Teresa del Conde
Ruff: retratos
En el museo Tamayo puede visitarse la exposición de este fotógrafo de Dusseldorf, Thomas Ruff, nacido en 1958, que cuenta con un vasto elenco de exposiciones individuales y colectivas. Posiblemente las más conocidas entre la que se exhiben sean las que corresponden a firmamentos estrellados, que datan de 1990. Aunque no cuestiono su valía científica y documental, me parecen reiterativas pese a su diversidad.
Tampoco me convencen sus desnudos porno, algunos simplemente ostentándose, otros ''en acción" propositivamente tomados fuera de foco a partir de imágenes en Internet. No me parece que constituyan un reto al voyeurismo ni una alusión adecuada a un tema de tanta riqueza como el del desnudo en la historia del arte, sea en la pintura, la escultura o la fotografía. En cambio los ''retratos" son interesantes pese a que los modelos son anónimos; se corresponden con enormes amplificaciones, en papel fotográfico, de fotos de identidad, como las de los pasaportes, las licencias para manejar o las fichas policiacas.
Ostentan la cabeza, el arranque de los hombros y la parte superior del pecho. Son expresivas a pesar suyo con todo y que las fisonomías se han propuesto eliminar, como quiso el fotógrafo, toda ''vida interior". Pero las asimetrías y las peculiaridades físicas allí están y son de suyo ''mostradoras" por no decir ''expresivas". A eso voy a referirme. El joven de pelo rubio con corte casi a la brush, que luce suéter negro dejando ver el extremo de su camiseta clara tiene su oreja derecha (a la izquierda del espectador), echada hacia atrás. En contraposto, su ojo izquierdo parece présbita, pues es más abultado que el otro. Cada iris mira al espectador, pero no al unísono. Así las cosas los ojos no son ''pares", sino que parecen pertenecer a diferentes personalidades. Las tomas de las dos jovencitas, una vistiendo camisola carmesí semiabierta con cierre, y la otra con escote ovalado permiten detectar la asimetría acentuada de la primera en relación con la segunda. Las fosas nasales de la chica con ojos azules o grises son notablemente desiguales y el arco derecho de su labio superior es más abultado que el izquierdo, cosa que no se debe al ligero repinte con lipstick. La otra muchacha parece un busto estofado tipo ''relicario" de ésos que fueron tan comunes en la España del siglo XVII y el collarcito oscuro que luce casi al arranque del cuello provoca que el espacio de piel que marca el declive de sus hombros sea percibido como elemento geométrico.
Es una toma sumamente compensada, ésta y la fisonomía de la joven transmite dulzura, se puede suponer que el autor la eligió como modelo para contrastarla con el rostro apiñonado, de tipo mediterráneo de una muchacha más, cuyas espesas cejas, pelo oscuro recogido en cuidadoso desorden y camisola negra mostrando un fragmento del cierre con los dientecillos acerados, producen en conjunto la impresión de una juventud agresiva en contraste con el efecto vulnerable que provoca la anteriormente descrita.
El rostro del hombre con suéter peludo, impecable cuello blanco y pelo rapado, retrato fechado en 1998, sonríe con la mitad derecha del rostro (ojo, boca, ceja) y desdice su contento con la otra mitad, al grado de provocar la idea de facies depresiva, pero la más impactante de estas fisonomías masculinas no es la suya, sino la del sujeto también con corte a rape de frente alta, ovalada y mentón terminado en triángulo. El espacio del rostro en el que se incrustan las facciones es un cuadrado casi perfecto, rematado por el semicírculo del cráneo en la parte superior y el triángulo del mentón en la inferior. No cabe duda que Ruff supo escoger sus models. No son inocuos.
El conglomerado al que me he referido corresponde a la denominación ''retratos", pero hay también ''otros retratos" impresos en serigrafía que conjuntan en un solo soporte dos o más tomas del mismo modelo, con lo que se obtienen inquietantes fisonomías, algunas al parecer inspiradas en Malcom McDowell, protagonista de la película Naranja mecánica, de Stanley Kubrick.
El equipo del museo Tamayo, en colaboración con el Instituto Goethe, produjo el catálogo de la exposición en edición trilingüe: español, alemán e inglés. Es un trabajo encomiable, pese a una que otra falla tanto en la traducción al inglés como en la revisión castellana. La impresión de las obras es cercana a la perfección y el texto del curador, Tobias Ostrander, es elucidador.