Ana
García Bergua
CAMIÓN
DE MUDANZAS
Quizá mucha gente, cuando
ve pasar un camión de mudanzas, piensa en abandonos, expulsiones
o separaciones, como termina ocurriendo en la afamada obra de teatro de
Vicente Leñero La mudanza, cuyos protagonistas se divorcian
durante la mudanza a una casa de Mixcoac. Por mi parte, y de una manera
totalmente injustificada, tiendo a creer que la gente se muda para mejorar;
que aquel camión cargado con todos los enseres de una casa debe
ir forzosamente a otra más grande, más iluminada, más
bonita. En todo caso, algo tienen de victorioso las casas patas arriba,
amontonadas en un camión, entre colchones, cajas y trapos rojos
que se asemejan a las banderas. No sé por qué, pero siempre
me ha conmovido ese espectáculo de la interioridad tan desnuda y
tan frágil, expresada en una lamparita puesta encima de las cajas
que contienen los discos, las ollas de la cocina, la consola del comedor.
En realidad, las casas apiladas en los camiones de mudanzas son como familias
desnudas que vagan por la calle, sin espacio donde asentarse, sin cortinajes,
ni muros, ni disimulos con forma de puerta. Por eso un camión de
mudanzas tiene algo de tribal, de muy salvaje, como si el traslado de las
casas y sus cosas, con la imposibilidad de disponerlas según el
canon y el estatus a los que se aspira, les quitara lo formal y les dejara
nada más lo que tienen de más inmediato, sentimental, grande
y ridículo.
Algo de eso se ve cuando los camiones de
mudanzas llegan a su destino; cómo sufren los dueños de la
casa trasladada por los golpes y los esquinazos, por las cajas que se desfondan.
Es el suyo (y el mío, y el tuyo) no sólo el sufrimiento del
propietario; también el de quien se ve expuesto a través
de sus muebles y sus manías materiales; el de quien tiene que mostrar
lo que en su hogar atesora o esconde por vergüenza. Y los vecinos
lo han de saber, y miran y critican por lo bajo el mal gusto, o la rareza,
o la ostentación del recién llegado. En realidad, lo primero
que uno dice cuando llega a un nuevo sitio, lo dice a través de
su camión de mudanzas. Por eso, aunque ya les dije que mirarlos
por la calle me alegra, sé también lo angustioso que es conseguir
uno, trepar ahí nuestras cosas, llegar a un nuevo sitio y fingir
que no se atiende a la curiosidad de los vecinos. Los cargadores de los
camiones de mudanzas deben sentir que también lo cargan a uno, y
para eso no hay precio que alcance; no sólo deben poseer la resistencia
física necesaria para echarse a la espalda un refrigerador; saben,
también, que adentro de los muebles van empacados muchos de nuestros
sentimientos, y eso lo cargan con desgano, con cierto enojo y también
con paciencia de psicólogos. Hace dos años, cuando nos mudamos
a este su departamento de ustedes, mi esposo contrató a una mudanza
especializada para que trasladara el piano; confieso que me asusté
mucho de ver a los cargadores que llegaron, tan enormes, tan aparentemente
paleolíticos. Pues resultaron ser las personas más delicadas
del mundo; daba la impresión de saber que cargaban a una parte especialmente
sensible de la familia, y también a Bach, y a Mozart y a Thelonius
Monk. Huelga decir que todos llegamos perfectamente.
Naief
Yehya
El Golem
y la transferencia
de los palestinos
OTRA
MASACRE
Una vez más hemos ignorado otra
catástrofe humanitaria. Así como sucedió durante el
sitio de Sarajevo, las masacres en Timor este, Ruanda, Nigeria y Sierra
Leona entre otras, la globalización informativa tampoco sirvió
de nada para impedir la matanza de inocentes en Palestina, sino que por
el contrario sirvió para narcotizar a la opinión mundial.
Cuando esto se escribe, el ejército israelí está llevando
a cabo una brutal operación militar en territorio palestino que
ha dejado incontables víctimas en numerosas ciudades y pueblos.
Esta acción, condenada por prácticamente todos los gobiernos
del mundo (salvo el de Estados Unidos) y la mayoría de las organizaciones
de defensa de los derechos humanos, tiene, según el gobierno israelí,
la misión de "destruir la infraestructura terrorista". Pero la destrucción
dejada por tanques, tropas, misiles, bombas y bulldozers, ilustra el verdadero
objetivo de la incursión. Los israelíes han arrasado con
cientos de casas, hospitales, escuelas, industrias, comercios, sistemas
de drenaje, pozos de agua, plantas de luz, han arrancado cultivos y árboles
frutales, destruido graneros y aplastado todo símbolo del poder
de la Autoridad palestina, al tiempo en que mantienen acorralado a Arafat
en los restos de su cuartel en Ramalah. Semejante destrucción no
tiene que ver con erradicar el terrorismo, sino que es un paso más
hacia concretar el sueño de la ultraderecha israelí, de la
cual Ariel Sharon es un orgulloso representante: la "transferencia" de
la población palestina hacia Jordania, Líbano, Siria y Egipto.
Una expulsión masiva digna de la fantasías hitlerianas y
stalinianas que los círculos del poder y parte de la opinión
pública israelí ahora considera como la única opción
ante el "problema palestino", sin detenerse ni por un momento a considerar
los sórdidos recuerdos que semejante limpieza étnica debería
evocar en la propia memoria del pueblo judío. No es una exageración
comparar las acciones militares israelíes en contra de Nablus o
el campamento de refugiados de Jenin con la destrucción del ghetto
de Varsovia por los nazis. Una campaña devastadora y sangrienta
que además ha sido conducida con una estricta censura a la prensa
y con la complicidad de Estados Unidos.
LA
PROVOCACIÓN
Con metódica y calculada precisión,
los últimos tres gobiernos israelíes, dirigidos respectivamente
por Binyamin Netanyahu, Ehud Barak y Sharon, han lanzado una guerra sucia
en contra de la autoridad palestina, mediante ataques, incursiones y asesinatos
destinados a debilitar a Arafat y a fortalecer a sus enemigos más
extremistas, como Hamas (una organización prácticamente creada
por los servicios de inteligencia israelíes para dividir a los palestinos
y debilitar a la olp). Por otra parte, han conducido toda negociación
de paz a un estancamiento, presentando a los palestinos como la parte que
abandonó la mesa de la últimas negociaciones cuando fue el
propio gobierno de Barak quien las empantanó. Si bien Arafat aceptó
la otrora impensable oferta de crear un estado en tan sólo veinte
por ciento del territorio originalmente designado para ser Palestina, no
pudo doblegarse a aceptar la propuesta de Barak en Campo David, con la
cual renunciaba de facto al derecho de retorno de millones de exiliados,
a la soberanía del espacio aéreo, al control de sus fronteras
y a las principales fuentes de agua, además de que el Estado palestino
quedaba dividido estratégicamente en cientos de pequeños
bantustanes recortados por las carreteras de los colonos israelíes.
Muchos israelíes quieren un Estado palestino para evitar que el
Estado israelí pierda su carácter judío y para mantener
el control de los "indígenas" árabes. Pero existe una gran
diferencia entre esta concepción de Estado como herramienta de sometimiento
y un Estado viable y autónomo.
EL
GOLEM
Al contemplar las ruinas que están
dejando a su paso los israelíes, podemos pensar en aquel maravilloso
poema dramático de H. Leivick, que Paul Wegener llevó a la
pantalla en 1920, "El golem". Un rabino invoca poderes místicos
de la cabalá para crear a partir del barro un ser sobrenatural que
habrá de defender a su pueblo de sus enemigos. El problema es que
en cuanto este prodigioso defensor elimina al enemigo, comienza a matar
a quienes debe defender. Esta maravillosa reflexión en torno a si
el fin justifica los medios estaba impregnada del expresionismo y simbolismo
de moda a principios del siglo xx, y hoy resulta tan actual como en aquel
entonces, especialmente dado que el golem se ha materializado en el ejército
israelí. Sharon clama que está peleando por la supervivencia
de la nación, pero ni Hamas ni Arafat ni Siria son rivales que pongan
en riesgo a Israel. Lo cierto es que el peor enemigo del Estado judío
es su propio aparato militar fuera de control, que en su anhelo por eliminar
a los palestinos está dispuesto a destruir los valores democráticos
y humanitarios que supuestamente le dan sentido.
Michelle
Solano
Como te guste
(I)
Shakespeare es uno de los grandes
prejuicios que heredamos de la escuela porque nunca falta alguna maestra
cursi que se empeña en demostrarnos que es un autor aburrido y obsoleto,
mientras encuentra la forma de recetarnos una sobredosis de Hamlets,
Otelos y RomeosyJulietas en su versión más
burda y rudimentaria: en el patio de la escuela, dirigidos por ella misma,
un puñado de adolescentes firmarán su rechazo absoluto a
Shakespeare y, a veces, también al teatro.
Una de las grandes carencias del teatro
se demuestra cuando, año con año y montaje tras montaje,
los espectadores tienen que soplarse (cual estudiantes de secundaria) las
mismas obras, de los mismos autores, montadas casi siempre con el mismo
desencanto. El resultado: montajes desangelados, carentes de ingenio, con
actores que más que trabajar en su papel se limitan a reproducir
la actuación memorable que algún gran actor ejecutó
en años pasados; por eso a muchos nos da la impresión de
que Hamlet tiene ya como si Shakespeare le hubiese otorgado esas características
determinado color de ojos, cabello, nariz y estatura, y muy difícil
nos resulta asumir que puede ser interpretado por un actor diferente de
aquél que hizo una maravillosa interpretación de Hamlet.
Tampoco debemos olvidar las escenografías: son bonitas, algo
así como un homenaje a la evidencia, al lugar común; los
vestuarios se ajustan siempre al conjunto de este tipo de montajes: de
pésimo gusto y muy armónico respecto del resto de los elementos
que conforman la puesta: infumables, pues.
Sin embargo, aunque escasos, existen también
montajes que ofrecen no nada más una relectura de Shakespeare, sino
que además reinventan la forma de llevarlo a escena. Tal es el caso
de Como te guste, el espectáculo más reciente de Mauricio
García Lozano, a partir de una versión libre de José
Ramón Enríquez sobre la obra As You Like It, y que
se presenta en el Teatro El Granero.
La
historia no es muy conocida; no es precisamente una de las piezas shakespearianas
que han tenido la fortuna de la fama punto a su favor, en este caso,
y tal vez justamente sea éste uno de los factores que le permitió
a García Lozano establecer tan bien su propuesta, jugar, reinventar,
atreverse. Cuando Shakespeare llevaba la acción al bosque (otro
ejemplo claro es Sueño de una noche de verano), se permitía
la trasgresión de sí mismo, de sus propios recursos dramáticos,
y entonces proponía situaciones, enredos y personajes complejos,
que lo eran aún más si se trataba de un actor en un personaje
femenino que se hace pasar por hombre. El intercambio de roles, la fuerza
de la identidad, el disfraz como máscara y como propuesta de un
trabajo actoral que verdaderamente aporta matices e intenciones a un texto
como éste, son los grandes aciertos de Como te guste.
Otro punto digno de mención, es
que según el propio Mauricio se trata de un montaje que verdaderamente
quería llevar a cabo, y eso no significa que los anteriores no hayan
gozado de su total interés y entrega, pero sí habla de que
Mauricio es poseedor de los recursos más importantes con los que
cuenta un director: obsesiones, que sabe traducir en propuesta y luego
en resultados.
Mauricio es un director extremadamente
fino, de lo cual ya había dado muestras en otros trabajos tan disímiles
como Cenizas a las cenizas de Pinter y Las tremendas aventuras
de la capitana Gazpacho del desaparecido Gerardo Mancebo del Castillo.
Sus montajes suelen ser bastante afortunados, asunto que la cronista ha
tratado anteriormente en este espacio, pero quizá el componente
que más destaca en esta ocasión es la conformación
de su equipo de trabajo.
El elenco lo constituyen muchos de los
actores que trabajaron con él en otra obra de Gerardo Mancebo, Geografía
o a qué mirar las estrellas. Son actores muy jóvenes,
de las recientes generaciones de egresados del Centro Universitario de
Teatro. En aquella obra, muchos de ellos ya daban muestra de su capacidad
actoral; verlos de nuevo en el escenario comprueba lo que ya se sabía:
sólo necesitaban la oportunidad de ser convocados por un director
que estuviese interesado más en su desempeño y los retos
que pudiera proponerles, que en los nombres. García Lozano es un
director dispuesto a dirigir, pero también a permitir que el actor
trabaje, juegue, actúe, en fin, eso que en inglés se dice
con poco aliento y que resume todo: to play.
En la siguiente entrega se hará
un análisis más extenso sobre los actores, el diseño
de vestuario, la música y la escenografía de Como te guste,
un montaje inteligente, comprometido y que vaticinamos desde ahora estará
entre lo mejor del año que transcurre.
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Javier
Sicilia
Georges Bernanos
y la Iglesia
A pesar de que Georges Bernanos
ha dejado de reeditarse en México, es indudable que continúa
siendo, junto con Dostoievski, el más alto de los novelistas que
ha dado el cristianismo. Ninguna de las obras de sus contemporáneos
ni ninguna de la de los modernos ha recibido, como la de él, el
honor de ser usada para iluminar un sinnúmero de realidades teológicas.
Además de las luminosas páginas
que grandes escritores y hombres de letras le han dedicado a su trabajo,
el hombre Bernanos y su obra han merecido la atención de uno de
los más altos teólogos contemporáneos, Hans Urs von
Balthasar su gran aportación en el terreno de la teología
radica en sus trabajos sobre la literatura que llamó teodramática,
quien le dedicó tal vez el mejor estudio que se le haya hecho, El
cristiano Bernanos.
Este honor radica en que Bernanos no sólo
es un gran escritor, así, sin adjetivos, sino que, además,
en el orden de la tradición cristiana en la que vivió, pensó
y escribió, se aproximó como nadie al terrible misterio del
mal y al infinito misterio de la redención en la Iglesia.
No trataré aquí, por motivos
de espacio, su exploración sobre el mal que aparece no sólo
a lo largo de sus nueve novelas (Bajo el sol de Satán, La
impostura, La alegría, Un crimen, Diario de
un cura de aldea, Nueva historia de Mouchette, Diario
de un cura rural, Monsieur Ouin, Diálogos de carmelitas),
sino de toda su correspondencia y de sus grandes libros polémicos,
como Carta a los ingleses, Los grandes cementerios bajo la luz
de la luna o Francia contra los robots; me limitaré,
en cambio, a aproximarme a su visión sobre la Iglesia. Su visión,
en estos tiempos en que la misma Iglesia camina a oscuras y desconcertada,
es un fuerte tónico para pensar su sentido.
Bernanos parte de la distinción
que hacen los teólogos entre la Iglesia visible y la Iglesia invisible;
entre su "cuerpo" y su "alma". Pero a su vez mira en esa doble realidad
una correspondencia. Aunque la Iglesia visible, el "cuerpo", es, como lo
vemos hoy en día, lento y habitado por el pecado "Que la Iglesia
[escribe en Carta a los ingleses] está gobernada, no cabe
duda, pero como tal su acción es extremadamente lenta [...] su inercia
colosal", ella, por otra parte, permite, paradójicamente, animar
su "alma" en la que se manifiesta su fin último: la Iglesia de los
santos. La Iglesia visible, a pesar de su lentitud y de sus vicios, tiene
una jerarquía y un orden sacramental que está al servicio
de los santos, es decir, de la santificación subjetiva de los cristianos
en general, de aquellos a quienes el bautismo ha hecho santos desde el
principio. En este sentido, para Bernanos, sin la sacralidad objetiva de
la Iglesia, es decir, sin sus sacerdotes y sus sacramentos, la santidad
misma sería impensable, lo mismo que la imitación subjetiva
de Cristo o la realización personal de la santidad. Los sacerdotes
(a pesar de sus vicios humanos) y los sacramentos, que vivifican las partes
más profundas del ser humano, son el vínculo objetivo por
el que se trasmite la presencia intangible del misterio de Cristo. Nadie,
en este sentido, sería santo sin el alimento que le proporciona
la maternidad de la Iglesia a través del depósito de la fe
que custodian sus sacerdotes y de la fuerza invisible de sus sacramentos.
Ni San Francisco, ni Santa Teresita, ni San Juan de la Cruz o Santa Teresa,
para hablar de los más grandes, serían nada, sin esa maternidad.
Así, escribe Urs von Balthasar,
al referirse a los personajes de Bernanos, "el vínculo del santo
con el sacerdote y con el sacramento, la transformación en santidad
subjetiva de la santidad divina de la que la Iglesia funcional es depositaria
objetiva, es el punto de partida que transforma en santos a todos los héroes
de Bernanos".
Todos los santos de Bernanos: Donisan (de
Bajo
el sol de Satán), Chantal (de La alegría), el
cura de Ambricourt (del Diario de un cura de aldea), etcétera,
sólo son posibles por ese misterio objetivo que se encarna en la
tarea sacramental de los sacerdotes que siempre están junto a ellos:
Menou-Sagrais, al lado de Donisan; Chevance, al lado de Chantal; el cura
de Torcy, al lado del cura de Ambricourt... Los mismos pecadores que sus
santos salvan (la otra Chantal, salvada por Donisan; la condesa, salvadas
por el cura de Ambricourt; el impostor Cenabre, salvado por Chantal, etcétera)
sólo pueden serlo por esa profunda relación que se da entre
el cuerpo y el alma de la Iglesia.
En este sentido el drama de la Iglesia
para Bernanos se juega entre el sacerdote y el santo, "esos dos polos dice
Von Balthasar igualmente poderosos, igualmente importantes, de la sacralidad
objetiva (consagración, plenos poderes, sacramentos) y de la santidad
subjetiva que se apoya siempre sobre el otro y no puede alejarse de él
un solo instante".
Esto es lo que hace a Bernanos el más
profundamente católico de los grandes escritores y uno de los grandes
profetas de nuestro tiempo. Frente a un mundo que pone constantemente en
entredicho el valor de la institución eclesial, de su "cuerpo",
Bernanos, sin que esto le haya impedido pelearse con los errores y las
traiciones de la jerarquía, responde a lo largo de toda su obra
que el ministerio no es solamente la condición misma de la salvación,
sino que, además, determina la trayectoria misma del santo. Esa
es su mayor tarea: preservar el sentido divino y formar y sostener la santidad.
De ahí que en esa misma Carta a los ingleses, Bernanos escriba:
"Lo que importa es saber lo que es exactamente el hombre cristiano. Pues
sólo hay un tipo de hombre cristiano, y ese tipo es consagrado por
la Iglesia: el Santo. Los santos son la armada de la Iglesia [...] ¡La
Iglesia en armas es lo único que cuenta! [...] La Iglesia en armas
es la Iglesia de pie y los Santos en primera fila."
Además opino que hay que respetar
los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos
y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva y el Aeropuerto
en Atenco.
Luis
Tovar
UNA
DIVA ES UNA DIVA
ES
UNA DIVA
El diccionario dice, muy escuetamente,
que diva es una "artista del espectáculo de sobresaliente mérito",
y, menos parco, apunta que mérito es "aquello que hace a alguien
digno de aprecio o de recompensa". Así pues, en estricto apego a
este par de definiciones, hace falta una buena dosis de pichicatería
para negarle la condición de diva a la recientemente fallecida María
de los Ángeles Félix Güereña, mejor conocida
como María Félix.
Quienes todavía hoy ponen en duda
la condición divesca de La Doña apelativo con el
que también se le conoció a partir de su aparición
protagónica en Doña Bárbara (1943, Fernando
de Fuentes) arguyen básicamente que la madre del también
finado Enrique Álvarez Félix nunca estuvo a la altura de
las Davis, Dieterich, Magnani, Garbo, Thulin, Harlow, Taylor, Monroe, Crawford,
Hepburn, Smith, Leigh, Mangano... ni siquiera a la de Dolores del Río.
Para ellos, en el caso de La Doña "la hermosura triunfó sobre
el talento", como dice Sergio Fernández en La realidad de un
simulacro: el cine.
Del otro lado están quienes piensan
exactamente al contrario, poniendo el énfasis en todo aquello que
tiene que ver con María Félix, no tanto en la pantalla como
fuera de ella. El primero de los argumentos es la belleza incontestable
de La Doña, ésa que a Jean Cocteau llegó a provocarle
un confeso dolor.
LAS
PATAS DEL MITO
Para fortuna del mito llamado María
Félix, el cine tiene la virtud de conservar lo que ha sido como
ya no es, de modo que ni el tiempo ni los lamentables y ciertamente insuficientes
esfuerzos rinoplásticos, dietéticos, etcétera por
vencer a Cronos, a los que La Doña se sometió buena parte
de su casi nonagenaria vida, consiguieron desvanecer la imagen, ésa
sí indeleble, que forjó un icono insoslayable a golpes de
celuloide. Como ejemplo baste recordar cualquiera de los muchos close-up
con los que Gabriel Figueroa demostró, en Enamorada (1946,
Emilio "el Indio" Fernández), que la verdaderamente enamorada no
era el personaje interpretado por Félix, sino la cámara,
encandilada por la armonía, la fuerza y la fascinación transmitidas
por un rostro cuya propietaria, tan sólo cuatro años después
de su debut cinematográfico, ya se sabía indispensable en
un medio al que por cierto no le faltaban rostros bellos, pero que sí
estaba ayuno de algo que ni siquiera echaba en falta, a saber: un personaje
femenino, una actriz, que pudiera llevar las riendas.
No
debe verse ni de lejos como un movimiento a favor de la emancipación
femenina, pero con María Félix el cine mexicano de la llamada
época de oro se dio cuenta de que había posibilidades más
allá de presentar a las féminas como eternas y eminentemente
sumisas comparsas de Infantes, Negretes, Armendáriz, Soleres y
compañía. La industria descubrió, simplemente, que
La Doña era capaz de atraer cantidades similares de público
y, en consecuencia, hizo lo que tenía que hacer para aprovechar
ese filón de oro puro.
Cuarenta y ocho películas filmadas
a lo largo de treinta y cinco años, es decir, más de una
película cada doce meses en promedio, hablan de una continuidad
a la que hoy estamos más que desacostumbrados, y que en ese entonces
era lo más común para una estrella fílmica. Más
aún, de la casi cincuentena que arranca con El peñón
de las ánimas (1942, Miguel Zacarías), sus primeras dieciséis
películas, producidas entre 1942 y 1948 a razón de dos y
media por año, le bastaron para convertirse en lo que nunca dejó
de ser: una bandida, una mujer sin alma, enamorada,
que bien podía llamarse Bárbara o Maclovia,
dar la impresión de ser una monja o una diosa arrodillada,
incluso una cucaracha, pero que resultaba una auténtica devoradora
que provocaba vértigo y a la que Dios difícilmente
podría perdonar.
De acuerdo con Sergio Fernández,
"el pavorreal sería la alegoría de la actuación cinematográfica",
y considerando "lo radiante de la exposición de sus plumas al sol",
se pregunta: "¿para qué fijarnos en las patas?" La respuesta
es fácil: si no nos fijáramos en las patas, el mito estaría
incompleto. Así con la enfermedad de Hepburn, con la soledad de
Marilyn, con la megalomanía de La Doña... Parafraseando a
Stein, una diva es una diva es una diva, pero no hay diva que se respete
si no tiene un mito que la acompañe y la cubra con ese velo que
todos, aplaudidores o abucheadores, quisiéramos romper, o al menos
ver cómo otro lo rompe. Por eso en estos días se menciona
tanto a María Félix; cómo murió, las joyas
que dejó, con quién estuvo casada, si fue buena o mala actriz,
si hablaba hasta de lo que no sabía, si era diva o no lo era, si
solamente lo fue de petatiux, por qué no filmó nada
en Hollywood, si era muy inteligente o nomás era muy cabrona...
Más allá de la chocante y
en apariencia inevitable apropiación que los medios televisivos
hicieron del funeral y el homenaje a La Doña con arribistas estilo
Guadalupe Pineda y mediocres tipo Manuel Mijares y toda la cosa, lo cierto
es que, a estas alturas, incluso guardar silencio ante el tema de la Félix
pareciera una forma de alimentar el mito. Descanse en paz.
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