lunes 22 de julio de
2002 |
Tauromaquia Un verano cárdeno oscuro n Alcalino |
México. Uno busca y rebusca
información sobre festejos taurinos en el país y se da
de bruces con la realidad: fuera de aisladas corridas -como
la reciente de Zacatepec en la preciosa plaza de Orizaba-
y unos cuantos festejos menores -la temporada chica
capitalina como su expresión más desesperante y
desesperada- la parálisis es casi total. No hace falta
retrotraer la memoria hasta la época áurea de Manolo y
secuaces -paradójico punto de partida de la desolación
que vivimos hoy- para encontrarse con veranos normalmente
muy movidos en materia taurina, cuando las novilladas de
la México se acercaban a la treintena y contaban con una
concurrencia garantizada, a favor del interés despertado
y el bajo coste de los boletos, y cuando las anuales
campañas norteñas -Tijuana y Juárez a la cabeza- movían
millones de dólares a lo largo y ancho de la cuarentena
pasada de corridas que por ahí se anunciaban, mientras
la pesca de nuevos valores fructificaba sin mucho
problema gracias a temporadas perfectamente planeadas y
llevadas a cabo por las empresas -hoy invisibles- de
Guadalajara y Monterrey, por cuyas plazas pasó siempre
toda figura novilleril en ciernes como escala natural de
un progresivo encumbramiento. Perdido todo ese bagaje en
las inciertas brumas de la memoria, no nos queda más que
desear que por alguna especie de milagro nuestros toreros
jóvenes consigan llegar rebosantes de celo y sitio a la
próxima serie invernal capitalina, y que las jóvenes
promesas, que nunca faltaron en México pero por ahora
permanecen ocultas, encuentren ocasión de manifestarse
en alguno de los escasos festejos chicos que vayan
apareciendo por ahí, singular ventura ojalá que bien
reforzada por un razonable respaldo empresarial y mediático.
Parecerá mucho pedir, pero después de todo, no es nueva
entre aficionados a todos este inevitable fe del
carbonero, doblemente necesaria cuando, ya ve usted, en
España vive El Zotoluco su año más desafortunado,
mientras Tauromex de plano decidió claudicar de su papel
de activo promotor por aquellas cosos de una bandada de
novilleros mexicanos -El Cuate, Garibay, Bricio, El
JaliscoÉ- en los que invirtió pequeñas fortunas con
muy pobres resultados. Con semejante telón de fondo, ya
sólo faltaba que el gobernador de Veracruz le
encomendara a Rafael Herrerías, eterno socio de su hijo
en empresas taurinas, los destinos de los Tiburones
Rojos, temeraria decisión que amenaza con vaciar el
"Pirata" Fuente de futbol y de gente, hasta
conseguir que los dichosos escualos retornen en breve a
las heladas aguas de Primera A. España. Como nunca antes, el grueso de las ferias veraniegas contempla sus carteles llenos de remiendos y tachaduras, dada la severa sangría que las astas de los toros están causando entre la grey toreril, con especial cebamiento en las alturas del escalafón, privado hoy del concurso de nada menos que Joselito, Ponce, José Tomás, Ojeda, Rivera Ordóñez y hasta algún rejoneador puntero, como el veterano maestro Joao Moura, por no hablar de matadores y novilleros de diversa importancia, empeñados en multiplicarles el trabajo a los médicos de plaza. Mantiene el tipo El Juli, como solitaria figura base, inesperadamente acompañado por la dupla de espadas banderilleros que integran Antonio Ferrera y El Fandi desde su doble triunfo en San Isidro, no correspondido en un primer momento por empresas acogidas a la cómoda rutina de los nombres de siempre. Por lo pronto, han sido los tres mencionados los únicos capaces de abrir la puerta grande de Pamplona durante los recién concluidos "sanfermines", y ya se perfilan como los nombres a seguir durante las últimas ferias importantes de julio -Valencia y Santander-, y la vorágine agosteña que habrá de culminar en la Semana Grande de San Sebastián y las Corridas Generales de Bilbao. Es posible que para entonces, Ponce ya esté de nuevo en liza, pues a Tomás parece que habrá que esperarlo hasta finales de mes, en Almería. |