MAR DE HISTORIAS
Segundo tiempo
CRISTINA PACHECO
MAURICIO: ¿Encontraste Mister Futbol?
BERTHA: No quedaba más que uno y ya lo habían
apartado.
MAURICIO: ¿Cómo? (Incrédulo mira
la bolsa de la compra). En serio ¿no me lo conseguiste?
BERTHA: ¿Estás sordo? (Regocijada, mira
a Luisa que continúa absorta frente al televisor). Ve nada más
a mi suegra: metidísima en el juego.
MAURICIO: ¿Crees que encuentre mi periódico
en Sanborns?
BERTHA: Ya deja eso. Ni que fuera tan importante. (Abre
el envoltorio de las carnitas y se acerca a Luisa para mostrárselo.)
¿A poco no se ven ricas? Sería bueno comerlas ahora que están
calientes, ¿no le parece?
LUISA: Y a mis nietos: ¿no los esperamos?
BERTHA: Les advertí que regresaran temprano, pero
ya sabe cómo son: jamás obedecen. (A su esposo). Deberías
ir por ellos.
MAURICIO: Nunca me dejas ver un partido completo.
BERTHA: Pero si dijiste que querías ir a Sanborns.
El Rocket queda de pasada. (Regresa a la cocina). Sergio y Rolando ya estuvieron
allí toda la mañana y la verdad no me gusta que pasen tantas
horas en las dichosas maquinitas.
LUISA: Cállense, no dejan oír.
MAURICIO: ¿Cómo ves que mi jefa ya se nos
volvió futbolera?
BERTHA: Bien. Me da gusto que se distraiga después
de todo lo que trabaja. (A su suegra). Por cierto, doña Luisa, qué
raro que hoy no haya ido al puesto. Sus clientes la van a extrañar.
LUISA: Nadie sabe el bien que tiene... (Sonríe).
BERTHA: ¿No se le antoja un tequila mientras hago
la salsa?
LUISA: Mejor una cerveza.
BERTHA: Híjole, no hay.
MAURICIO: Si quiere le paro a la casetera y voy corriendo
a la tienda. Está en la esquina. No me tardo.
LUISA: No hijo, quédate. (Apaga el televisor).
Luego que lleguen mis nietos vemos el juego todos juntos.
BERTHA: Esos muchachos quién sabe a qué
horas llegarán. En serio, Mauricio, deberías ir a buscarlos.
LUISA: Que no los moleste. Están entretenidos.
BERTHA: Pero se le va a pasar el hambre. Y además,
usted siempre quiere irse bien temprano.
LUISA: Hoy no tengo prisa. (Mira el reloj). Podemos esperar
a Sergio y a Rolando.
MAURICIO: ¿Entonces no voy por las cervezas?
LUISA: Te dije que te quedaras. (A Bertha) Un tequilita
está bien, además no engorda tanto.
BERTHA: Qué bueno que se está cuidando.
(Busca las copas en el trinchador).
MAURICIO: ¿Vas a querer?
LUISA: Sírvanse los dos. (Advierte el asombro de
sus anfitriones). Una copa no le hace daño a nadie.
BERTHA: Tómensela ustedes mientras hago la salsa.
LUISA: No, hija, estáte con nosotros.
MAURICIO: Mamá, la veo rara, nerviosa: ¿sucede
algo?
LUISA: Sí. (Se muerde los labios). De eso quiero
hablarles.
MAURICIO: ¿Está enferma?
LUISA: ¡Ni Dios lo mande! (Da tres golpes sobre
la mesa). Al contrario, estoy requetebién. ¿No se me nota?
BERTHA: Claro que sí, lo único es que se
ve más delgada.
LUISA: Pero no me veo mal ¿verdad? (Se acaricia
el rostro). A veces a las personas que adelgazan mucho se les pone la cara
como de perro viejo: con los cachetes todos colgados.
MAURICIO: Mamá: ¿desde cuándo le
preocupan esas cosas?
BERTHA: Pues ya era hora. (Observa con malicia a su suegra).
Y se está poniendo bien guapa. A lo mejor un día de estos
nos da la sorpresa y se nos matrimonia.
MAURICIO: No le faltes a mi mamá diciéndole
esas cosas.
BERTHA: ¿Le falté, doña Luisa? (A
su marido) Si mi suegro viviera ni se me ocurriría pensarlo, pero
ella está solita.
MAURICIO: Me tiene a mí y ya sabe que cuenta conmigo
para todo. (Se apresura a cambiar de tema). ¡Salud!
BERTHA: Bueno ¿qué es lo que quería
decirnos? (Mira sonrojarse a su suegra). Se me figura que le atiné
con lo del casorio.
MAURICIO: ¡Ya, chistosa! Deja que hable.
LUISA: No, no pienso casarme...
MAURICIO: Pues claro que no.
LUSA: ... pero voy a juntarme con Ernesto. (Evita la interrupción).
No me vean así. Les aseguro que es un buen muchacho.
MAURICIO: ¿Muchacho? (levanta los brazos) ¡Muchacho!
LUISA: Exageré, pero sí es un poquito más
joven que yo.
MAURICIO: ¿Qué tan poquito?
LUISA: Doce años. (Con voz firme). Los mismos que
me llevaba tu padre, que en paz descanse.
MAURICIO: Sólo eso me faltaba: ¡verte con
un padrote!
LUISA: No le digas así a Ernesto porque ni lo conoces.
BERTHA: Tu mamá tiene razón.
MAURICIO: No te metas en esto: es mi madre.
BERTHA: Entonces deberías sentirte contento.
MAURICIO: Pero ¿de qué? ¡Ve lo que
está haciendo! (Tiembla). Imagínate que tu mamá te
saliera con una cosa así.
BERTHA: Me alegraría de que ya no estuviera sola.
(Se le humedecen los ojos). Desde que mi papá murió, ella
se ha venido para abajo. Se la pasa quejándose o hablando de sus
achaques.
LUISA: Así estaba yo hasta que conocí a
Ernesto. (Su expresión se suaviza). Es el capitán de los
Flamas, uno de equipos de futbol que van los domingos a los llanos del
Queso. Antes de que lo atropellaran y le rompieran su pierna también
jugaba. Era portero, tan bueno como El Conejo Pérez.
MAURICIO: Es lo de menos. Dime ¿en qué trabaja
el campeón? (Sombrío). O piensas mantenerlo...
LUISA: Oyeme, ¿qué te pasa? Trabaja en la
fábrica de veladoras La Bendita. No ganará millones pero
le va bien.
BERTHA: ¿Y se le declaró o qué? ¿Cómo
estuvo la cosa?
LUISA: Pues, nada hija: al terminar los partidos los muchachos
se acercaban a mi changarrito para comerse un sope, un taco. También
iba Ernesto. Nos hablábamos normal hasta que un domingo me platicó
lo de su accidente y dijo que al darse cuenta de que ya no iba a poder
jugar le había dado por la borrachera. Sentí tan feo.
MAURICIO: Ya ven: ¡hasta vicioso es el güey
ese!
LUISA: Ernesto no es ningún borracho. Dejó
de tomar cuando los compañeros de su equipo lo invitaron a ser su
entrenador.
MAURICIO: El que es briago nunca deja de serlo.
LUISA: El sí: para que viviéramos juntos,
le puse por condición que dejara la botella y hasta juró
en La Villita.
MAURICIO: Lo hizo para encandilarla. Acuérdense
de mí, si al rato no vuelve a las andadas.
BERTHA: No te adelantes, cálmate. Acuérdate,
no lo conoces.
MAURICIO: Ni quiero.
LUISA: Pues vas a tener que conocerlo; vendrá a
las seis para hablar con ustedes.
BERTHA: Entonces de una vez comemos. (A su suegra). ¿O
nos esperamos hasta que llegue Ernesto?
MAURICIO: ¡Ah qué la chingada! Ahora resulta
que tenemos que esperar al señor para comer. ¡Pues nomás
no! El jefe de la casa soy yo y quiero que de una vez salgamos de esta
bronca. (Se acerca a su madre). Usted sabe que la adoro y le deseo lo mejor.
BERTHA: Entonces déjala vivir su vida.
MAURICIO: La dejo, pero no quiero que haga el ridículo
ni que les ponga el mal ejemplo a sus nietos. ¿Qué va a decirles
cuando vean que el Ernesto vive con usted?
LUISA: Que lo quiero, que me gusta, que necesito compañía.
MAURICIO: Mamá, por Dios, a su edad...
LUISA: Sigo siendo una mujer.
MAURICIO: Sí, pero de cincuenta años.
LUISA: No, perdóname: de cuarenta y nueve, si me
haces el favor. Un año es un año, sobre todo cuando uno es
feliz.