ATENCO: EL CONFLICTO
En un pueblo tachado de inculto, la defensa de las tradiciones nahuas
es primordial
Atenco, lucha de la cultura contra el progreso
"Para nosotros es más fácil morir peleando; no nos vamos
a echar para atrás", dice la gente
JAIME AVILES ENVIADO
San Salvador Atenco, Mex., 14 de julio. Bastaría
un cohetón a cualquier hora del día o de la noche para que
de éste y de los pueblos vecinos salieran 7 mil campesinos machete
en mano dispuestos a morirse en la raya. ¿Por qué? Las "autoridades"
jamás pudieron explicarlo. Si algo, por fortuna, ha quedado claro,
es que los "intereses ajenos al conflicto" que propiciaron esta organización
extraordinaria fueron los de Pedro Cerisola, secretario de Comunicaciones
y Transportes; Arturo Montiel, gobernador del estado de México;
el grupo Atlacomulco, la inmobiliaria ARA y distintas empresas, como Casas
GEO y otras, que, según la revista Expansión de noviembre,
valuaban el negocio del aeropuerto de Texcoco en 100 mil millones de dólares.
Ebrios de macroeconomía y globalización,
todos ellos creyeron que nada sería tan fácil como borrar
del mapa una cultura que tiene raíces milenarias, que sigue colocando
ofrendas a Tláloc y que palpita más viva que nunca en los
patios de las casas, donde los campesinos todavía utilizan telares
de cintura del siglo XIX para hacer fajas de algodón, y miden el
maíz en pequeñas cajas de madera coloniales que llaman cuartillos,
además de cumplir con los rituales de la mayordomía para
celebrar sus fiestas, pero sobre todo se indignan cuando aquellos que pretenden
arrebatarles todo, absolutamente todo, los llaman "incultos" y "huevones".
¿Qué no han dicho de los campesinos de Texcoco?
Que habitan "jacales miserables", que "no trabajan", que están "manipulados"
y, lo peor, que son "tontos" e "ignorantes" porque se oponen al "progreso"
cuando rechazan los célebres siete pesos que el gobierno de Vicente
Fox les ofreció por cada metro cuadrado del universo donde reposan
sus muertos. Pero este fin de semana el delirante proyecto del aeropuerto
de Texcoco se esfumó, en buena hora, para siempre.
Quienes lo alentaron tercamente no sólo querían
desaparecer la cultura náhuatl de la región, sino, además,
destruir los santuarios de los patos migratorios de Canadá, acabar
con la Universidad Autónoma de Chapingo y asfixiar decenas de pozos
del valle, que actúan como vasos reguladores de los manantiales
profundos y que, al ser aplastados por la "modernidad", habrían
inundado las cuatro pistas de aterrizaje, los hoteles y los fraccionamientos
de lujo que la voracidad sin límite de los especuladores planeaba
construir sobre las milpas.
Fueron los dueños tradicionales de la tierra quienes,
con su comprensible determinación de morirse en la raya, ayudaron
a Fox a evitar un error cuyo costo político, el de una matanza desmesurada,
habría hecho inviable el resto del sexenio.
En las fogatas
Son
las 3 de la mañana en la carretera Texcoco-Lechería, sobre
el tramo que va de Atenco a Cuexcomac. Aquí y allá arden
las fogatas y el chisporroteo recorta las sombras de los camiones cargueros
detenidos desde el jueves, donde se pudren ya las fresas y agonizan los
cerdos. Al amparo de la lumbre, decenas de hombres juegan a las cartas,
cantan, charlan. Tres reporteros caminamos al garete, buscando un lugar
para dormir. Afuera, invisible, respira el cerco de policías y soldados
que espera la orden de atacar a sangre y fuego, como vaticinan, y desean,
tantos periódicos.
Frente a la alcaldía del pueblo, donde permanecen
los seis funcionarios mexiquenses retenidos, las mujeres reúnen
la basura y la queman, al tiempo que otras cocinan, puliendo el sencillo
orden cívico de este lugar sin policía ni gobierno. Margarito
Reyes, presidente municipal priísta y partidario del aeropuerto,
que huyó meses atrás cuando estalló el movimiento,
duerme en su casa y nadie lo molesta.
Sin embargo, en las fogatas de la carretera tres hombres
quieren saber cuán de verdad somos los periodistas. Una vez que
comprueban la autenticidad de nuestras credenciales, nos invitan a trabajar.
"¿Quieren ir a ver los terrenos expropiados por el gobierno?", preguntan.
Y allá vamos. Cogen sus machetes y bicicletas y nos conducen a pie
hasta la esquina de las calles Miguel Hidalgo y Emiliano Zapata, nada menos,
donde la barda trasera del panteón municipal da a la milpa. Uno
de los guías bromea con sorna: "A los muertos también los
van a reubicar cuando por aquí pasen las nuevas autopistas", dice.
Yo aún me río al pensar en la escena que
vi horas antes en Tortas Richard's, un local de 30 metros cuadrados cuyo
propietario, caso insólito en Atenco, sí está de acuerdo
con la indemnización. "Andale, vende", lo incita una de las meseras.
"Te van a dar 210 pesos por el terreno."
Con una mano vendada, porque el jueves lo lastimaron en
la refriega de Acolman con una bala de goma -"que no son de goma, sino
de madera"-, uno de los tres guías describe la furia que lo embarga
cuando piensa que todo esto, el suelo y el cielo, el aire, el agua, el
paisaje, todo, va a desaparecer. "Para nosotros es más fácil
morirnos luchando; yo lo siento por mis hijos y mis nietos, pero no me
voy a echar para atrás", repite. "Ni yo, compadre", lo secunda otro.
"Ni yo", confirma el tercero.
"¿Que no trabajamos?", dice el más alto.
"¿Que estamos infiltrados? ¿Que nos están manipulando?",
nos ametralla a preguntas el más alto. "Vengan a conocer la tradición
más antigua de Atenco." Y veredeando caminamos hasta el barrio
El Chinaco, donde un perro nos gruñe de envidia al ver que su amo
abre la puerta, nos invita a pasar y lo deja fuera.
Urdir y cardar
En un rincón del patio limpísimo, lleno
de plantas y flores, con su fogón y su pileta y sus jaulas y su
escoba exhausta de tanto trabajo, hay dos viejos telares de cintura. El
anfitrión se coloca entre los palos, comienza a balancear los pies
sobre los pedales y una cascada de hilos azules, anaranjados y blancos
empieza a fluir entre las agujas, y en 10 minutos, sudando, produce una
faja de algodón que venderá en La Merced, en la Central de
Abasto o en las gaseras de San Juanico en 25 pesos.
El hilo, explica, proviene de los desechos que venden,
a cinco pesos kilo, las fábricas de pantalones de mezclilla. Después
de desflemar la pedacería, la extienden en las calles del barrio,
de poste a poste de luz, para desenredarla. A continuación la hacen
ovillos y luego la pasan a través de las agujas, en el arte, dicen,
de "abetillar" el material. Y entonces le dan a los pedales, le encajan
las grapas y en 12 horas de chamba sacan 60 metros, a los que más
tarde habrán de coserle los bordes. Esto les deja 400 pesos a la
semana y es un producto textil, aseguran, que inventaron los tamemes (cargadores
nahuas), "desde antes del rey Nezahualcóyotl".
Hablan entonces de sus fiestas. De hecho esperan con impaciencia
la del 4 de agosto, la de San Salvador. Como en la época de la Colonia,
cada barrio nombra a sus mayordomos, que se encargarán de conseguir
la música, los cohetes, la bebida y los tamales. Pero las familias
los ayudan con el maíz -que miden en cuartillos- en unas cajas de
madera que bien copeteadas recogen kilo y medio del grano.
En la milpa, que además de maíz les da frijol,
verdolaga y quelites, y en los telares, haciendo fajas para los modernos
tamemes de la Central de Abasto, trabajando siete días a la semana,
se ganan la vida los miembros de la familia de Pedro Pájaro. El
hombre de la mano vendada pregunta y responde: "¿Cómo financiamos
la lucha? Para ir a la cumbre de Monterrey, en febrero, yo rifé
una bicicleta y mis hijas hicieron palomitas de maíz. Así
nos hemos costeado todo. Que no digan estos cabrones que estamos infiltrados,
que nos están manipulando".
Caminamos de regreso al centro del pueblo. Para demostrar
que aquí no hay "intereses extraños", nuestros guías
saludan por su nombre y apellido a todas las sombras que encontramos en
la calle. "Aquí hay cuatro primarias, una secundaria directa, una
telesecundaria, una prepa, un panteón, y todos somos amigos
porque somos las mismas familias desde el tiempo de nuestros abuelitos".
Maniobra escalonada
Recapitulemos. El decreto expropiatorio fue expedido en
octubre de 2001. La primera consecuencia fue que, a principios de este
año, el gobierno de Arturo Montiel canceló las ayudas de
Progresa y Procampo. A lo largo de todos estos meses, a la asfixia económica
se agregó la campaña mediática, pero más los
calumniaban y más se fortalecían.
El pasado jueves, Montiel se acercó al pueblo de
San Juan de las Pirámides, sabiendo que los de Atenco tratarían
de interpelarlo. Era una emboscada. En el municipio de Acolman, los campesinos,
que no eran más de 50, fueron atacados por una fuerza de 300 granaderos
que les cerraron el paso, y luego 700 más salieron de las milpas
por detrás y por los lados. Fue una golpiza terrible, inhumana.
Acto seguido, procedieron a detener a los dirigentes principales,
Ignacio del Valle y Jesús Adán Espinoza, confiando en que
al descabezarlos, los destroncarían. Grave error. Bastó un
cohetón para que de todos los pueblos surgieran 7 mil campesinos
machete en mano, que cerraron la carretera, replegaron a los ganaderos,
confiscaron cuatro tractocamiones de Coca-Cola, sacaron de la Subprocuraduría
regional al titular de la oficina, al director de Averiguaciones Previas
y a cinco empleados más, y desafiaron a muerte al gobierno.
Con el mismo desprecio que ha exhibido en todo el proceso,
Montiel encargó la "mediación" política al jefe de
"inteligencia" de la Policía Judicial del estado, un hombre de aspecto
oligofrénico, incapaz a todas luces de resolver un crucigrama. Y,
entonces, el "gobernador" le aventó la pelota al gobierno federal
y se fue a Cancún a hablar de cosas más serias. Pero la noche
del sábado, mientras Pedro Pájaro trabajaba en su telar de
cintura, Fox lo mandó llamar y le exigió que liberara a todos
los detenidos. Esta es la victoria de la cultura sobre la infinita estupidez
de "progreso".