lunes 8 de julio de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Tauromaquia

El novilleril, un circuito roto

n Alcalino

Se puso en marcha la temporada chica de la Plaza México bajo pautas de antemano conocidas, las mismas que han caracterizado de años atrás el modo de "hacer fiesta" patentado por la actual empresa capitalina. Es un hacer sin hacer, o un fingir que se hace cuando en realidad se deshace. Pues deshacer ilusiones es convocar a seis desconocidos muchachos a una novillada de selección que no calificaría ni para festival de aficionados -nula preselección y ganado de desecho desnaturalizan el espirítu de búsqueda de talentos emergentes implícito en tal clase de festejos-, y desbaratar el sentido común es anunciar enseguida a una ignota novillera hispana -muy guapa, pero sin nada más que ofrecer- al lado de un cartucho más quemado que Judas y otro aspirante que se dedicó a escurrir el bulto sin el menor disimulo. Tras ese fulgurante principio, Rafael Herrerías -o quien quiera que sea el que lo cubre en sus continuos viajes "de negocios" a la península ibérica- pone en manos de Pepe San Martín y la entusiasta gente de Telmex los dos siguientes festejos de su peculiar temporada, antes de regresar a seguir regando el tepache con el ímpetu de costumbre. Y por favor, que a nadie se le ocurra preguntar por una inexistente estructura para las indispensables detección y promoción de esos jóvenes valores que nuestra pobre fiesta está necesitando como agua el sediento. En ese sentido, la México es un Sahara sin oasis.
Pero no sólo la México. Antaño el flujo natural de prospectos hacia las plazas de importancia -había varias, hoy no existe una sola- iba de las ganaderías, donde un espontáneo pero experimentado conjunto de taurinos encauzaba a los principiantes de mejor traza, a los cosos del interior del país, hasta desembocar en las institucionales temporadas chicas de Guadalajara y Monterrey, que año con año criaban con afilado sentido empresarial -y el consiguiente buen éxito económico- a los productos que esas expertas pesquisas iban arrojando, entreverados en los carteles con novilleros ya consolidados en promociones previas, y repitiendo a los triunfadores un domingo sí y otro también, de modo que alcanzaran rodeados del mejor ambiente la meta de la presentación capitalina. Ese fue, grosso modo, el camino que en su momento siguieron los Procuna, Briones, Capetillo, Córdoba, Rodríguez, Huerta, Leal, y también los Rangel, Finito, Martínez, Cavazos, Ramos y Valente, pues antes -en las épocas de Gaona, Armilla, Balderas, Carmelo o Solórzano- era Puebla la plaza provinciana que más rifaba. ¿Hoy? Hoy lo que domina es el silencio de un circuito minado y roto por las prácticas monopolísticas de Manolo Martínez y su banda -último heredero y beneficiario, el inefable Eloy-, que estrangularon la actividad novilleril y tienen en Herrerías su continuador más notorio. Un circuito que tendría que ser recuperado con base en un trabajo inteligente, bien cordinado e infinitamente paciente y cuidadoso -más, si cabe, que en tiempos de vacas gordas, cuando el sistema funcionaba automáticamente y podían abandonarse al azar aspectos importantes del mismo-, capaz de devolvernos a ese puñado de conocedores dispuestos a recorrer pueblos y ganaderías, hoy grotescamente sustituidos por la chequera de papá y las influencias de una buena recomendación. Pero también, y sobre todo, a reconstruir ese tejido que trazaba una trayectoria de creciente exigencia entre las plazas menores, las formidables temporadas de verano tapatía y regiomontana, y el anhelado arribo al coso de la capital, donde aguardaban las expectativas de una afición debidamente informada de las previas compañas del debutante, con un buen registro anticipado de sus atributos y dispuesta a entregarse al bueno y rechazar al inepto desde unos tendidos democráticamente colmados: de gente, de sensibilidad y de una nunca exagerada exigencia. La ya duradera ausencia de todo eso es la mejor explicación de la creciente decadencia de nuestra tauromaquia.