Carlos Bonfil
Infidelidad
Luego de realizar su película-evento Atracción
fatal (1987), el realizador Adrian Lyne probó suerte en géneros
muy diversos, desde el cine fantástico, Alucinaciones del pasado
(Jacob's ladder, 1990) hasta el desangelado remake de un
clásico de Kubrick, Lolita, en 1997. La versatilidad de Lyne
era ya indiscutible, en particular si se recuerda el éxito de su
película musical Flashdance, en 1983, y su primera incursión
en el terreno de las fantasías eróticas, Nueve semanas
y media, de 1986. Su película más reciente, Infidelidad
(Infidelity) es un retorno transparente a las obsesiones de Atracción
fatal, y a su inequívoco mensaje: la traición conyugal
tiene siempre un desenlace infortunado.
Lyne volvió clásico el esquema: un profesionista
felizmente casado conoce el infierno en el momento en que se aparta del
seno familiar. En Atracción fatal, Michael Douglas era víctima
de la malevolencia de Glenn Close, una arpía posesiva --deleite
para misóginos, escarnio del feminismo--, y luego de obtener su
escarmiento con un asedio femenino digno de una cinta de horror, el orden
moral quedaba restaurado, y la familia, lo único realmente atendible,
recobraba su dignidad y su prestigio. Era la época de la mayoría
moral reaganiana, los tiempos del auge del sida y de la paranoia, y
el discurso apenas velado del director era, más que un síntoma,
toda una declaración de conservadurismo moral.
Quince años después, Adrien Lyne demuestra
en Infidelidad que los tiempos cambian poco, y su postura moral
todavía menos. La cinta estelarizada por Richard Gere y Diane Lane
es una variante de Atracción fatal, con otra pareja adinerada
en un suburbio neoyorkino; tienen un solo hijo, trinidad familiar perfecta,
y ambos son bellos e irreprochablemente educados. Nuevamente el hombre
es un ser atribulado; los acontecimientos lo avasallan y lo disminuyen
anímicamente. La mujer, un ser incapaz de experimentar el placer
sin una cruda moral de culpa y remordimiento. ''No debemos hacer esto",
repite como letanía a su pareja de adulterio. Una amiga madura es
el oráculo de la desgracia: "Estas historias siempre terminan mal",
le sentencia. Y así, de fatalidad en fatalidad, y con el contrapunto
de una armonía familiar a punto de naufragar, el relato de Lyne
se vuelve regaño de consejería conyugal, y su erotismo tan
celebrado una larga sesión de masoquismo culposo.
La eficacia del director consiste ahora, como antes, en
poner este grueso paquete de moralina en un envoltorio vistoso. Combina
el erotismo de tomas muy cercanas -exploración milimétrica
de la piel-- con un mensaje sobre los peligros de la seducción.
El objeto del deseo es un joven francés (Olivier Martínez),
con la carga de clichés atribuibles a una bohemia parisina transplantada
a Soho: desorden, libertad, anarquía -un coctel irresistible para
una mujer que todo lo tiene a saciedad, incluido el aburrimiento. A esta
combinación hay que añadir el buen oficio de Lyne, desde
las atractivas tomas de Nueva York bajo un viento implacable hasta el diseño
de interiores domésticos y la laboriosa exploración del escarceo
sexual y sus embates, en camas, mesas y salas de baño. Richard Gere
es convincente en su curiosa combinación de candor y determinación
tardía. Olivier Martínez, el amante latino que vive el momento
como si fuera un condenado a la silla eléctrica, ensaya aquí
un glamour de exportación de maniquí de Hugo Boss,
sin permitirse mayor juego que una picardía programada y un repertorio
de gestos y miradas incuestionablemente irresistibles. Por su parte, Diane
Lane interpreta el papel de una mujer dividida entre el goce sexual y la
culpa, y en su mejor momento, hacia el desenlace, el dilema de manifestar
su emoción y comprometer su seguridad para siempre. Adrian Lyne
sabe mantener despierto el interés del espectador, pero sus procedimientos
son en ocasiones muy burdos, particularmente en el montaje efectista que
opone las escenas eróticas con la rutina del marido engañado,
o en el recurso fácil del colega de trabajo que con maledicencias
precipita la catástrofe. Recursos de cine comercial, anzuelos de
taquilla, estrategias para excitar el morbo colectivo, sobresaltar un poco
al espectador, y tranquilizarlo luego con los saldos del escarmiento ajeno.
En los créditos finales aparece el nombre de Claude
Chabrol y su película La mujer infiel, de 1968, como inspiración
directa de esta historia. El también guionista de El planeta
de los simios, William Broyles, Jr., quiso sin duda jugar con sugerencias
de suspenso hitchcockiano, y desarrollar el tema de la complicidad en la
culpa que viven los protagonistas, pero el modelo, sin ser enorme, le quedó
muy grande. El cine hollywoodense, y la propia vocación de Lyne,
no admiten mayores sutilezas: el adulterio se castiga con la mediocridad
o con el infortunio. Ya lo señaló la crítica Pauline
Kael a propósito de Atracción fatal: "La familia que
mata junta permanece unida, y un público debidamente excitado celebra
siempre el asesinato".