lunes 17 de junio de
2002 |
Mundianálisis La doble revancha n Horacio Reiba |
México, que vive su
mundial de cuento de hadas, tiene ante sí la posibilidad
de desquitar agravios históricos ante representaciones
de dos países tradicionalmente adversarios, pues si uno,
Estados Unidos, lo es desde la historia grande -con una
larga y creciente lista de golpes diplomáticos,
políticos, geográficos, culturales, comerciales,
civiles y militares pesando sobre la desigual relación-,
con el otro, Alemania, la rivalidad emana de la pequeña
historia de los mundiales de futbol, en los cuales nos
derrotó las tres veces que coincidimos en una cancha, ya
fuese por culpa del entrenador, en Argentina 78 -el
nefasto Toño Roca, quizá el peor que haya tenido el
Tri-, de un árbitro colombiano -el tal Jesús Diaz,
anulador de un gol legítimo del "Abuelo" Cruz
en los cuartos de final de México 86- o de nuestros
propios jugadores, primero, en Monterrey, con su fatal
impotencia desde el punto de penal, y hace cuatro años a
través del cúmulo de ocasiones desperdiciadas y el
increíble autotúnel de Rodrigo Lara que marcó el punto
de derrumbe mexicano en Francia 98. Pero el mundo gira y
una doble revancha se avizora, pues se les puede ganar a
ambos. Situaciones así sólo se presentan una vez en la
vida, y de los hombres de Aguirre dependerá no
desaprovechar la presente. Similar ralea. Aunque el nivel sea obviamente distinto, se trata de dos contendientes que juegan muy parecido, más defensivos que ofensivos ambos y apoyados más en el músculo que en el talento. Estados Unidos sorprendió a Portugal, siempre con la suerte como aliada, y eso infló tanto su autoestima, lo que les alcanzó para empatarle a Corea en su ambiente, lo cual avala, más que una inexistente calidad, la positiva actitud del equipo de Bruce Arena, al que Polonia exhibiría finalmente en toda su pequeñez. Alemania pasó a los árabes por la triunfadora, pero no tardó en verse contenida por el infatigable entusiasmo irlandés antes de protagonizar un desagradable duelo a patadas, con sobreabundancia de tarjetas amarillas, con el rústico y decepcionante Camerún. Lo último ha sido su difícil duelo de octavos con el rengueante Paraguay, difícilmente vencido a última hora. Tiene al goleador del certamen -Klose, mortífero cabeceador cuyo mejor atributo es una llamativa frescura frente al arco- y se maneja de área a área con rigor espartano, a pelotazos largos y sin ninguna sutileza. Una Alemania menor, en fin, tan escasa de juego como su antecesora de Francia 98, aunque con gente más joven y entera, único acierto visible de Rudi VŔller. Paradójicamente, las mejores figuras de ambos equipos son los porteros -Friedel y Kahn, de lo mejor del campeonato-, por lo que no nos conviene alargar esos duelos hasta penales, de los cuales el gringo ya lleva atajados dos. Lo visto hasta ahora. Paraguay no tenía con qué rebasar los octavos y sólo serviría para que los alemanes confirmaran todas sus limitaciones. Los salvó un gol de Neuville a dos minutos de los 90, pero en Seogwipo el futbol de alto nivel estuvo clamorosamente ausente. Tampoco lo convocarían al otro día hispanos e irlandeses: la bien aceitada maquinita de Camacho tuvo arranque de Rolls Royce y llegada de achacosa carcacha, contando para el desenlace a favor la nula capacidad de los duendes británicos desde el punto de penal. Senegal, con su gol de oro, castigó la avaricia sueca, rescatando la presencia africana reclamada por un mundial tan exótico. En la acera opuesta, la opulenta Inglaterra no requirió de mayor despliegue para vapulear a una Dinamarca vendida de antemano por su portero. Concentración y firmeza. Sorpresas aparte, la mesa parece servida para que México ajuste cuentas antiguas ante dos rivales clásicos. Si pasa hoy la primera aduana, estará más cerca que nunca de lograrlo. Y de seguir haciendo historia en este loco mundial de CoreaJapón, tan rácano de futbol como rico en sorpresas y emociones. |