Doce ojos abiertos |
|
Fotógrafos,
como él, hablan del arte de Manuel Álvarez Bravo. Lo hacen
a partir de tres preguntas: ¿Qué le ha enseñado el
ojo de Manuel Álvarez Bravo para desarrollar su propio trabajo?
¿Cuáles son las fotografías de Manuel Álvarez
Bravo que más lo han marcado y por qué? ¿Considera
que hay aspectos, etapas del quehacer de don Manuel poco estudiados y que
requieren atención? ¿Cuáles? Este es su testimonio.
Rogelio Cuéllar: Ver la realidad en blanco y negro para mí es de un cromatismo muy amplio. Las primeras fotos que vi de Álvarez Bravo fueron de catálogos y libros; hasta después tuve ante mí los originales. Además de su enorme cromatismo está la sencillez de su mirada, mas no la simpleza. Son dos cosas fundamentales. Después de treinta y cinco años que tengo haciendo fotos, el noventa por ciento de mi trabajo es en blanco y negro. Nunca fui de su círculo pero siento que es una de las miradas contemporáneas que me enseñó a mirar. Entre las fotos que me encantan están Un poco alegre y graciosa (1942) y El umbral (1947), que me marcan la sencillez y la expresión corporal. No me hace falta ver nada más. A partir de estas dos fotos he realizado un trabajo en el ámbito etnográfico, rural y urbano; es algo que me educó y que posteriormente incide en mi trabajo de desnudo. Una expresión del cuerpo sin que sea el rostro. De él hay un trabajo que no se ha estudiado mucho y es el color. Entre mis tesoros emotivos está una foto que era de Alice Rahon y es de una cabeza de pollo realizada por don Manuel, prueba de autor; foto que no he visto registrada ni estudiada. Barry Domínguez: Lo que he encontrado en la obra de Álvarez Bravo ha sido mucha sensibilidad, imaginación, fantasía y una realidad visible. Es un poeta en la cámara, un mexicano con toda la sensibilidad de lo nacional que se alimenta de las diferentes artes para realizar su obra. De lo fantástico deja una realidad visible, deteniendo el tiempo. Unos blancos y negros silenciosos pero con mucho contenido. Nos muestra lo no visto a diario, las huellas del tiempo, lo místico y lo sagrado. Sus desnudos son muy emocionales. Baudelaire, en una crónica del 1859, "Crónica del salón", decía: "La foto ha de ser la servidora de las artes y las ciencias pero a la vez le agradeceremos que sea la secretaria y el archivo de todos aquellos de su profesión. Una absoluta exactitud material. Pero ay de nosotros si le permitiéramos inmiscuirse en los demonios de lo impalpable y lo imaginario." Pero nuestro Tlaluiltlacuilo mayor entra y sale por esos demonios de lo imposible y lo imaginario. Toda su obra ha sido extraordinaria pero hay dos fotos que me gustan más: Retrato de lo eterno (1935), una imagen muy bien lograda, un juego entre el retratado, el que retrata y el espejo. El largo cabello retrata lo eterno porque la luz es elemental en la imagen. Esos blancos y negros que trato de realizar en mis retratos. La otra foto es El ensueño (1931), la figura de una niña mujer, su cabello trenzado de joven humilde, plasmando un momento de reflexión interna. En sus ojos se denota la vida pero su actitud corporal nos muestra soledad, dolor del alma. Los trazos del barandal son excelentes, dando un juego en el personaje. Existen muchos análisis pero falta enfoque en la crítica, saber por qué ha manejado el color, por ejemplo. Me gustaría que se realizaran debates y seminarios para el estudio de toda la obra de Álvarez Bravo. Héctor García: Don Manuel me ha enseñado que hay que tener los ojos abiertos. Eso es como una metáfora que implica una disciplina artística para el fotógrafo, puesto que todo lo que se hace es a través de los ojos. Pero allí también la protagonista es la luz, con su maravillosa presencia invisible. La luz virtual que conlleva una filosofía, una religión, una poesía. La fotografía depende de la luz en un tiempo determinado. Hay fotos históricas de Niepce, allá por 1830. Hace 170 años que se descubrió la foto y durante cien años don Manuel vive por y para la luz. Ésa, la luz, además del tiempo, es lo que Álvarez Bravo me ha enseñado. La luz que no se ve y resulta maravillosa cuando la maneja alguien como él, donde vemos un espíritu invisible en los seres que ha fotografiado. Sus fotos son guías importantes, pero uno debe tratar de no quedarse en la fase de la influencia sino sobrepasarla e intentar buscar el propio camino. Sin embargo, muchos nos quedamos embarrados en el intento de cruzar la calle, ante la bondad de don Manuel y sus cualidades de ser un hombre tranquilo en el que sin embargo se encierra un león. Me hizo su compadre y siempre que veo sus fotos se me enchina el cuero. Graciela Iturbide: Ver, seleccionar y tener paciencia son las tres cosas importantes que don Manuel me ha enseñado. A tener el tiempo necesario para ver e interpretar; ése su tiempo mexicano y poético. En general me gusta todo su trabajo pero hay fotos como la Parábola óptica (1931) y El colchón (1927) que me encantan. Me gusta su trabajo del principio, lo más abstracto, pues se adelantó al arte conceptual que se hace ahora pero de manera maravillosa y sin pretensiones. Sobre aspectos desatendidos, creo que a él no se le hacía mucho caso en México antes de cumplir setenta años, mientras que en Estados Unidos y en Europa, gente como Cartier-Bresson o Strand lo consideraban el gran fotógrafo del mundo. Ahora claro que ya se le da su lugar, pero este país se tarda, es malinchista. Además tenemos una grave carencia de crítica de fotografía, no se le da importancia. Hasta el momento nadie ha hecho un trabajo constante y serio de crítica sobre Manuel Álvarez Bravo, que daría mucho para profundizar. Además, existen muchísimos negativos de él que no han salido a la luz y con los que tal vez se pueda hacer algo a largo plazo. Francisco Mata Rosas: Lo que más me ha influido es su capacidad de aislar su sujeto fotográfico, de magnificarlo. En medio del caos visual de cuando uno fotografía, la posibilidad que don Manuel tiene de limpiar la imagen, de decantar visualmente lo que contiene. Él ejercita una especie de purificación de la imagen, donde se resalta el sujeto. Hace una limpieza de la composición, con imágenes donde el contexto no juega mucho, sino que son neutras. Además, al sintetizar visualmente lo que sucede, genera fotografías universales y plenamente contemporáneas, a pesar de que algunas tienen una enorme carga de lo nacional. Entre mis fotos preferidas están Un poco alegre y graciosa (1942), La falsa luna (1967), La visita (1935) y Señor de Papantla (1935). Sobre los asuntos poco revisados están su producción fuera de México. Conocemos algunas buenas pero eso nos hace falta; lo que él nos ha mostrado es a cuentagotas. Sería necesario reunir la mayor cantidad posible para conocer otro aspecto de su ojo y quitarle el contraste de lo hecho en México, descobijado de lo nacional y de las piezas famosas. Raúl Ortega: No se puede dejar de ver el trabajo de don Manuel en ningún momento. Aun cuando nos pueda parecer que ya lo hemos visto, siempre encontramos algo más. En ese sentido no puedo hablar de una sola enseñanza sino de muchas enseñanzas a través de la vida. El simple hecho de mirar el trabajo, pero sobre todo de verlo a él, su edad, sus ganas de fotografiar y de vivir. Su enseñanza es de vida. Lo que nos ha marcado en él no es una o dos fotos sino la totalidad, su diversidad e intensidad. No por nada es el fotógrafo orgullosamente mexicano más universal. Conscientes o no de ello, es el padre y el abuelo fotográfico de varias generaciones. Su obra será siempre digna de estudio.
Es como si cada ocasión la viéramos por primera vez, y siguiéramos
aprendiendo. Creo que la obra publicada con indudable calidad ha sido muy
analizada, pero siempre habrá una nueva mirada, un descubrimiento.
Lo importante será que cada vez el público se interese más
por ella.
|