Bárbara Jacobs
Sueños madre
Hace algunos años se publicó en el norte de Italia una novela que causó sensación. No recuerdo bien el nombre de la autora, pero sí que era una joven que salía por primera vez a la luz como novelista, precisamente con el título del que hablo, pero que, por desgracia, tampoco logro recordar. Lo que no se me ha olvidado es lo que ella contó en una entrevista que le hizo la televisión francesa y que se transmitió, subtitulada, en los dos hemisferios. Yo la vi en San José de Costa Rica. Lo cierto es que, cuando le preguntaron cómo había nacido su libro, con gracia y gran naturalidad contó que se lo debía íntegramente a un par de sueños.
Los llamó sueños madre. En el primero, ella aparecía cuidando una casa muy grande y lujosa. En ésas estaba cuando inesperadamente sorprendía a una mujer, pobre a juzgar por su aspecto, que intentaba subir por la escalera principal. La cuidadora (o sea, nuestra autora) procuraba impedírselo, pues ésa era una de sus funciones. Sin embargo, la intrusa desdeñaba la autoridad de quien pretendía limitarla, y empezaba el ascenso hacia el segundo piso. Sin perder tiempo, la cuidadora daba órdenes inmediatas a unos hombres (de brazos tatuados) para que detuvieran a la transgresora, y corría a su vez hacia la escalera de servicio. No mucho después, bajaba por ahí la mujer desobediente, sólo que ahora convertida en rica, a juzgar por su aspecto, y cargada de documentos.
En el segundo sueño madre, nuestra autora llevaba esos mismos documentos a una casa en obras, donde los entregaba a una vieja editora que, al hacer pasar a la novelista, la guiaba a través de la construcción al tiempo que le informaba que ella, con un grupo de amigas (a las que señalaba con un gesto extensivo de la mano), se encontraban creando una feria permanente de libros; como podía verse, cada una montaba su propia exposición. En un momento dado, las expositoras en conjunto salieron a comer, confiando en la visitante la tarea de relevarlas mientras volvían. Cansada y desconcertada, ella se quedaba dormida en un rincón hasta que la voz insistente de una mujer la despertaba, llamándola por su nombre.
Ella acudía al llamado rastreando el origen de la voz que la solicitaba. De pronto, se encontraba frente a frente con la mujer que no cejaba de llamarla y que era, como se habrá supuesto, la misma que había aparecido en el otro sueño madre, primero como pobre, al subir por la escalera rica, y después como rica, al bajar por la escalera pobre.
-Y bien -intervino el entrevistador-, Ƒqué tienen que ver esos sueños con su novela?
No era difícil adelantarse a la respuesta. La novela contestaba la pregunta. En ella, se descifraban las claves, no sólo de la identidad de la mujer que aparecía en ambos sueños, sino de todos y cada uno de los símbolos, como subir pobre y bajar rica; o el de los documentos, o el de la casa en obras que un conjunto de mujeres transformó en feria permanente de libros, o, por último, como el de los brazos extendidos.
-ƑLos brazos extendidos? -preguntó el entrevistados, no sin hacer gala de la mayéutica.
-Ah -recordó la autora famosa de la noche a la mañana-: olvidaba contar que, cuando localizaba a la dueña de la voz que me llamaba, me impresionaba que me estuviera esperando y me recibiera con los brazos extendidos hacia mí. Si era obvio que lo que requería de mí era que la jalara de los brazos, pues estaba atorada detrás de un mostrador, la expresión de su cara me indicaba que el rescate era urgente. De hecho, por eso me senté y escribí la novela -concluyó.
-Ah -comentó el entrevistador.
Durante estos años, con frecuencia me viene a la memoria la entrevista aquella. Que la recuerde significa que me pareció interesante. ƑPor qué, entonces, no leíe la novela? Que la novela haya desaparecido, Ƒqué significa? ƑQue no fue sino una llamarada de petate? No lo sé. Pero, en tiempos de sequía, cuando no se me ocurre qué escribir, pienso en los sueños madre y me tientan. Me tientan como un par de burbujas de jabón.