Controla una mafia calles aledañas al Auditorio
En contubernio con policías, un clan cobra por función de 40 a 100 pesos por estacionarse
La mafia conformada por una veintena de cuidacoches se ha apoderado de las inmediaciones del Auditorio Nacional y del circuito de teatros del Instituto Nacional de Bellas Artes en la Unidad Artística y Cultural del Bosque, sin que las autoridades capitalinas intervengan. El grupo, dependiendo del tramo y espacio que controle, cobra de 40 a 100 pesos por función para permitir el estacionamiento de vehículos. Si un artista tiene gran número de fanáticos, los franeleros pueden obtener ganancias diarias que van de mil 200 a 10 mil pesos.
De acuerdo con versiones del personal de estacionamiento del Auditorio, en este control de la vía pública participan familiares y amigos de los revendedores de boletos, patrulleros y gruyeros de la Secretaría de Seguridad Pública adscritos a la zona 4 de la delegación Miguel Hidalgo, así como integrantes de la Policía Judicial capitalina y personal encargado de los estacionamientos de los seis teatros del INBA.
Cinco familiares directos de los revendedores controlan los primeros 100 metros de la avenida Campo Marte, pese a que hay discos restrictivos de estacionamiento.
Este acceso, al lado poniente del Auditorio Nacional, es la zona más cara y cotizada, porque los franeleros rentan por 100 pesos cada uno del centenar de cajones en que dividen el área.
Cuando la demanda crece, los vehículos son estacionados en doble y hasta triple fila, con la complicidad de patrulleros. Sólo la presencia de militares impide que frente a las rejas del Campo Marte se paren vehículos.
Según los cuidacoches, estos espacios son caros porque los conductores tienen "un ingreso rápido al Auditorio y la garantía de que a la salida (del espectáculo) no tendrán problemas de tránsito como el resto de asistentes''.
La cercanía de esta calle con el acceso principal del Auditorio y su estacionamiento (que cobra únicamente 30 pesos), propicia que el público demande más de los 500 cajones que puede ofrecer el recinto para un potencial de 12 mil asistentes. Pero lo que pocos saben es que junto a la estación Auditorio del Metro hay otro estacionamiento que cobra lo mismo y es más amplio. Quienes sí lo conocen prefieren no usarlo si llevan prisa, porque los microbuses del paradero aledaño bloquean los accesos.
De ello se aprovechan los franeleros, quienes con presiones sicológicas abordan a los automovilistas para que arrienden un espacio.
El servicio de los franeleros se encarece más porque le entran con 50 por ciento de sus ganancias a policías y judiciales capitalinos, quienes se encargan de "hacer fluida la circulación" de la zona, pero no impiden que haya reventa ni filas de vehículos que obstruyen la vialidad. De este control de espacios el público no protesta "por comodidad y para evitarse problemas".
En cada espectáculo en el Auditorio una numerosa familia de revendedores de boletos se instala en el área verde del Campo Marte. Este clan es controlado por un matriarcado: esposos, hijos, yernos, cuñados y amistades se reportan con una señora de edad avanzada, misma que dirige y vigila.
Mientras se espera que den las 17 horas, el grupo se prepara alimentos y a bordo de dos vehículos sedanes (uno de color gris y otro blanco, éste con matrícula LSZ-9758 y calcomanías del Partido del Trabajo en sus cristales) y un Shadow rojo, se reparten los boletos que más tarde ofrecerán en las aceras del Auditorio. GABRIEL LEON ZARAGOZA