Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 10 de julio de 2002
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Política

Carlos Martínez García

ƑAnimadversión o crítica hacia la Iglesia católica?

"Ya no le tires tan duro a la Iglesia en tus artículos", si no textual, ése fue el sentido de las palabras que me dijo un obispo católico romano hace unas semanas. Lo hizo de manera cordial y hasta con cierto sentido del humor. Dicho obispo dista mucho del autoritarismo que caracteriza a personajes como Onésimo Cepeda, Juan Sandoval Iñiguez y Norberto Rivera Carrera. El prelado se está esforzando por mantener diálogos respetuosos con otros líderes religiosos de la región donde desarrolla su trabajo y es buen polemista. Podría decir que hasta me cae bien, razón por la que su aseveración me lleva a poner en estas páginas mis razones para criticar a la Iglesia católica.

La sustancia de la crítica es la evaluación de los hechos, que se alimenta de conocimientos históricos y, por lo tanto, tiene que distinguir las diversidades existentes en una institución tan grande y milenaria como la que tiene su centro en Roma. En dicho organismo conviven muy distintas concepciones del que debe ser el papel de la Iglesia católica en las sociedades contemporáneas. Sin embargo, para mí es claro que la línea conservadora, y en algún sentido hasta preconciliar en algunos puntos, se revigorizó con la llegada de Juan Pablo II al papado. Distintos intentos por desclericalizar al catolicismo se han topado con férreos controles de las cúpulas eclesiásticas. Sólo traigo a cuenta dos casos de pensadores católicos que por hacer circular sus concepciones histórico-teológicas, que critican duramente el romanocentrismo, fueron hostigados y aislados por la alta jerarquía vaticana. Se trata de Leonardo Boff, quien se atrevió a escribir que Roma se equivocó en el siglo xvi en su querella contra el reformador Martín Lutero (cf. Iglesia: carisma o poder), y también de Hans Küng, que durante su larga carrera como teólogo ha señalado que el catolicismo que tiene bajo su dominio al Vaticano se ha impuesto a la catolicidad de la Iglesia. Küng, en su erudita y enjundiosa obra El cristianismo (no tengo a la mano el libro y no recuerdo el subtítulo), aboga por dejar de absolutizar la concepción que de la fe cristiana se administra desde Roma.

En México la Iglesia católica militó contra los proyectos descolonizadores que buscaron abrir para la nación nuevos horizontes, donde la institución eclesiástica ya no fuera el centro político, económico y religioso. Se opuso encarnizadamente a los movimientos de Independencia, Reforma y Revolución. Los concibió como un atentado a su modelo de sociedad y no entendió los vientos del cambio. Sé que desde un revisionismo histórico, auspiciado por algunos intelectuales, políticos y líderes católicos, y también por jerarcas de la Iglesia mayoritaria en el país, recordar esto les suena a "jacobinismo trasnochado". Se les olvida, o quieren borrar de la memoria histórica, que el anticlericalismo y el liberalismo que confrontaron a la Iglesia católica no es resultado de una exaltación de "come curas". Es la consecuencia y respuesta al dominio ejercido durante casi cuatro siglos por parte de una institución caracterizada por ir a contracorriente de lo que sucedía en otras partes del mundo a partir del siglo xvi. El siglo xix mexicano, la gesta liberal, no se explica sin tener en cuenta el modelo de la contrarreforma que se nos impuso y quiso perpetuar en estas tierras.

En el México contemporáneo, atravesado por cambios sociales, culturales y un proceso de creciente diversificación en todos los terrenos, a la jerarquía católica le es muy difícil aceptar que tiene que ganarse los apoyos a sus posturas en la sociedad civil y no mediante su cercanía con la sociedad política. Los tiempos actuales son de ganar adeptos mediante el convencimiento, por la persuasión, en la plaza pública y en igualdad de circunstancias con otros actores. A las cúpulas de la Iglesia católica, bien acostumbradas a negociar con el poder, les cuesta mucho trabajo moverse en la sociedad y aceptar las contradicciones a sus puntos de vista. Y es en este último espacio donde está el futuro de cualquier institución que aspire a normar una buena parte de las conciencias de los ciudadanos. Una merma creciente en su influencia normativa es lo que constatan variados estudios de opinión pública. La Iglesia católica no tiene el capital simbólico que se autoadjudica ("85 por ciento de los mexicanos son católicos, por lo tanto las posturas de su jerarquía tienen un amplísimo respaldo"), más bien es beneficiaria de algo que podríamos denominar inflación del capital simbólico, que le permite obtener buenos dividendos en sus negociaciones con la clase gubernamental.

Por las razones expuestas, y otras que ya no puedo desarrollar por falta de espacio, sí mantengo una posición crítica hacia la Iglesia católica. Pero no me mueve en este ejercicio la animadversión ni un esquematismo ramplón. Mi crítica no está motivada por ánimos persecutorios, sino por la convicción de que en una sociedad abierta todos los sectores desde donde se ejerce el poder tienen que rendir cuentas.

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