lunes 22 de julio de
2002 |
Semanálisis Ana y Nelson n Horacio Reiba |
Integrando un perfecto claroscuro,
los nombres de Ana Guevara y Nelson Barrera sintetizan nítidamente
lo que fue la semana deportiva recién ida: épica y
tragedia, luz y oscuridad, ser y no ser sobre la misma
tela. Nelson. Desenfadado, dicharachero, gozosamente costeño, Nelson Barrera, el bigotudo "Almirante", reunía en su más que robusta figura la gracia y el talante del beisbolista mexicano clásico, siempre más cercano a la chanza que a la solemnidad, y al jugo vital de lo lúdico que a las arideces de la seriedad. Alguien ha argumentado con estas mismas razones para explicar la progresiva decadencia de la pelota en nuestro país, especialmente a partir del advenimiento de la Anabe, resultado de un movimiento reivindicativo tan irreprochable en su esencia como víctima inerme del golpeo vengativo de los dueños del béisbol, no menos ingratos con el deporte y sus hacedores que las demás dirigencias y federaciones de este país. Por aquel entonces, ya Barrera disparaba batazos de jit en todas las direcciones, y había emprendido, si que nadie pusiera todavía sospecharlo, la caza del récorman mexicano de la especialidad, el legendario Héctor Espino. Bien es verdad que el toletero campechano sólo conseguiría rebasar los 453 jonrones de Espino -cifra alcanzada por éste a lo largo de 24 campañas completas- cuando cubría ya su vigésimoquinta y última temporada, pero esos 455 palos de vuelta entera van a permanecer en el tope de la estadística por quién sabe cuánto tiempo, como también las 1,927 carreras empujadas que lo sitúan como el mayor productor de todos los tiempos en la Liga Mexicana. Tan buen tipo era Nelson que en esa histórica campaña fue capaz de alternar sin problemas su habitual función de tumbabardas con la de manager de los Guerreros de Oaxaca finalmente campeones. Alejado de los diamantes, Barrera era funcionario deportivo en su estado natal como el domingo lo sorprendió la muerte, mientras hacía talacha casera cerca de unos cables de alta tensión. Ana. Imperturbable, Guevara coronó en Mónaco, con su cuarta victoria consecutiva en 400 metros libres, la primera parte de la Liga de Oro de Atletismo. Antes había corrido y ganado la misma prueba en Oslo, París y Roma, mejorando siempre la marca anterior (50:45, 50:00, 49:51 y ahora 49:25), arrollando a la totalidad de sus opositoras de élite y demostrando, en el breve espacio de un mes, las bondades de su perfecta puesta a punto, sustentada en una fuerza mental cultivada desde la voluntad de trascender y el permanente esfuerzo. Por lo pronto, nos ha hecho acostumbrarnos a verla llegar más alto cada vez en una progresión sin techo visible, algo rigurosamente inédito en el país de los "ya merito" de todos los tamaños, y del "sí pero no" a escala nacional, pues al revés de lo que es entre nosotros hábito ancestral, esta increíble norteña entiende que no hay logro sin sacrificio ni satisfacción completa sin entrega total a una causa. Más allá de la momentánea alegría del triunfo, a Ana Guevara le tendremos que agradecer por sobre todas las cosas el ejemplo que suponen el espectáculo de una juventud dedicada íntegramente al desarrollo inteligente y tenaz de los talentos de que la dotó la naturaleza. Copa Libertadores. Al América y su alharaquiento DT la raya de las semifinales les marcó el alto, en beneficio de un Sao Caetano armado pero sin nada especial que ofrecer. Lo mismo le pasó en Porto Alegre al Gremio, privado de cuatro titulares por las inclementes exigencias del mercado -el más famoso de ellos, Luizao, sencillamente se negó a jugar, obedeciendo el consejo de su agente, en trance de colocarlo en un equipo alemán-. Total, que la copa la disputarán Olimpia y Sao Caetano, una final menor a tono con un futbol sureño en permanente remate, y un torneo organizado con las meras pezuñas. |