lunes 8 de julio de 2002 |
Semanálisis ¡Paren a la FIFA! n Horacio Reiba |
Cada cuatro años, una vez
terminado el mundial correspondiente, un grupo de
expertos contratados ex profeso por doña FIFA emite un
grueso tomo con las pormenorizadas estadísticas y el
análisis técnico del certamen. Según el organismo
rector de futbol mundial, el objetivo de su minucioso
desmenuzamiento, lleno de sesudas reflexiones, no es otro
que corregir los errores y aprovechar la experiencia con
vistas a futuros eventos, no sólo para mejorar la
estructura logística sino, de ser preciso, introduciendo
modificaciones al reglamento de juego. No los mueve,
desde luego, el amor al deporte -que en el fondo les
importa un comino-, sino la codicia de ver acrecentados
sus ingresos mediante la concienzuda ordeña de la vaca
suiza más productiva del universo. Uno no puede imaginar
la de vueltas que ahora mismo le estarán dando los
sabihondos de turno a lo de CoreaJapón, pero podría
asimismo preguntarse qué clase de correctivos habrá
emprendido la gente de Zurich luego del desastre de
Italia 90, tan imperceptiblemente enmendado para EU 94, o
qué tan atinadas serían sus expertas meditaciones tras
el turbio y nunca aclarado affaire de Francia 98, visto
desde la perspectiva que proporciona el recién concluido
mundial oriental, toda una exhibición de las peores
tendencias e hipertrofias del futbol emanado de la ciega
comercialización globalizadora. No está de más
recordar la abrupta eliminación de la hermosa película
que desde 1954 era otra de las herencias documentales de
cada Mundial, a raíz de que el cineasta contratado para
rodar la de Argentina 78 introdujo ciertos elementos de
crítica social en su libreto, incurriendo además en el
grave pecado de cuestionar -y no con palabras, con
imágenes- la legitimidad del 6-0 sobre Perú que
instaló en la final a la selección dueña de casa. La
supresión del filme, que podría parecer una anécdota
sin conexión con el informe oficial, en realidad
refuerza las mismas sospechas que sobre éste pesa: la
FIFA se rige por criterios exclusivamente mercantiles, y
sus prácticas y costumbres monopólicas la hacen
inaccesible no ya a la crítica, sino incluso al sentido
común. A la vista están los resultados: un progresivo
declive en la calidad futbolística y la ética del
juego, en perjuicio de un evento que alguna vez fue rey y
hoy sólo prospera -¿por cuánto tiempo más?- desde la
más hueca charlatanería. Museo de horrores, capítulo final. Uno quisiera quedarse con la parte del GüiriGüiri y olvidar de una vez por todas las cadenas de desventuras que para el futbol y su buena afición ha significado CoreaJapón, pero Blatter y secuaces insisten en recordárnoslo. Y hasta en enriquecer con una entrega final de exclusivas perlas la turbia memoria del peor mundial que se recuerde. Por ejemplo, el Fifo número uno aparece por ahí lamentando el nivel del arbitraje -como si no fuera responsabilidad suya, como si su única función como presidente fuera aparecer en primera fila y discursear a discreción en cuanta ocasión le permite el denso ceremonial mundialista-, a lo que Codesal replica reclamándole -polvos de recientes lodos concacaferos- su falta de "apoyo a los árbitros", antes de despotricar contra las repeticiones por televisión de la interminable feria de horrores arbitrales. Y ya en pleno surrealismo, qué le parece a usted la designación de Oliver Kahn como "Balón de oro" mundialista, el nombramiento oficial que por tradición otorga la FIFA a quien ha sido, en opinión de sus "expertos", el mejor futbolista del evento. ¡Hombre, teniendo tan a la mano a Ronaldo, qué necesidad había de exhibirse designando al admirable portero alemán, justamente el día en que cometió el error más costoso del campeonato! Si sólo fueran ganas de hacer el ridículo, menos mal. Lo triste es que entre dislates y corruptelas -los arbitrajes espurios y la curiosa reelección de Blatter pueden leerse en esa clave-, quien sale pagando es el futbol, hundido ahora mismo en el mayor descrédito de su prolongada y fascinante historia. Y amenazado con el peor futuro posible por estos apóstoles del lucro sin fin. |