Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 30 de julio de 2002
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Cultura

Teresa del Conde

Juan Diego y Marcos Cipac

Es bien sabido que a finales del siglo XV, durante la época en la que la imprenta se difundió en Europa, hubo un auge de la imagen grabada. La situación ha sido estudiada, entre otros, por Paul Westheim. Los evangelizadores trajeron a la Nueva España un buen acervo de imágenes religiosas, principalmente flamencas, ofreciendo así la oportunidad de una conquista espiritual por medio de la imagen. El hecho de que los indios fueran diestros de antaño en su manejo fue reconocido desde el principio por los frailes. En el Colegio de la Santa Cruz de Tlaltelolco los franciscanos entrenaron a los miembros jóvenes de la aristocracia mexica y allí se encuentran, en parte, los orígenes del arte virreinal.

Es conveniente acudir a los estudios de Francisco de la Maza, de Edmundo O'Gorman y hoy día de David Brading, con su famoso análisis sobre el culto guadalupano, para recordar que la leyenda del piadoso Juan Diego está mezclada no sólo con este culto, sino con el que se brindaba a la Virgen de los Remedios.

En el presente, debido a la inminente canonización de Juan Diego, se habla poco del pintor Marcos Cipac, cuya existencia probada quizá debiera fundirse con la imagen de las apariciones, pues según fuentes antiguas él es el intermediario con el cual ''los pinceles de Dios" dieron origen a lo que sí es un milagro: la unión de criollos, mestizos e indígenas bajo el emblema de Guadalupe del Tepeyac. Marcos Cipac es el primer pintor indígena conocido y famoso, pues alcanzó preponderancia hacia 1555 al realizar varias obras en colaboración con colegas suyos, entre ellas, una muy importante: el retablo de la capilla abierta de San José en el onvento de San Francisco, mencionada por Bernal Díaz del Castillo.

Fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, fue el primero en mencionar a Marcos como autor de la imagen de la Virgen y el dato fue recogido en la Información, de fray Alonso de Montúfar, segundo obispo de México. El modelo para nuestra Guadalupe no deriva de la imagen medieval, de bulto, que se venera en el monasterio de Guadalupe en Extremadura, sino que más bien se trata, al parecer, de esos grabados que ya proclamaban la Inmaculada Concepción de María mucho antes de que el dogma fuera emitido a mediados del siglo XIX por el papa Pío IX.

Más de 20 años separan la tradición aparicionista de los hechos acontecidos. Lo que no se ha comprobado es si en la primera ermita se veneró inicialmente a María-Tonantzin bajo la advocación de la virgen extremeña. Cantares indígenas y exvotos los hubo pronto, pero ninguno de los cronistas de la Conquista alude a la sustitución o colocación allí de la imagen que los mexicanos hemos venerado por siglos. Lo que nadie disputa ni niega es que la ermita franciscana ya existía en 1554.

O'Gorman habla de ''un gran silencio" que abarca de 1531 a 1556. Queda ese año fijada, sin duda, la preciosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe venerada hoy en la nueva basílica diseñada por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez y decorada por fray Gabriel Chávez de la Mora.

No tengo problema para aceptar que la virgen se le apareció a Juan Diego (o a otros posibles receptores) aun cuando la existencia de éste no quedó consignada sino con la relación del padre Miguel Sánchez (1596-1674), que es un dechado teológico, como lo demuestra con creces David Brading en La Virgen de Guadalupe. Imagen y tradición, libro publicado en castellano por el Fondo de Cultura Económica el año pasado en traducción de Aura Levy y Aurelio Mayor. Con lo que sí tengo problema es con el olvido de Marcos Cipac, pues él debiera también acceder a la santidad o por lo menos a la beatitud.

El Nican mophua, publicado por Lasso de la Vega, se atribuye a don Antonio Valeriano. Es una contribución importantísima a la historiografía guadalupana, pero los especialistas fechan su redacción en lengua náhuatl hasta 1555-56, no antes.

A los tres autores que he mencionado, todos respetuosos, todos apologistas del guadalupanismo, conviene añadir los nombres de Miguel León-Portilla, Jacques Lafaye y Serge Gruzinsky. Por último, el bellísimo libro de Jaime Cuadriello y otros autores, El divino pintor. La creación de María de Guadalupe en el taller celestial (Museo de la Basílica, 2002) contiene una revisión iconográfica, ricamente ilustrada, de las imágenes guadalupanas y otras imágenes que se anexan a los fenómenos aparicionistas.

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