''No sé ustedes, pero me siento más palestino que nunca''
Con multitudinario concierto, Miguel Ríos se sacó la espina en el Zócalo
ARTURO CRUZ BARCENAS
"No sé ustedes, pero me siento más palestino que nunca", dijo el rocanrolero español Miguel Ríos a las decenas de miles de personas que acudieron a su concierto en el Zócalo capitalino. Culminaba la presentación y el viejo músico alzaba las manos para recibir, para llevarse todos los aplausos.
Los ríos de gente se trastocaban en estuarios por las calles del Centro Histórico. La noche recibió a los músicos y el público ya gritaba -a eso de las 20:10 horas- para que los comenzaran a divertir.
Para Miguel haber llegado al Zócalo fue más que un sueño. Se quitó la espina de cuando el arribo de la marcha zapatista, al querer cantar su Himno a la alegría, los chavos le dieron una rechifla colectiva. Ahora no fue el caso. Mujeres y niñas, niños y adultos, brincaron cuando el guitarrista John Parson se soltó un solo de Bienvenidos. La brincadera fue entusiasta. Y el piso tembló.
Miguel estuvo enfrente, pero aún no había subido al escenario. Fue el concierto virtual, Ríos no era Ríos. Subió para cantar una de las más sentidas: Niños eléctricos, No estás sola. En tercera dimensión, Cuando los ángeles lloran, con Fher; Maligno, con Los Aterciopelados.
No es nuevo, pero una muchacha le aventó un brasier. "Si esto hubiera ocurrido hace unos cuantos años...", y suspiró.
Fueron cantando los hologramas; desfilaron Charly García, Fito Páez. Algo falló y los hologramas desaparecieron. La pantalla quedó a oscuras. Pero entonces el público ocupó el sitio de lo virtual. Miles de gargantas cantaron Aves de paso, que el roquero interpreta con Joaquín Sabina. Luego Triste canción, con Alex Lora.
Insurrección la abrió Miguel con un pensamiento para el subcomandante Marcos; resaltó la voz que suma voces, de quienes han estado en el silencio. Reafirmó sus convicciones, sus ideas políticas, su música que no es incolora, ni insabora y, sin embargo, transparente. Es el rock con sentimiento, profundo y con raíces.
Hace que se va, pero no. Interpreta la canción de los obreros, de los chavos hartos de camellear toda la semana y que lo único que quieren es desfogarse, liberarse de la plusvalía del patrón, del horario rígido. "A ver si queréis oír esto." "Sábado en la noche, mi dinero ya me lo gané." Los sábados o los viernes son para olvidarse de que la mayoría de los mortales son cédulas cuartas, que no tienen BMW y que la masa viaja en Metro o microbús.
Sábado en la noche soy yo por unas horas, mientras rocanroleo y ando de marcha, como se dice en España cuando se agarra la farra, con los únicos límites del dinero disponible y la condición física.
Un encore, y otro, y otro. En los balcones de los hoteles que rodean la gran plaza, centro, imán, meca de los valores patrios, decenas de privilegiados aplauden. La bandera ondeaba; un suave viento acariciaba las mejillas humedecidas por el calor primaveral.
Ahora se oye Santa Lucía, con la que Ríos baña de romanticismo la atmósfera. Los brazos se alzan y se balancean. Algunas parejas se abrazan y se besan. "A menudo me recuerdas a alguien..."
El blues del autobús, con Tito Dávila al piano. La idea de ser ubicuo. Estar en todos lados, en una sincronía ontológica. Viajo siguiendo la estrella del sur. La vereda del camino marca el destino.
Todo a pulmón, el himno de Alejandro Lerner que hicieron famoso éste, Tatiana, y el propio Ríos. Abraza Miguel a sus músicos. Que se va, pero no. Ese aparente final no ha sido estruendoso, fulminante.
Regresa una vez más. En medio de acordes del romanticismo beethoveniano, Miguel alza los brazos y grita: "Yo no sé vosotros, pero yo, ahora mismo, lo que me siento de verdad es... špalestino! Paz para ustedes, los hombres, allí, a donde estén". "Escucha, hermano, la canción de la alegría, el canto alegre del que espera un nuevo día. Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol, en que los hombres volverán a ser hermanos." Un coro de miles, y miles de aplausos. Es el Himno a la alegría, en su idea superrápida. Beethoven acelerado, los tiempos marcados con un requinto.
El final final. Los ríos de música de Miguel se volvieron estuarios en las calles del Centro Histórico, que vive su festival.