La Jornada Semanal,  2 de junio del 2002                         núm. 378
Andrea Blanqué

Emilia Pardo Bazán: una voz gallega

Pionera en casi todo: feminismo, periodismo crítico, naturalismo literario, liberación sexual, humor casi suicida, libertad de cátedra... Emilia Pardo Bazán forma, con Pérez Galdós y Clarín, la “triada de la literatura decimonónica en España”. En este ensayo, Andrea Blanqué nos entrega el perfil de esta mujer excepcional y nos invita a leer de nuevo Los pazos de Ulloa, Cuentos de la tierra, La tribuna, Insolación, El cisne de Villamorta y La sirena negra. La vida de Emilia se basó, en buena medida, en un consejo de su inteligente padre: “Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para dos sexos”.

En el primer año del siglo XXI se cumplieron los ciento cincuenta años del nacimiento de Emilia Pardo Bazán. Se ha dicho que, tal vez, los lectores de la actualidad estén en mejores condiciones de disfrutar y de admirar la obra de esta gran escritora española, más aún que los lectores del pasado siglo XX.

La vida de Pardo Bazán estuvo llena de escándalos y polémicas, pero quizá la más famosa tiene que ver con su función de teórica y promulgadora de los principios del Naturalismo en la España decimonónica. Desde París, en sus maletas, Doña Emilia llevó a Madrid las propuestas técnicas de Zola y un amor infinito por los grandes novelistas rusos, como Dostoievski, Turguéniev y Tolstoi. Corría la década de 1880.

Muchos de sus contemporáneos –sesudos académicos españoles de enormes mostachos– se burlaron de ella sin piedad, intentando pulverizarla y acusándola de esnobismo y afrancesamiento, e insistieron en que todo lo que viniera de su pluma era resultado del servilismo, de su voluntad de estar a la última moda.

Los castizos caballeros de letras, presas del chauvinismo, no dieron la oportunidad a esta mujer de cultura pasmosa y agudeza crítica de demostrar que ella, efectivamente, había descubierto más allá de los Pirineos una literatura funcional: la gran novela realista europea. Y la traía al castellano, a coexistir con las obras de Pérez Galdós, de Leopoldo Alas "Clarín" y, por supuesto, con las propias.

Pardo Bazán fue una autora asombrosamente prolífica: decenas de novelas y centenares de cuentos la colocan en la primera línea de la mejor narrativa española. Hoy, cuando se dice que cada vez menos gente lee a los escritores de la Generación del 98, permanece, en cambio, cada vez más fresca y viva, la tríada decimonónica de Galdós, Clarín y Pardo Bazán.

MUJER FUERTE

Su narrativa aún permite una lectura apasionada. No se ha apolillado, como mucha de la literatura de sus mojigatos detractores. Es más: a comienzos del siglo XXI ningún lector puede horrorizarse con La madre naturaleza, La tribuna o Insolación. La narrativa contemporánea –el cine y la novela– nos tiene habituados a los detalles de la realidad, aunque sean duros o escabrosos. No existe el concepto de eludir aquello que no es de buen gusto. Es un arte sin censura.

Emilia abatió también la censura dentro de sí, aunque como artista consciente sabía que la literatura no era un documento sino que implicaba una precisa labor de selección. Y al no escribir autocensurada –era una mujer con una confianza enorme en sí misma– pudo construir un fresco de la Galicia de hace un siglo, ancestral, bárbara y violenta, inmortalizándola en Los pazos de Ulloa y en Cuentos de la tierra, como nunca antes nadie lo había hecho. Consiguió –por ejemplo, en su novela La tribuna– crear una sobrecogedora pintura de las fábricas del capitalismo decimonónico, después de haberse internado a observar en acción la vida de las obreras del tabaco y sus lamentables condiciones laborales. En plena era victoriana logró hablar, además, de la sexualidad de las mujeres, del derecho al deseo, construyendo personajes femeninos inolvidables en situaciones de alto tenor erótico: Asís, la aristocrática protagonista de Insolación; Leocadia, la fea maestra del pueblo de El cisne de Vilamorta; como Esclavitud, la sirvienta suicida de Morriña; Annie, la niñera inglesa de La sirena negra, que antes de ser violada por un hombre refractario y hedonista, le encaja a éste una soberbia bofetada.

HIJA ÚNICA

La proverbial autoconfianza de la escritora tiene que ver con los vientos a favor que soplaron en su cuna. No es casual que la primera mujer española que desempeñó una cátedra universitaria, la primera periodista profesional de la península, la principal ideóloga del feminismo decimonónico en España, y la gran narradora del siglo xix en idioma castellano, hayan sido la misma mujer: Emilia Pardo Bazán.

Nacida en 1851 en La Coruña –en aquel tiempo considerada la ciudad más liberal de España– era hija única y amada de un matrimonio rico y burgués con antecedentes nobiliarios, con un padre progresista, partidario de la educación de las mujeres y de la igualdad de derechos entre éstas y los hombres.

Los hombres feministas abundarán en la vida y en la obra de Emilia: su primera publicación, en 1876, será un estudio sobre el padre Feijóo, el monje gallego del siglo xviii que defendió en sus escritos los derechos de las mujeres. También Emilia será admiradora y prologuista de las obras del filósofo feminista inglés Stuart Mill. Y a pesar de que entre sus múltiples personajes –escribió más de 580 cuentos– suelen aparecer hombres rústicos que despliegan su violencia contra esposas, hijas, sobrinas, concubinas y sirvientas, es notable que a menudo las ideas feministas de Pardo Bazán sean promulgadas por personajes masculinos, como el comandante Gabriel Pardo, que aparece y reaparece en distintas novelas a la manera de Balzac.

Don José Pardo Bazán dijo un día a su hija algo que ella no olvidaría nunca: "Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para dos sexos." Emilia reivindicó los derechos de las mujeres pero nunca asumió una posición de víctima, ni siquiera cuando la Real Academia Española rechazó una y otra vez la posibilidad de que ella ocupara uno de los treinta y seis sillones por ser mujer. A diferencia de George Sand –que también había sido una niña rica y mimada, estimulada por una aristocrática abuela–, Pardo Bazán nunca quiso ocultarse en un seudónimo masculino. Se sentía orgullosa de su nombre, al que no anexó el de su marido. Hubo quienes pensaron que se trataba de un escritor varón con seudónimo de mujer; otros aceptaron que se trataba de una escritora, pero decían de ella: "Esta mujer es mucho hombre." El filólogo e historiador de literatura española Julio Cejador decía de ella que tenía "vanidad de mujer y literatura de varón", continuando su veneno con el comentario "de los buenos escritores es ella uno de los peores".

La misoginia se cebó en ella cuando sus novelas naturalistas comenzaron a hacerse famosas y a ser leída ardorosamente en la década de los ochenta del siglo antepasado. Un crítico contemporáneo, Luis Alfonso, escribió: "¿Cómo una buena madre de familia, esposa y dama honesta puede ser naturalista? ¡Horror! Esta señora honorable, además, se complace en salpicar sus escritos literarios de palabras de baja estofa y en exponer algunos pormenores de obstetricia en su novela más reciente." En efecto, en Los pazos de Ulloa hay un larguísimo parto que parece no terminar nunca, mientras el personaje del médico habla y habla de política.

La lengua y la pluma vivaz de Pardo Bazán no tardaron en contestar a Luis Alfonso, preguntándose si el argumento de ser buen padre, esposo y hombre distinguido invalidarían a un varón publicar lo que él creyera oportuno.

MUCHOS LIBROS

La clave para entender la excepcionalidad de la escritora está, por supuesto, en su innata inteligencia y en su talento, pero también en su educación. La madre enseñó a leer a una hija que desde los siete u ocho años se convirtió en una ávida lectora. En sus apuntes autobiográficos sostuvo que sus lecturas preferidas de la niñez eran la Biblia, el Quijote, y la Ilíada. Trasegaba entre las fabulosas bibliotecas de sus padres y sus parientes: "Libros, muchos libros que yo podía revolver, hojear, quitar, poner otra vez en el estante." Consumió literatura de adultos durante años, quietecita en un rincón. Pero el pequeño ratón de biblioteca fue también una niña feliz: entre sus juguetes, el preferido era un caballo de cartón al cual se subía imitando a los campesinos de su tierra, Galicia. Había también entre ellos, mezclados, una locomotora que le fascinaba y muñecas vestidas de raso con tirabuzones en el pelo.

La rica familia gallega pasaba los inviernos en Madrid, y la niña fue inscrita en el mejor colegio francés laico de la capital. La precoz Emilia no soportó la mediocridad con que se educaba a las chicas en el siglo XIX. Desde entonces fue una total autodidacta: pidió a su padre que le cambiara las clases de piano por las de latín –para así poder leer directamente la Eneida–, hablaba a la perfección francés, y con los viajes de su cosmopolita familia pronto también aprendió a hablar y leer inglés, alemán e italiano. Devoradora de cultura, leía además novela francesa, filosofía alemana, poesía romántica y todas las novedades habidas y por haber en el campo de la medicina, que parece haber sido una vocación latente y frustrada (las enfermedades, las curas y los médicos forman una parte importante de su narrativa).

En 1868 se casó con un muchacho estudiante de abogacía, José Quiroga, al parecer por amor. El chico estudiaba en la Universidad de Santiago; la pareja fue mantenida por los padres y tardó ocho años en tener un hijo, Jaime, acontecimiento que la llenó de dicha mientras ya se encontraba escribiendo sistemáticamente. El bebé le inspirará su único libro de poesía titulado, significativamente, Jaime. Pocos años después nacerán sus hijas Blanca y Carmen. La felicidad que le producen los hijos no empaña su deseo de escribir: por el contrario, con los niños pequeños se vuelve más prolífica y en la década de los ochenta escribe prácticamente una novela por año, además de multitud de artículos y cuentos.

PAPELES Y PAÑALES

La descripción de los bebés, de los niños y del amor que producen son descritos en su obra con un realismo y una vivacidad fuera de lo común. El personaje-niño que se gana la obra de Pardo Bazán es Perucho, el hijo bastardo del marqués de Los pazos de Ulloa y de una sirvienta que le sirve de concubina. La belleza de Perucho, detrás de la mugre y el abandono en que el violento mundo adulto lo tienen sumergido, es sobrecogedora. También el niño huérfano de La sirena negra, a quien adopta un hombre soltero, enfermo de spleen, protagoniza la escena de mayor intensidad de la novela, recibiendo un tiro azaroso abrazado a las rodillas de su protector.

En las novelas y cuentos de Pardo Bazán hay embarazos, partos, bebés, nodrizas, amamantamientos por doquier, y también animales que hacen lo propio en el eterno ciclo de la vida del primitivo mundo campesino de Galicia, descrito con una vitalidad única en la literatura española.

Pero si bien la maternidad no fue un escollo en su activísima carrera de escritora, sí lo fue su matrimonio. Cuando los adolescentes Emilia y José se casaron, ella era una chica inteligente y erudita, pero no una estudiante. En sus tiempos, las mujeres no podían concurrir a la universidad. No obstante, Emilia le hacía los "deberes" a su marido: le tomaba las lecciones e incluso le escribía ella los trabajos. Con el tiempo, el carácter pasivo y tímido del marido los irá distanciando. En la década de los setenta la joven intelectual, que ya comienza a producir sus escritos, no busca alianza en su marido sino en sus amigos. Por ejemplo, Francisco Giner de los Ríos, el fundador de la famosa Institución de Libre Enseñanza –tan determinante para la posterior Generación del 98–, quien la apoyará incondicionalmente.

BODAS FALLIDAS

En 1879 escribe su primera novela, Pascual López. Autobiografía de un estudiante de Medicina, y poco tiempo después se enferma de hepatitis. Para curarse vieja al balneario de Vichy, donde concibe su segunda novela, que será publicada bajo el título Un viaje de novios (1881), la historia de un matrimonio mal avenido. En un viaje de bodas, el hombre baja un momento a la estación y pierde el tren; la mujer, dormida, continúa el viaje sola y conoce al hombre de quien verdaderamente se hubiera debido enamorar. La novela avanza y demuestra que el marido, un hombre rústico, se había casado con ella por la rica dote. Pero la mujer renuncia a la posibilidad del amor al comprender que está embarazada del esposo.

El fracaso del matrimonio y la verdadera dimensión del cónyuge aparecen también en Los pazos de Ulloa cuando el bestial marqués rechaza a su esposa, quien en lugar de parir un crío da a luz una niña. Pero la frágil y bizca esposa puede, aun amenazada por el fantasma de la muerte, crear un vínculo alternativo a ese abominable matrimonio, construyendo una relación apasionada, aunque sin sexo, con el cura Julián.

Como cuentista, Pardo Bazán a menudo ha sido comparada con Maupassant. Uno de sus relatos más conocidos –un clásico de las antologías– es también el primer cuento considerado netamente feminista en la literatura española del siglo xix. Se titula "El encaje roto", e incluye el siguiente pasaje: antes de casarse, una mujer que está probándose el velo de novia lo rasga sin querer. Ello le permite divisar la cara de furia del marido ante su presunta torpeza, y el odio de ese rostro es un aviso que le permite renunciar al casamiento. Pero aunque en sus libros retrate maridos iracundos, no parece haber sido ésta su experiencia con José Quiroga, sino otra igualmente decepcionante.

En 1883, cuando la escritora pública La cuestión palpitante, su famoso libro de ensayos que difunden y defienden el Naturalismo en España, su marido no puede soportar las recriminaciones que se le hacen a la esposa desde tantos ámbitos, y le prohibe continuar escribiendo. La escritora debe optar entre su matrimonio y su profesión. Lo hace: se separan amistosamente y con discreción. Él vivirá en su castillo de Orense; ella se queda con los hijos, y con ellos vivirá repartidamente entre La Coruña –el señorial Pazo de Meirás– y Madrid. Su marido no pudo ser el amigo que disfrutara los triunfos con ella.

GALDÓS,  AMANTE

Alrededor de 1889, separada y cada día más firme como escritora y como mujer, Emilia parece encontrar al compañero que la ama y la entiende: es el tiempo de su relación amorosa y amistosa con Benito Pérez Galdós. Con casi cuarenta años, la escritora le habla en una carta de la cantidad de pelo blanco que ya le ha crecido. El autor de Tristana y Fortunata y Jacinta tiene, por su parte, cincuenta. Se admiran mutuamente, se aconsejan y, por supuesto, se leen. Es una relación oculta: su amor se develó muchas décadas después, cuando fue publicado su epistolario –nunca dado a conocer por completo. Las cartas hablan del cuidado que tuvieron en preservar la clandestinidad de los encuentros. También habla de la tolerancia con que se relacionaron, conformando una pareja abierta. Galdós continuó teniendo sus queridas ocasionales y sus mantenidas estables. En el balneario Arenys de Mar, ella tuvo una relación con un joven y atractivo escritor, Lázaro Galdiano, editor de una revista en la que Emilia colaboraba activamente. Algo sucedió entre ellos, aunque la correspondencia que se enviaron nunca se hizo pública.

La escritora habla del affaire con Galdós en sus cartas: "De mis picardías ¿qué quieres que te diga? Tú eres más indulgente para ellas que yo misma." Y más adelante: "Ante la moral oficial no tengo defensa, pero tú y yo se me figura que vamos un poco nihilistas en eso." Emilia y Pérez Galdós constituyen una de esas parejas de artistas famosos que pueblan el arte occidental, pero según sus cartas, no parecen haber tenido entre ellos el componente tanático de tantas otras, a lo Rodin y Camille Claudel. El epistolario está lleno de tiernas declaraciones de amor que dedica doña Emilia a don Benito –"mi miquiño", "mi ratoncito amado", "vidita", "te muerdo un carrillito y te doy muchos besos por ahí en la frente y en el pelo y en la boca". Pero hay también entre ellos una complicidad ejemplar, una solidaridad humana y literaria que los hace sentirse únicos en el universo: "Lo imposible y lo temible era que no nos viésemos, que suprimiésemos nuestra comunicación cuando nuestras almas se necesitan y se completan, y cuando nadie puede sustituir en este punto a tu Porcia. No deseo ciertamente que me hagas una infidelidad, pero aún concibo menos que te eches una amiga espiritual, a quien le cuentes tus argumentos de novelas. A bien que esto es imposible; verdá, mi alma, ¿qué es imposible?"

El pasaje más risueño de la correspondencia es el siguiente: "Pánfilo de mi corazón: rabio también por echarte encima la vista y los brazos y el cuerpote todo. Te aplastaré. Después hablaremos tan dulcemente de literatura y de Academia y de tonterías. ¡Pero antes te morderé un carrillito!" Doña Emilia fue una de las gordas más famosas de la cultura. Gallega robusta, gustaba del buen comer –las descripciones de las comidas y las cocinas en sus libros con casi fotográficas. Asimismo, tenía un leve estrabismo en un ojos. Pero ninguno de estos detalles parece haberle arruinado la conciencia de su propio valer como mujer y como escritora.

INDEPENDENCIA CREADORA

La década de los ochenta fue el momento de oro de la producción narrativa de Pardo Bazán, que coincide con su estética naturalista: en 1882 publica La tribuna; en 1884, El cisne de Vilamorta; en 1886 su obra maestra, Los pazos de Ulloa, y al año siguiente su continuación, La madre naturaleza; en 1889 dos novelas bellísimas: Insolación y Morriña. Paralela a la producción de novelas está también su producción teórica, La cuestión palpitante, de 1883.

Aunque promulgadora de la estética de Zola, la narrativa de Pardo Bazán no surge de la aplicación de rígidos principios técnicos sino de su propio talento, que supo tomar del naturalismo aquello que mejor venía a su creatividad. En su proyecto literario usó el determinismo de los factores sociales y biológicos –a pesar de ser católica. Con ella queda superado todo rastro de los vicios del Romanticismo tardío en la novela española, cursis clisés que hacen poco disfrutables, por ejemplo, las novelas de otra gran escritora gallega: Rosalía de Castro.

La descripción de ambientes con precisión documental, que era una de las consignas del naturalismo de Zola, es en la pluma de Pardo Bazán mucho más que una receta y resulta uno de los grandes hallazgos de su narrativa. Cuando en Los pazos de Ulloa el cura Julián llega a la decadente mansión del bestial marqués de Ulloa, la descripción de la cocina, de los enseres, de las habitaciones, de la mugre y la sordidez de aquellos seres que viven fuera de las normas, en transgresión perpetua, es una de las más logradas páginas de la literatura española. La madre naturaleza, segunda parte de Los pazos de Ulloa, trata del amor incestuoso entre el hijo natural del marqués, Perucho, y la hija habida en matrimonio, Manuela, que son hermanos aunque no lo saben. Los encuentros de los enamorados se producen durante el esplendor del estío: las descripciones del campo, los árboles, los frutos, los animales de establo, los pobrísimos trabajadores rurales, los castros que dejaron los celtas, son el marco para escenas de amor de gran sensualidad que se ganan el tiempo de la novela antes de que se precipite la tragedia.

Insolación parece seguir los preceptos del naturalismo a rajatabla, aunque hoy pueden leerse vivos y nada caducos. Esta novela, que causó un aluvión de escándalos en su tiempo y que hoy es el libro de Pardo Bazán que más gusta a las feministas españolas, es la historia de una aristocrática viuda de treinta y pocos años que, en la romería de San Isidro, acepta la compañía de un joven andaluz sin saber apenas quién es –un verdadero playboy, en realidad. Las descripciones de la marea popular, la muchedumbre goyesca, la música y el baile, los gitanos, las orillas del río Manzanares, el vino, las comidas humeantes, el terrible calor y el sol de Castilla, son el vértigo preciso para que Asís, la protagonista, vea crecer adentro hasta límites insospechados el deseo por un auténtico desconocido. La atracción por ese hombre es abrasadora e inescapable como una insolación. Al final de la novela, cuando por fin desde el erotismo y la fantasía se pasa a la alcoba y a la cama, doña Emilia cierra la historia con la decisión de ambos disparejos personajes de convertirse en pareja legal: un matrimonio.

CONTRADICCIONES

Puede cuestionarse –y, de hecho, se le ha reprochado más de una vez– el carácter conservador de los finales de estas novelas, que desatan por la historia una revolución contra todas las represiones pero que finalmente se acomodan en su final a la moral católica.

Es verdad que Emilia tenía sus ambigüedades: ya en La tribuna resulta decepcionante el final de la revolucionaria e inolvidable obrera Amparo. También es empobrecedor que Manolita, la libre muchacha de La madre naturaleza, decida meterse en un convento al enterarse de que el hombre que ama y con quien se ha iniciado es su hermano. La insalvable diferencia entre las clases sociales es respetada con todo rigor en Morriña, donde una joven sirvienta gallega, enamorada del señorito, sólo ve como alternativa las ruedas de un tren.

Pardo Bazán ostentó siempre el título de condesa que había heredado de su padre, quien sin embargo no lo obtuvo de su familia sino del Papa. Era católica, monárquica, y no la sedujo la posibilidad de una España republicana. Pero un viento de libertad recorre su obra de ficción y sus ensayos, sobre todo aquellos reunidos en La mujer española. Sólo una cabeza progresista pudo haber escrito, en 1904, que "el movimiento feminista es la única conquista totalmente pacífica que lleva trazas de obtener la humanidad. El mejoramiento de la condición de la mujer ofrece estas dos notas que conviene no perder nunca de vista: a) que no cuesta ni puede costar una gota de sangre; b) que coincide estrictamente su incremento con la prosperidad y grandeza de las naciones donde se desenvuelve. Ejemplo: el Japón, Rusia, Inglaterra, Suecia, Noruega, Dinamarca, Estados Unidos".

Era una mujer de extracción social privilegiada, a pesar de que trabajaba largas horas por día y que desde la muerte de su padre vivió del periodismo, de sus clases y conferencias y de lo que ganaba con su pluma. Pero su obra es un gran fresco de todos los estratos sociales. Su admiración por el pueblo y su mirada aguda sobre la cultura de los campesinos, la ayudaron a afianzar su convicción en la igualdad de los sexos y en el derecho de las mujeres a la educación y al trabajo: "En gran porción del territorio español, la mujer ayuda al hombre en las faenas del campo, porque la igualdad de los sexos, negada en el derecho escrito y en las esferas donde se vive sin trabajar, es un hecho ante la miseria del labrador, del jornalero o del colono. En mi país, Galicia, se ve a la mujer, encinta o criando, cavar la tierra, segar el maíz y el trigo , pisar el tojo, cortar la hierba para los bueyes. [...] El pobre hogar de la mísera aldeana, escaso de pan y fuego, abierto a la intemperie y al agua y al frío, casi siempre está solo. A su dueña la emancipó una emancipadora eterna, sorda e inclemente: la necesidad."

CAMBIO DE ESTÉTICA

A fines de la década de los noventa se observa a una Emilia Pardo Bazán cansada del naturalismo. Como autora prolífica, llena de curiosidad e inquietudes intelectuales y estéticas, se la ve allanar otros caminos, aunque las nuevas rutas no siempre le salen bien. En esa época escribió auténticos bodrios como El saludo de las brujas o Misterio, novelones a la manera de Alejandro Dumas con príncipes prófugos y ridiculeces diversas.

Un libro tardío que viene siendo rescatado por la crítica contemporánea es La quimera. Publicada en 1905, en la novela se ve un corrimiento hacia la estética modernista, que Emilia absorbió no sólo a través de Rubén Darío sino también a través de sus frondosas lecturas de literatura inglesa. La quimera es una novela larguísima con capítulos en donde no pasa absolutamente nada. El protagonista, Silvio Lago, es un pintor protegido por una famosa compositora aristocrática que le presenta a sus conocidas para que el artista se gane la vida pintando señoras ricas de Madrid. Sin embargo, Lago persigue una quimera: ser un gran artista, escapar de la mediocridad. El drama por los anhelos del pintor y las turbias historias amorosas y sexuales de éste con sus modelos, es lo que la autora utiliza como pretexto para hablar de problemas metafísicos y estéticos. En las antípodas de Los pazos de Ulloa, la escritora recuerda sus tendencias artísticas de veinte años antes sólo cuando describe con precisión la agonía del tuberculoso pintor.

Por momentos cercana a Las alas de la paloma, de Henry James, a la morosidad exasperante de la novela se contrapone el interés que suscita el hecho de haber sido un asunto absolutamente autobiográfico: la novela se basa en la auténtica relación entre la escritora y un joven pintor gallego –Joaquín Vaamonde– que Emilia protegió cuando éste regresó de Buenos Aires.

La gran novelista vuelve a generar entusiasmo desde el Modernismo con la tremenda novela La sirena negra (1908), escrita a casi a los sesenta años. Con escenas que parecen tomadas de los cuadros de Sorolla, esta novela profundamente espiritualista tiene la particularidad de introducirse –en primera persona– en la cabeza de un personaje masculino indolente y descreído, a quien el destino termina por darle una gran lección.

Emilia Pardo Bazán murió en 1921, llena de gloria y publicaciones, pero al escribir La sirena negra la sensación de la muerte se escurría por su vitalísima pluma: "El cuerpo de mi sirena no es blanco, su pelo no es rubio: tiene su forma lo indeterminado de los senos sombríos de donde sale, y su melena se parece a la inextricable maraña de las algas, suspensas, enredadas y penetradas por esta luz líquida. Creo verla ascender despacio, ávida y amenazadora, como si me dijese: Eres mío, no huyas."