CON VISTA AL ZOCALO
José Agustín Ortiz Pinchetti
Matrias capitalinas
EN ESTOS días se han caldeado las discusiones en
torno a la nueva ley de cementerios. ¡Imagínense ustedes:
no sólo discutimos sobre cómo deben vivir los vivos sino
cómo deben descansar los muertos! La fracción panista en
la Asamblea ha presentado una iniciativa modernizadora que ha desencadenado
la resistencia de cientos de vecinos de las delegaciones Tláhuac,
Xochimilco, Milpa Alta, Tlalpan y Coyoacán, que han manifestado
su enojo. Se sienten agraviados en su sentido de pertenencia, de identidad,
de continuidad a través de la sangre y de la tierra que guarda los
restos de los ancestros.
TODOS ESTAMOS de acuerdo en lo fundamental de la patria,
pero en este punto lo que cuenta es la matria. "...al pequeño mundo
que nos nutre, nos envuelve y nos cuida de los exabruptos patrióticos
políticos, al orbe minúsculo que de alguna forma recuerda
el seno de la madre...", según Luis González y González.
Para muchos es muy difícil contar con una matria si se vive en el
Distrito Federal. Si usted lector no tiene, búsquese una. Yo puedo
entender a los vecinos de las delegaciones surianas porque, como ellos,
tengo una matria propia en la capital. Es el barrio de San Miguel Chapultepec,
y su entorno es el viejo bosque.
TODAS LAS noches, cuando llego a mi casa, percibo el aroma
de la inmensa masa de árboles. Y este aroma se vuelve mucho más
intenso y perfumado cuando llueve. Viví aquí durante mi adolescencia
y he vuelto aquí como los elefantes vuelven al cementerio de marfil.
Siento el gusto y las ternuras de quienes tienen su propio pueblo. San
Miguel es para mí, y para muchas otras personas, mi barrio que,
viviendo en la capital, es una variante de mi matria o mi pueblo.
CUANDO REGRESO cerca de medianoche bajo un aguacero mezclado
con lluvia ácida y descubro el gigantesco perfil de la cúpula
de la iglesia sabatina; cuando veo de reojo el mercado de flores
colorido y reluciente, que vende día y noche en el lugar llamado
el cambio de Dolores -porque aquí, hace miles de años,
se cambiaban las recuas para subir los féretros al panteón
de ese nombre-; cuando penetro al barrio por las pequeñas calles
con arbolitos manchados por generaciones de perros amarillos; cuando constato
que ya están cerradas las cortinas de hierro de la cantina El Puente,
y de las tiendas de abarrotes, y de las recauderías y la farmacia;
cuando voy repasando las paredes cubiertas de hiedra, las casas de un piso,
los adefesios de tres, la pequeña cerrada que desborda un jardín
y la escuela que celebra el día de la bandera todas las semanas;
donde viven vecinos que yo conocí muy jóvenes y que han envejecido
con el barrio cincuenta años... cuando siento alivio y alegría
de penetrar mi territorio, me digo: ¡Ya llegué!" Aquí
pertenezco.