Susana
Campos:
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Susana
Campos, cuya vocación por un eclecticismo ejercido a conciencia
la ha convertido en una presencia constante en las artes plásticas,
celebra seis décadas de vida con una exposición que incluye
trabajos realizados desde los años sesenta hasta la actualidad.
Nos sumamos a la celebración publicando este breve y preciso recuento
de la maestra Raquel Tibol.
Para celebrar sus seis décadas de vida, Susana Campos (nacida en la Ciudad de México) inauguró el 30 de mayo, en la Casa del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana, un conjunto de treinta y siete pinturas realizadas entre 1967 y 2001, así como un grupo de diez esculturas blandas (Sensualidades) trabajadas entre 1998 y 1999. La escultura blanda, género no muy frecuente en México, ha sido cultivado también con acierto por Olga Dondé, Helen Escobedo, Maris Bustamante. De los años sesenta habrá sólo un cuadro, aunque esa década tiene particular importancia en el desarrollo de Susana Campos pues incluye su etapa parisina (1968-1969), cuando pudo captar la querella entre los abstractos calientes y los abstractos fríos, entre los que miraban hacia Oriente y los que se concentraban en el Occidente, entre los místicos y los filósofos, entre los neoacadémicos y los jóvenes rebeldes. Al fin Susana Campos percibió que la abstracción puede tender a lo figurativo sin establecerlo de manera contundente. La actual selección para el autoexamen y la prueba ante el público permitirá constatar su vocación por un eclecticismo estilístico ejercido a conciencia, sin ataduras, dentro del cual permanecen los planos serpentinos, ondulantes, superpuestos en colores contrastados; variaciones que confluyen siempre en un espacio dinámico. A principios de 1960, cuando todavía no contaba los veinte de edad, en el taller libre de pintura animado por Antonio Rodríguez Luna en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la unam, Susana Campos asimiló ciertos principios que han guiado su desarrollo dentro de un espíritu de independencia sin concesiones: 1. La pintura ha de ser radiante, esté sustentada en la realidad o en la fantasía. 2. No es lo mismo aprender a pintar que pintar con altura profesional y artística. 3. No remedar las cosas sino dar vida a un objeto plástico por medio de un tejido de colores. 4. Los ademanes así como el impromtpu manchista son sellos intransferibles, reveladores de lo personal irrenunciable. Lo estático constituye excepción en las composiciones de Susana Campos; casi siempre la dinámica es en ellas eje y pivote. Desde los años setenta del siglo pasado sus temas han variado con frecuencia, pero el ritmo ha permanecido como una constante en ondulaciones, sinuosidades, expansiones y diagonales. Imprimirle movimiento a lo estático será siempre para ella un juego especulativo tan contradictorio como sofisticado. Gracias al movimiento implícito Susana ha podido transitar, sin ortodoxias ni remordimientos, de lo abstracto a lo figurativo y viceversa. Sus obras son argumentos impulsivos en pro de una práctica más o menos ambigua de lo figurativo y lo abstracto. Antes de tantas licencias posmodernas en lo pictórico, ella supo romper con encasillamientos dogmáticos y lugares comunes. En sus telas, planos, líneas y punteados se han desprendido o se han alcanzado, se han superpuesto o se han acumulado, han volado como polen y pétalos multicolores y han caído en jardines de delicias policromas. Si en la abstracción Susana ha privilegiado la sintaxis lírica por sobre el purismo geométrico, en la figuración circunstancias cotidianas y populares, como las del Metro o la cantina con pasarela, fueron tratadas con humor y énfasis plástico formalista. Susana llegó a la neofiguración con madurez suficiente como para limpiarla de patetismos emocionales o sentimentalismos oportunistas, y dejar fluir sin regaños un liviano espíritu crítico. En su dinámica entran los que corren al trabajo y corren al descanso, los que en la era del sida se conforman con mirar sin tocar, las que se contonean sin permitir penetraciones. Distanciado y vigoroso ha sido el neorrealismo expresionista de Susana Campos. En este capítulo sus representaciones ofrecen nitidez visual y enseñan con cierta carga satírica cómo la sociedad hipertecnificada y globalizada deglute a las masas, convirtiéndolas en despersonalizados engranajes. Susana no ha retratado melodramáticamente la desesperanza o la desesperación, sino las conductas impuestas que desdibujan los perfiles individuales, los hacinamientos que convierten a los seres humanos en montones orgánicos, en bloques palpitantes. El Metro, como serpiente roja transformada en franja compacta, deglute y aprieta. La pasarela también es una ancha banda roja capaz en su solidez de soportar los movimientos de las exhibicionistas y la presión de los fisgones. En contrapartida, los contactos amigables o amorosos hacen que los cuerpos se fragmenten, pierdan brazos, ganen alas, y que cabezas sin ojos, sin bocas, se desprendan y floten en atmósferas que no son cielo y no son tierra; son nubes agitadas por ensueños de ilusiones perdidas que escapan como mariposas en busca de su habitáculo. Sin haber olvidado las lecciones de su
maestro Rodríguez Luna (el de los tristes amores), Susana Campos
ha sabido durante décadas aplicar a cada capítulo de su producción
una técnica diferente, la más adecuada para articular visualmente
sus poemas.
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