Doce ojos abiertos |
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Fotógrafos,
como él, hablan del arte de Manuel Álvarez Bravo. Lo hacen
a partir de tres preguntas: ¿Qué le ha enseñado el
ojo de Manuel Álvarez Bravo para desarrollar su propio trabajo?
¿Cuáles son las fotografías de Manuel Álvarez
Bravo que más lo han marcado y por qué? ¿Considera
que hay aspectos, etapas del quehacer de don Manuel poco estudiados y que
requieren atención? ¿Cuáles? Este es su testimonio.
Entre las fotos que me encantan están Un poco alegre y graciosa (1942) y El umbral (1947), que me marcan la sencillez y la expresión corporal. No me hace falta ver nada más. A partir de estas dos fotos he realizado un trabajo en el ámbito etnográfico, rural y urbano; es algo que me educó y que posteriormente incide en mi trabajo de desnudo. Una expresión del cuerpo sin que sea el rostro. De él hay un trabajo que no se ha estudiado mucho y es el color. Entre mis tesoros emotivos está una foto que era de Alice Rahon y es de una cabeza de pollo realizada por don Manuel, prueba de autor; foto que no he visto registrada ni estudiada.
Toda su obra ha sido extraordinaria pero hay dos fotos que me gustan más: Retrato de lo eterno (1935), una imagen muy bien lograda, un juego entre el retratado, el que retrata y el espejo. El largo cabello retrata lo eterno porque la luz es elemental en la imagen. Esos blancos y negros que trato de realizar en mis retratos. La otra foto es El ensueño (1931), la figura de una niña mujer, su cabello trenzado de joven humilde, plasmando un momento de reflexión interna. En sus ojos se denota la vida pero su actitud corporal nos muestra soledad, dolor del alma. Los trazos del barandal son excelentes, dando un juego en el personaje. Existen muchos análisis pero falta enfoque en la crítica, saber por qué ha manejado el color, por ejemplo. Me gustaría que se realizaran debates y seminarios para el estudio de toda la obra de Álvarez Bravo.
Sus fotos son guías importantes, pero uno debe tratar de no quedarse en la fase de la influencia sino sobrepasarla e intentar buscar el propio camino. Sin embargo, muchos nos quedamos embarrados en el intento de cruzar la calle, ante la bondad de don Manuel y sus cualidades de ser un hombre tranquilo en el que sin embargo se encierra un león. Me hizo su compadre y siempre que veo sus fotos se me enchina el cuero.
Francisco Mata Rosas: Lo que más me ha influido es su capacidad de aislar su sujeto fotográfico, de magnificarlo. En medio del caos visual de cuando uno fotografía, la posibilidad que don Manuel tiene de limpiar la imagen, de decantar visualmente lo que contiene. Él ejercita una especie de purificación de la imagen, donde se resalta el sujeto. Hace una limpieza de la composición, con imágenes donde el contexto no juega mucho, sino que son neutras. Además, al sintetizar visualmente lo que sucede, genera fotografías universales y plenamente contemporáneas, a pesar de que algunas tienen una enorme carga de lo nacional. Entre mis fotos preferidas están Un poco alegre y graciosa (1942), La falsa luna (1967), La visita (1935) y Señor de Papantla (1935). Sobre los asuntos poco revisados están su producción fuera de México. Conocemos algunas buenas pero eso nos hace falta; lo que él nos ha mostrado es a cuentagotas. Sería necesario reunir la mayor cantidad posible para conocer otro aspecto de su ojo y quitarle el contraste de lo hecho en México, descobijado de lo nacional y de las piezas famosas.
Lo que nos ha marcado en él no es una o dos fotos sino la totalidad, su diversidad e intensidad. No por nada es el fotógrafo orgullosamente mexicano más universal. Conscientes o no de ello, es el padre y el abuelo fotográfico de varias generaciones. Su obra será siempre digna de estudio.
Es como si cada ocasión la viéramos por primera vez, y siguiéramos
aprendiendo. Creo que la obra publicada con indudable calidad ha sido muy
analizada, pero siempre habrá una nueva mirada, un descubrimiento.
Lo importante será que cada vez el público se interese más
por ella.
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