Germaine
Gómez Haro
entrevista
con Agustín Hernández
Estructura,
forma y función
Arrojo y provocación
son dos de los principales atributos que Germaine Gómez Haro encuentra
presentes, entre muchos otros, en la obra arquitectónica de Agustín
Hernández. Responsable de obras como la Escuela del Ballet Folclórico
de México y el Heroico Colegio Militar una de sus creaciones de
las que más se enorgullece, Hernández también ha
plasmado en el lenguaje escultórico las metáforas visuales
de su universo personal. De la conjunción de estos dos ámbitos
versa la entrevista que Gómez Haro sostuvo con este creador.
La
creación del célebre arquitecto Agustín Hernández
(México, df, 1928) ha sido, a lo largo de casi cinco décadas,
sinónimo de arrojo y provocación. Obras de una deslumbrante
riqueza plástica como el Heroico Colegio Militar (1976), la Escuela
del Ballet Folclórico de México (1968) o el Centro Corporativo
Calakmul (1994) marcan, estética y técnicamente, un parteaguas
en la historia de la arquitectura mexicana contemporánea. Desde
sus inicios, Hernández conformó un lenguaje renovador y un
estilo personal que han dado lugar a numerosos reconocimientos nacionales
e internacionales. Vale la pena recordar las palabras premonitorias de
Gerardo Murillo, el Dr. Atl, con motivo del proyecto de tesis que el novel
arquitecto presentó en la Escuela Nacional de Arquitectura de la
unam en 1954: "Su estética es muy original, los volúmenes
han sido proyectados en el espacio con audacia." Efectivamente, el innovador
Centro Cultural de Arte Moderno que recibió la mención honorífica
por unanimidad, fue piedra de toque de la incansable búsqueda y
experimentación que Agustín Hernández ha llevado hasta
las últimas consecuencias en su arquitectura. Ahora, la creación
monumental deviene íntima en una serie de elegantes esculturas de
mediano formato, cuyo poder evocador encierra misterios ocultos en composiciones
formalmente minimalistas, pletóricas de símbolos poéticos
y metáforas visuales que el artista entrevera, como el antiguo Tlamatini,
para expresar sus deseos y sueños en una sutil fusión de
lo ancestral y lo contemporáneo.
Bajo el título de Escultura simbólica
se presentó en la Casa Lamm su obra reciente, trabajo de "inherente
monumentalidad" a decir de la doctora Lily Kassner realizado en materiales
tan diversos como mármol, cristal de roca, obsidiana, acero inoxidable,
piedra volcánica, bronce y plata. Un soberbio Chac Mool fue la pieza
central de la exhibición. Su fuerza tectónica, matizada por
un sutil juego de líneas, sobrias y nítidas, cinceladas con
la precisión del cirujano, denota un vigor expresivo que recae en
el ritmo y la proporción de las formas apenas sugeridas...
Si
te fijas, a diferencia del Chac Mool original, que tiene una mirada penetrante,
éste no tiene ojos. O más bien: Está mirando al infinito...
¡Es un oráculo! Su diseño parte de líneas muy
concretas: Taus, Iks y flechas que van hacia arriba y hacia abajo.
Explícanos el simbolismo del
Tau-Ik...
En el universo prehispánico, esto
tiene que ver con el soplo divino, con la creación; por consiguiente,
con el ciclo de la lluvia que da paso a la vida. Es la doble T, imagen
representativa de la vida y la muerte, que da forma a la cancha de juego
de pelota y que, repetida en serie, conforma las grecas escalonadas que
adornan las fachadas de algunos edificios prehispánicos como Mitla,
Cholula o Chichén Itzá.
Tu arquitectura se caracteriza por
el rigor extremo en la forma y en la estructura, una perfecta síntesis
de armonía y equilibrio. ¿En tu creación tiene cabida
el azar?
El
azar actúa en el momento del encuentro con la idea, lo que se conoce
como "inspiración", es decir, ese chispazo que de pronto llega,
cuando usualmente se dice "se me encendió el foco". La idea aparece
por azar, cuando menos la esperas, pero igual se te va como se escurre
el agua entre las manos o se diluyen los sueños que no logras detener.
Hay que dejar abierta la mente para alcanzar el nivel del ensueño,
del subconsciente, y es ahí dónde actúa el azar. Mi
mamá siempre me decía: "¡Estás en la luna!"
Y efectivamente, sigo en la luna... Cuando me llega una idea, empiezo a
hacer bosquejos, a darle forma y contenido. Como tengo la disciplina de
la arquitectura, no puedo hacer algo así nomás, la forma
por la forma. Todo tiene que ir de acuerdo a una proporción, a una
geometría, a una matemática, y, sobre todo, a una simbología.
Pero el azar es siempre algo inexplicable. Por ejemplo: cómo surgió
el concepto de mi despacho. Estaba en la casa de Acapulco haciendo dibujitos
debajo de una palapa y de plano no me salía nada, cuando, de pronto,
volteé hacia arriba y, ¡ahí encontré la solución!
Comencé a proyectar una palapa de concreto y aquí la tienes:
es como un árbol anclado a la roca, no tiene cimentación.
El despacho de arquitectura de Hernández,
ubicado en Bosques de las Lomas, es un portentoso cuerpo escultórico
conformado por un fuste coronado por cuatro volúmenes poliédricos.
Esta obra altamente innovadora conjuga, de manera ejemplar, funcionalidad
y estética.
Una de las características, tanto
de tu arquitectura como de tu escultura, es que están permeadas
de símbolos, en su mayoría provenientes de la cosmogonía
prehispánica.
¿Cuándo y cómo
se da tu interés por el mundo mesoamericano?
Desde niño sentí esa atracción,
pues era el más prieto de la familia y me creía indígena.
Íbamos de vacaciones a Tuxpan y me la pasaba rascando en la tierra,
desenterraba miles de figurillas preciosas. Después me entró
la obsesión y me dediqué a visitar todas las zonas arqueológicas
y a leer libros sobre arte prehispánico. Si te fijas (señala
un montón de libros apilados) casi todos versan sobre ese tema.
Mencionas que has sido un gran lector,
y hay que agregar que también escribes poesía y una hermosa
prosa poética que fue publicada por la unam bajo el título
de Gravedad, Geometría y Simbolismo (1989). ¿Qué
te gusta leer?
Curiosamente, nunca leo poesía
ni sobre arquitectura. Me interesa estar al día en cuanto a la tecnología,
pero es muy fácil contaminarse con las formas de otros, por lo que
evado los escritos sobre arquitectura. En realidad, me gusta leer de todo.
Mis autores favoritos son Borges y Shakespeare y me encantan los textos
de esoterismo y todo lo relacionado con la simbología universal.
Escribir poesía es sólo un divertimento, pero, con
motivo de esta exposición, me gustó acompañar cada
escultura de un poema que funciona como su complemento.
Tus
esculturas están inspiradas en la simbología universal, y
en particular, hacen alusión a motivos provenientes del universo
prehispánico, como el hacha ceremonial totonaca "Tlaloques alados
acompañan a Tláloc/ a hendir las nubes con sus hachas",
el Metlatl (metate náhuatl) "El hombre fue creado de maíz/
Origen de la vida/ Alimento supremo y espiritual", el espejo de obsidiana
de Tezcatlipoca "El que todo lo ve/ el que todo lo sabe/ El Dueño
del tiempo", y van acompañadas de poemas que fusionan la expresión
plástica y la escrita. ¿Te consideras creador de un estilo?
No, nunca he pretendido tener un estilo
definido, ni en arquitectura, ni en escultura, me parece que eso sería
lo más cómodo del mundo. Ahora que hay tanta variedad de
materiales y técnicas constructivas, lo que me interesa es la búsqueda
y la experimentación. Seguir un estilo me aburriría.
¿Qué relación
hay entre la creación arquitectónica y la escultórica?
Son dos preocupaciones distintas. La arquitectura
es un espacio habitable creado para el hombre. Como en escultura no hay
tal, he buscado la posibilidad de dotar a algunas piezas de un "espacio
interior", con el fin de que el espectador interactúe con la obra
y forme parte de ella. Por ejemplo, en Tlamatini que se refiere
al sabio que ve las estrellas se crea un juego visual al mirar a través
del cristal de roca que da la idea de firmamento.
También se percibe en esas esculturas
una intención lúdica; algunas de ellas no son piezas estáticas
para ser contempladas, sino que incitan al espectador a la participación,
al juego, como es el caso de Tango, pieza móvil que, al ser
tocada, evoca el sensual baile y el bandoneón. ¿Cuándo
nació tu interés por la escultura?
Hay
una anécdota muy vieja. Cuando estudiaba en la Academia de San Carlos,
el maestro Bárcenas nos daba el taller de modelado en un salón
enorme y congelado. Como en ese entonces yo era medio "fresa", me chocaba
ensuciarme con el barro, y, además, me moría de frío.
En una ocasión, el maestro nos puso a copiar un tigre. Yo me apuré
para poder irme rápido, pero la verdad es que me salió muy
bien; el maestro me calificó con un diez y me dijo que me autorizaba
a no asistir más a su clase, pues había sido el único
capaz de imprimir en mi trabajo la fiereza del tigre. Yo, de idiota, le
hice caso y ya no volví al taller. ¡Fíjate de lo que
me perdí! Me habría encantado desarrollar la escultura desde
entonces. En 1994 organicé en el Museo Tamayo una exposición
colectiva con algunos amigos, en la que participaron los artistas Federico
Silva, Ángela Gurría, Sebastián, Manuel Felguérez,
Ivonne Domenge, Leslie Patricia Bunt, y mis colegas Legorreta, Norten,
Óscar Bulnes, González Gortázar. La idea era mostrar
las diferentes aportaciones entre unos y otros. Yo me quedé picado
y seguí trabajando hasta reunir esta serie. ¿Sabes cuál
es la gratificación más importante que me ha dado la escultura?
El tiempo. El proceso de la obra arquitectónica es tan largo...
Hacer esculturas es un buen estimulante, una especie de "descanso estético"
entre los grandes proyectos.
¿Has tenido amistad con muchos
artistas?
En realidad no, he sido un ratón
de restirador. Soy poco sociable, más bien solitario. Me gusta leer
y pensar. Mi hermana Amalia sí se movió en un ámbito
intelectual desde muy joven. Ya ves, sus maridos fueron José Luis
Martínez y Rafael López Malo. Ella y yo fuimos muy cercanos,
nos quisimos mucho, de modo que, a través de ella, conocí
a mucha gente.
No es lo común encontrar dos
artistas de esta talla en una familia. ¿Tus padres les fomentaron
intereses artísticos?
Para nada. Mi padre fue contador público
y luego político: diputado, senador y jefe del Departamento Central.
Era un hombre muy dinámico y alegre y esa fue su mayor enseñanza.
Una sola vez lo vi triste y cabizbajo: "¡Mi partido me rechazó
mi candidatura!", se lamentaba. Imagínate, tenía noventa
y cuatro años y quería seguir en acción. Yo pensaba
ser ingeniero mecánico-electricista, pues deseaba inventar algo.
Mi mamá me obligó a estudiar arquitectura y lo hice por darle
gusto. Rechacé la escuela durante dos años y luego ya me
gustó. Pero persistió la idea de inventar algo.
La obra de Agustín Hernández
ha sido tema de varios libros monográficos e incontables artículos
y estudios en publicaciones nacionales e internacionales. Es de llamar
la atención un escrito de Diego Rivera, fechado en octubre de 1954,
en el que el pintor percibe con agudeza la esencia de la estética
del joven arquitecto: "Una adecuación completa a la función
de sus edificaciones y un juego de volúmenes en el espacio que al
mismo tiempo traza un coeficiente de nuevo, que no calca estados pretéritos
ni imita otras producciones contemporáneas, y sin embargo, está
modularmente conectado con la gran tradición plástica mexicana."
¿Cómo conoció
Rivera tu trabajo?
Me atreví a mandarle mi tesis y
le encantó. Ese texto es parte de una conferencia que dictó
en el Colegio de México. Por supuesto, fue un gran estímulo
para mí y me dio mucha seguridad.
José Villagrán García,
recientemente homenajeado en el Palacio de Bellas Artes, ha sido considerado
"el pionero de la arquitectura moderna en México". ¿Fue tu
maestro?
Sí, pero la verdad como arquitecto
nunca me interesó. Curiosamente, yo tomé su lugar en la Academia
de las Artes. Entonces, Pani me dijo que tenía que hacer un discurso
sobre él y me advirtió que no se me ocurriera hablar mal.
Me costó trabajo pues su filosofía del arte me parecía
anacrónica y lo veía como antigüito, así es que
me eché un discurso sobre el maestro, el guía. La mera verdad
sigue sin entusiasmarme.
¿Quién de tus maestros
te dejó huella?
El arquitecto Augusto Gómez Palacios,
creador de una verdadera obra de arte: el estadio de Ciudad Universitaria.
¿Qué me enseñó ese maestro? Primordialmente,
el amor a la estructura. Muchos arquitectos diseñan planos y fachadas
pero se olvidan de la estructura, y la naturaleza es precisamente eso,
estructura, forma y función, una trinidad indivisible. Lo demás
es construcción, no arquitectura.
¿Cuál de tus obras constituyó
el mayor reto y cuál es tu favorita?
El
Colegio Militar, en todos los sentidos. Desde el simple hecho de convencer
al secretario y a los generales. Tuve que hacer uso de la psicología
y hasta modificar mi léxico y tono de voz: "Mi general le dije
categóricamente, esto no es una obra arquitectónica, ¡es
una epopeya histórica!" El proyecto se basó en un centro
ceremonial prehispánico, en la grandiosidad de Monte Albán.
Cuantitativamente, es mi mayor gratificación, pero mi despacho es
mi mayor satisfacción, porque conjuga integralmente toda la creatividad.
Desde su cimentación, fue y sigue siendo moderna, ya que logra la
unión de estructura, forma y función, además de la
inventiva.
¿Cuál es para ti la obra
emblemática de la arquitectura moderna mexicana?
El Museo Nacional de Antropología
e Historia. ¡Me fascina! Fui recientemente y me sigue sorprendiendo.
Para mí, es la mejor obra que se ha realizado en México y
la maravilla es que se conserva siempre joven.
Desde tus años de estudiante
has desempeñado una importante e ininterrumpida labor docente, participando
en la formación de varias generaciones de arquitectos. ¿Qué
consejo esencial le darías a tus jóvenes discípulos?
Algo muy sencillo que a menudo olvidamos:
que aprendan a pensar y a soñar...
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