intenso y provechoso taller de trompeta contemporánea a cargo de Jon Nelson, intérprete de primera, asociado con grupos como Meridian Arts Ensemble y la Genkin Philharmonic. En la primera sesión del taller, rigurosos análisis de la Sequenza X para trompeta sola y resonancia de piano de Luciano Berio (obra que Nelson ejecutó espléndidamente hace unos años en México) y de Khal Perr para metales y percusiones de Iannis Xenakis, con toda clase de observaciones conceptuales, formales, técnicas y expresivas.

En el segundo día, audición y revisión de obras de Stephen Barber, Morton Feldman y Gustavo Matamoros, complementadas con una inesperada y muy interesante improvisación colectiva de los asistentes al taller: siete trompetas reaccionando a las propuestas del material electroacústico pregrabado de la obra Re-Jon, de Matamoros. En esta sesión, y en la última del taller, Jon Nelson escuchó las piezas preparadas por los alumnos y les aplicó el tratamiento de una masterclass, con mucho conocimiento de causa y, sobre todo, mucho colmillo de intérprete experimentado. Ejemplos: su uso de analogías con la comida y los idiomas de cada cultura para aproximarse a una posible definición del estilo musical, o la referencia a la pincelada tradicional en el impresionismo pictórico para explicar el tipo de sonido que requiere una obra para trompeta de Eugène Bozza.

Para el tercer día, estudio y práctica de una serie de ejercicios diseñados por el propio Nelson a partir de los muy famosos métodos didácticos de Caruso y Stamp. Fue interesante observar que los asistentes al taller eran básicamente jóvenes trompetistas de banda que, lógicamente, no prepararon repertorio contemporáneo, sino que se presentaron con piezas de Haydn, Hummel, Arutyunian, etcétera. Me quedó la duda: Ƒdónde andaban los trompetistas de orquestas y grupos de cámara?

2. Una asombrosa sesión musical en la que el pianista francés Pierre-Laurent Aimard interpretó los tres libros de preludios de György Ligeti. Conocimiento total de las partituras, feroz concentración en las complejas texturas polirrítmicas del compositor húngaro, una variedad amplísima de ataques, registros y niveles expresivos, gran atención al desarrollo formal de cada estudio, así como a la forma general de cada libro, fueron las cualidades demostradas por Aimard en una de las sesiones más exitosas de Radar.

3. Un recital del Cuarteto Arditti en la Sala Nezahualcóyotl, en el que brilló con intensidad el estreno del cuarteto de cuerdas de Hebert Vázquez, quien una vez más demostró que las complejas ramificaciones de su pensamiento teórico sustentan una música sólida, lógica, de gran imaginación sonora y moderna expresividad. Muy satisfactoria también la versión del Cuarteto Arditti a los Reflejos de la noche, de Mario Lavista, caracterizada sobre todo por la homogeneidad invariable en el continuo acústico creado a base de armónicos. Predeciblemente, el cuarteto inglés hizo una versión profunda y de asombrosa coherencia a la pieza Ishini' ioni, de Julio Estrada, obra de enorme complejidad en la que el tratamiento de cada parámetro sonoro y expresivo es tan sutil y diferenciado que requiere de una escritura especial y de una lectura multidimensional por parte de los intérpretes.

Vasos comunicantes con Ligeti y Kurtág

4. Otro recital del Cuarteto Arditti, esta vez en el Palacio de Bellas Artes, con una magnífica oferta de cuartetos de Ligeti y György Kurtág. Además del nivel intachable de las obras mismas y de las aguerridas ejecuciones de Irvine Arditti y sus colegas, este recital ofreció al oyente cuidadoso la oportunidad de trazar vasos comunicantes y genealogías en la obra de los dos György; en este sentido, resultó de especial interés el percibir la cálida y líquida mirada de Bela Bartok asomándose aquí y allá en la música de sus compatriotas y sucesores.

El corolario de este rico recital fue también muy satisfactorio: fuera de programa, el Cuarteto Arditti ejecutó una breve pieza, titulada Still, still, elegida de entre las que les fueron enviadas por jóvenes compositores mexicanos. Su autor, Juan Cristóbal Cerrillo, se muestra en esta obra como un músico que no teme adentrarse en las partes más riesgosas de las sonoridades y las estructuras de su tiempo, y lo hace con un aplomo inesperado para su corta edad, y ciertamente bienvenido.

Este panorama necesariamente incompleto de lo que fue la experiencia de Radar en 2002 permite, al menos, intuir cuáles son las líneas generales de su planteamiento y, también, extrapolar especulativamente su futuro. Sea cual fuere éste, el caso es que sin duda algo se ha hecho bien cuando el Teatro de Bellas Artes recibe a casi un millar de personas para escuchar las complejísimas expresiones camerísticas de dos atormentados húngaros, o cuando un par de cientos de jóvenes organizan un conato de portazo en San Ildefonso por el ansia de comulgar con los indescifrables laberintos rítmicos y colorísticos de Ligeti.

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