Entre chichifos, mayates y chacales
Este texto, resultado de una investigación acuciosa, explora los diversos modos en que se ejerce en Xalapa, Veracruz, el trabajo sexual masculino, desde los diversos perfiles de sus protagonists y los sitios de intercambio comercial, hasta la persistencia de actitudes machistas que favorecen el incremento de las infecciones de transmisión sexual.
Rosío Córdova Plaza
El trabajo sexual masculino es un fenómeno tan antiguo como el practicado por las mujeres. Y en otras épocas fue quizá tan asumido y público como este último. No obstante, en las últimas décadas, el fenómeno ha cobrado una nueva dimensión al extenderse y ganar mayor visibilidad. Las causas de este crecimiento son diversas: la concentración de la población en las urbes --que favorece la movilidad y el anonimato sociales--, la pobreza y el desempleo. Una razón, poderosa, que ha influido para hacer visible la prestación de servicios sexuales brindados por varones, es la epidemia del síndrome de inmuno deficiencia adquirida (sida).
Es conveniente señalar que, aunque, en teoría los sexoservicios proporcionados por varones estarían dirigidos a ambos sexos, el grueso de la clientela está conformada por hombres, tal como lo reportan múltiples investigaciones. Ello implica que hablar de trabajo sexual masculino involucra severos tabúes porque alude a una serie de transgresiones con respecto a las concepciones sociales sobre el género, la sexualidad y el deseo.
Al igual que muchas otras ciudades, la capital del estado
de Veracruz, Xalapa, experimenta un aumento en el número de varones
dedicados al sexoservicio como principal actividad remunerada o complemento
de otro tipo de actividades. Además de las causas generales señaladas
anteriormente, existen en la localidad condiciones particulares que han
propiciado el incremento de esta situación. La escasa planta industrial
de la ciudad, la amplia oferta de fuerza de trabajo estudiantil para cubrir
empleos temporales o de medio tiempo y el crecimiento acelerado de la población
migrante, dejan pocas oportunidades a los jóvenes lugareños
de conseguir un puesto medianamente remunerado. Por ello, la comercialización
del sexo vista como una opción laboral mejor remunerada que otro
tipo de ocupaciones, obliga a mirar más de cerca el fenómeno
y preguntarnos por el tipo de personas que está nutriendo las filas
de los trabajadores sexuales en la ciudad.
Palabra de chacal
El término Mayate --nahuatlismo que hace referencia a los escarabajos estercoleros en una clara alusión al coito anal--, es usado para denominar a los trabajadores sexuales masculinos que ofrecen servicios a varones. El mismo término también suele usarse para designar a quien juega el papel activo en una relación homoerótica.
Dentro de este grupo existe una variante a la que se denomina chacal, que hace referencia a los mayates de aspecto hipermasculino. El chacal debe mostrar dosis de agresividad, vulgaridad y rudeza que el imaginario social adjudica al tipo supermacho, aunque también es común que aluda a los mayates de extracción socioeconómica más baja, casi todos pertenecientes a las colonias populares cercanas a la zona centro, incluso identificados como "chavos banda". En este entendido, como los mayates representan la figura masculina por excelencia del comercio sexual, suelen autodefinirse como heterosexuales o, quizá, como bisexuales, pero nunca como homosexuales:
"Yo más bien me considero bisexual... me gustan hombres y mujeres. Tal vez me gusta más el sexo con un hombre porque estás con un hombre que puede ser muy masculino, y es más erótico ser dominante con alguien que parece ser también muy masculino." (Richard, 21 años.)
Una constante en sus relatos es la insistencia en que ocupan siempre la posición activa durante el ejercicio de su trabajo, porque el éxito de los "mayates" depende de su imagen de machos. Aseguran que jamás aceptan ocupar la posición pasiva, pues esto equivaldría a feminizarse como lo hacen sus clientes, manifestando su desprecio hacia los homosexuales, sobre todo a los más afeminados. Sin embargo, algunos relatos también cuestionan esta inflexibilidad en los papeles sexuales, pues llega a aparecer la aceptación de proporcionar al cliente la llamada "ida y vuelta", término con el que se conoce la penetración mutua, con la aclaración que siempre es otro y no el entrevistado el que la permite.
"Algunos cuates de por aquí que se dicen muy machitos, que no permiten que los atornillen. Pero muchos clientes te lo piden ¿no? Te dicen, te doy tanto por la ida, pero tanto más por la vuelta... y pus por la lana, o porque bien que les gusta, pues le entran." (Luis, 19 años.)
La pretensión de hipermasculinidad y la negativa a aceptar un papel pasivo puede ser también un mecanismo para incrementar el precio del servicio. De esta manera, el cuerpo se convierte en espacio simbólico de lo que se es, pero también de aquello de lo que pretende diferenciarse.
Todos los hombres entrevistados manifestaron razones económicas para dedicarse a la prostitución. Sin embargo, algunos aseguran haberse iniciado en ella por "conocer el ambiente" o por "diversión". Otros lo toman como una forma de "ganar dinero fácil", que les permite mantener su consumo de alcohol y de drogas, pues el empleo de marihuana, cocaína y anfetaminas es casi generalizado entre la población.
"Yo soy hombre. Lo que hago, lo hago por conseguir dinero fácil y ese dinero lo ocupo para mis gastos y de ahí mismo sale para comprarme mi droga. A mi me gustan las mujeres y me llaman la atención ellas. Lo que hago en el parque no es que me guste y que sienta yo placer. Más bien lo estoy agarrando como costumbre para ganar dinero, pero placer no siento. A mi me llaman la atención las mujeres." (Daniel, 24 años.)
Una característica de muchos mayates es mantener relaciones de pareja con mujeres, ya sea porque responde a su preferencia sexual o por ser una manera de refrendar su virilidad mediante "verdaderas" relaciones amorosas heterosexuales.
"Yo tengo una mujer, pero vivo con ella por temporadas. No se trata de una relación fija, aunque tenemos dos hijos. Ella no es de aquí, es de Alvarado. Claro que no sabe a lo que me dedico porque la veo solamente por temporadas." (Efrén, 33 años.)
Sin embargo, la ilusión de un buen número de mayates es atraer y enamorar a un cliente lo suficientemente adinerado que se encuentre dispuesto a satisfacer todos sus requerimientos económicos, pero sólo por un tiempo, porque también "en la variedad está el gusto" y este tipo de clientes a veces "son muy posesivos". Una variante del sexoservidor activo es el llamado chichifo, el cual podemos identificar más claramente con la figura del gigoló. Se caracteriza por establecer relaciones más o menos duraderas con algunos de sus clientes, que le proporciona regalos, dinero en efectivo y, a veces, vivienda, a cambio de cierta exclusividad sexual. Existe, asimismo, un número indeterminado de jóvenes varones que mantiene relaciones sexuales con otros hombres esporádicamente, a cambio de algún tipo de pago en especie, que puede adoptar la forma de regalos, o bien la invitación a ingerir alcohol o drogas. Jóvenes de sectores populares a veces sostienen vínculos de este tipo con gays. Pero ellos no consideran estar ejerciendo ningún tipo de comercio sexual sino que afirman hacerlo sólo "por relajo", "por desmadre" o porque son "bien gruesos".
"A estos cuates siempre los vamos taloneando, son chotos, me los presentó un cuate y nos invitan seguido a chupar y pagan todo, y pues ya sabes, ya pedo y pacheco te vale madres. Además nos invitan a tragar y nos dan dinero y pagan el taxi." (El Ñato, 20 años.)
Esta es una población difícil de abordar
y cuantificar precisamente porque no asume que está ejerciendo algún
tipo de sexo comercial y, al no ser concientes de las prácticas
en las que se están involucrando, tampoco lo son de los riesgos
que pueden correr en la adquisición del VIH ú otra clase
de infecciones de transmisión sexual.
Lugares de compra/venta
Como parece ser una constante en diversas ciudades, los parques son los lugares por excelencia para el trottoir de los trabajadores sexuales. En Xalapa, a lo largo del circuito formado por cinco cuadras y el parque central, se congrega la población de sexoservidores que están en la búsqueda de clientes, sobretodo los fines de semana y los días de cobro. Este es un lugar reservado exclusivamente a aquellos identificados como mayates o chacales, donde una vez convenida la prestación de los servicios a cambio de una cantidad determinada de dinero, se desplazan a algún hotel de paso en el mismo centro de la ciudad o en las salidas de las carreteras, o utilizan el automóvil del cliente.
Otro lugar para la obtención de servicios sexuales lo constituyen las llamadas "clínicas de masajes", las que han proliferado en la ciudad en los últimos tiempos y se anuncian a través de los periódicos locales. Esto evidencia que existe la suficiente demanda para justificar una creciente oferta, tanto de mujeres como de hombres. En la sección de anuncios clasificados es posible encontrar el ofrecimiento de "chicos universitarios discretos, selectos", que "cumplen tus fantasías", y dispuestos a brindar tanto "sexishows" o "servicio a parejas", como un "mañanero universal" por 159 pesos, un "lewinsky" por 119, o hasta un "raspadito" por la módica suma de 49 pesos.
El hecho de que la legislación municipal no reconozca la existencia de estos establecimientos, propicia, por un lado, que no se pueda ejercer ningún tipo de acción legal hacia ellos (pago de impuestos, control sanitario, clausura), y, por otro, las prácticas corruptas entre autoridades y dueños. Los escasos requerimientos de infraestructura (apenas un número telefónico y un anuncio en el periódico) facilitan su movilidad y constante aparición y desaparición.
Entre la población de varones que práctica el comercio sexual es posible encontrar quienes hacen de él su única actividad remunerada y quienes la realizan esporádicamente, según sus requerimientos económicos. Aunque existen variaciones en lo tocante a la apreciación de los individuos involucrados, generalmente la dedicación completa a este tipo de actividad hace que el trabajador se considere a sí mismo como un profesional del comercio sexual, competente en su oficio y sujeto a una normatividad en el desempeño de su labor. En estos casos, el cuidado para mantener prácticas seguras es mayor y los entrevistados aseguran el uso constante del condón tanto para realizar el coito como para el sexo oral. Sin embargo, algunos testimonios no siempre parecen confirmar este hecho.
"Yo no he tenido una relación de alto riesgo, no. Bueno, tal vez todas no, porque yo observo a las personas con las que voy, no me voy con todas, yo los miro a los ojos y bueno se da uno cuenta cuando una persona está enferma, al menos yo me doy cuenta. Un amigo infectólogo me regaló dos atlas visuales de fotos de pacientes infectados con VIH, y me dijo: cuando tengas sexo acuérdate de estas fotos." (Benito, 22 años.)
Por añadidura, aquellos que participan de manera intermitente en esta actividad, acostumbran considerarla como un complemento y pueden o no verse a sí mismos como sexoservidores. En estos casos al parecer, la confianza en "detectar" la buena salud de los clientes es mayor y, por tanto, también el riesgo que corren.
La manera en que ellos mismos conciben su propia práctica es un elemento fundamental para comprender los papeles, comportamientos y motivaciones de los actores sociales en el fenómeno del trabajo sexual. Esa categorización forma parte intrínseca de su identidad como sujetos. En tal dirección es posible explicar la insistencia en el desempeño del rol activo por parte de los mayates, ya que parece ser un punto de anclaje para elaborar toda una protección de las imágenes sociales de la virilidad.
Por otro lado, en la medida en que se asumen como trabajadores sexuales, parecen observar una mayor constancia en el uso del condón y un mayor rechazo a aceptar relaciones de alto riesgo. Asimismo, la operación mercantil no siempre se presenta de manera clara. Las fronteras entre lo que puede ser considerado sin lugar a dudas como comercio sexual y lo que entraña otro tipo de factores no siempre es tan nítida ni para quien lo practica, ni para quien lo estudia.
Es importante estar atentos a los protocolos culturales
sobre género, cuerpo y sexualidad que conlleva el ejercicio del
comercio sexual en los varones, porque condicionan tanto la evaluación
social hacia tales actividades como la autodefinición de los sujetos,
determinando la tolerancia o el rechazo, la marginación o inclusión
de los individuos y la atención o ignorancia de los riesgos para
la salud.
Doctora en Ciencias Antropológicas e Investigadora
del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad
Veracruzana.
Versión editada de la ponencia presentada en el
Foro sobre Trabajo Sexual, organizado por la UV-INAH.