Alejandro Zapata Perogordo*
Vuelta a la página
El asunto de las relaciones entre México y Cuba
ha tenido un vuelco inesperado tras la embestida de Fidel Castro. Lo anterior
nos ha obligado a reflexionar, analizar y debatir lo relativo a la política
seguida por la presente administración en materia de relaciones
exteriores y, particularmente de manera especial, con las autoridades de
la isla caribeña.
Existen cuestiones que no pueden ocultarse ni evadirse:
el asunto de Cuba dividió opiniones. No creo que solamente se trate
de una cuestión de política exterior. También existen
lazos históricos y de simpatía con el pueblo cubano y, desde
luego, hay quienes se jactan de llevar amistad con Fidel Castro, e inclusive
coincidencias ideológicas. Bajo esa perspectiva, algunos líderes
políticos ubicaron el debate en una cuestión de relación
amistosa con un jefe de Gobierno y no precisamente con una nación
o un pueblo.
El debate no debe contemplarse desde la parte superficial
de la simple descalificación por simpatía personal o compromisos
ideológicos particulares, sino que es menester adentrarnos en los
principios y esencia misma de aquello que realmente nos une, nos motiva,
que estamos obligados a impulsar.
Participamos en el concierto de las naciones por una obligada
necesidad de convivencia entre países, de respeto, de intercambios,
de acuerdos, de preservación de la paz y de búsqueda de desarrollo
y conservación del medio ambiente, entre otras cuestiones. Nos rige
la denominada doctrina Estrada, que impone el principio de no intervención,
últimamente utilizado en múltiples argumentaciones y, por
supuesto, cada quien le otorga, conforme a sus aspiraciones, diversas interpretaciones
y alcances, de tal manera que es tan elástico o restringido como
el sentido de aquello que se pretende imponer.
En el fondo todo se reduce a la promoción, preservación
y observancia de los derechos humanos, como una política de Estado
que se pueda impulsar tanto en el interior como en el exterior de México.
No se trata, en consecuencia, de ser selectivo; es un principio básico
general, cuya observancia no debe ni puede estar supeditada a filias o
fobias. Tampoco puede calificarse de innovadora, pues existen múltiples
antecedentes de esa postura por parte de nuestro país, aunque se
reconoce (y esta parte constituye necesariamente el cambio) que no se aplicaba
en términos permanentes ni como un principio adoptado en términos
genéricos, sino, más bien, como modalidades sexenales o bajo
circunstancias coyunturales.
Mientras por una parte se cuestiona el voto de México
a favor de que la alta comisionada de la ONU en materia de derechos humanos
se traslade a Cuba para realizar trabajos de observancia, postura calificada
por algunos como una posición intervensionista y contraria a la
doctrina Estrada, por otra se condena mediante la aprobación de
un punto de acuerdo en la Cámara de Diputados, suscrito por todas
las fuerzas políticas representadas en ese órgano colegiado,
la violación de los derechos humanos en el conflicto entre Palestina
e Israel, solicitando la intervención de Naciones Unidas. Así
pues, se habla de lo mismo, coincidimos en el fondo, pero existen diferencias
estructurales, al negar la generalidad y medir con diferente vara, según
se trate si es amigo o no.
Entendemos el principio de la no intervención como
un derecho de los pueblos a la libre autodeterminación y a la solución
de sus conflictos, como desde luego existen en contrapartida injerencias
asistencialistas, de participación constructiva, aceptadas y reconocidas
por los propios gobiernos, inclusive hasta podríamos dar como ejemplos
la loable labor de la Cruz Roja. Se trata de cuestiones de carácter
humanitario, y precisamente en esa materia es donde México se ha
propuesto ser un proactivo de los derechos humanos, como postura ética
y moral, dejando de ser silencioso cómplice.
El diferendo con Cuba es ahora cosa del pasado, entendemos
que se ha perdido la confianza con su gobierno; a ese episodio se le debe
dar la vuelta a la página y continuar con mayor ahínco la
promoción, defensa, observancia e impulso por los derechos humanos.
A nadie engaña el presidente Castro, todo mundo sabe que no hay
libertad ni derechos humanos en la isla y no nos sorprende su actitud de
ofendido; nos apena y avergüenza que utilice esas argucias para evitar
que la ONU investigue o verifique la carencia de esos derechos e impida
avances sustantivos en labores humanitarias.
* Vicecoordinador de la fracción panista en la
Cámara de Diputados