León Bendesky
Torre de marfil
La economía está en un bache del que no puede salir. No hay nada que la jale desde afuera y nada que la empuje desde adentro. Así, está instalada en lo que aparece como la comodidad de una estable situación macroeconómica sustentada en una débil actividad productiva. Cuando menos eso se desprende del informe sobre la inflación del segundo trimestre del año del Banco de México. La economía en un bache y el banco central en una torre de marfil.
La expectativa de una recuperación estadunidense que dé nuevos bríos a nuestra economía después del frenazo de 2001 no parece posible en los meses próximos. Así lo indican los datos recientes del frágil desempeño de esa economía, con las fuertes caídas de las bolsas de valores, donde se ha fundido gran parte del valor del producto y con el estado de desconfianza de los consumidores. Otros problemas vienen desde el sur. Ya se había descontado el efecto de la fuerte crisis argentina, pero se ha sumado la situación brasileña en pleno año electoral. La economía mexicana no está vacunada contra el contagio de la crisis y menos cuando estamos a la mitad de las dos fuentes de infección.
El Banco de México persigue, como se sabe, un solo objetivo: controlar la inflación. Desde la crisis de 1995 ésta ha ido bajando, aunque entonces se requirieron 20 mil millones de dólares del gobierno de Clinton para estabilizar los precios que habían crecido 52 por ciento en el año, y cuando el peso se devaluó 100 por ciento frente al dólar. Palo dado nadie lo quita. De ahí en adelante se ha controlado la inflación hasta que ahora el BdeM propone un cambio notorio y decide fijar una meta, ya no año con año, como se hacía comúnmente, sino de largo plazo (Ƒqué tan largo?, no se sabe) de 3 por ciento anual con una banda de variación hacia arriba y abajo de uno por ciento.
En las condiciones actuales se requiere ya sea de mucha confianza en la capacidad de la política monetaria para estabilizar definitivamente a la economía mexicana o bien una forma de entender su funcionamiento, que es muy discutible. El control de la inflación entre 1996 y 2000 se logró en un marco de crecimiento del producto. Este se asoció con dos asuntos relacionados entre sí: el primero fue el impulso a las inversiones y el comercio generado por el Tratado de Libre Comercio, y el segundo, la expansión de la economía estadunidense, que recibía las exportaciones que se hacían desde México. No faltaron con ello los dólares para fortalecer el peso, cuyo valor subía con respecto a esa moneda y se convertía en lo que se puede llamar un ancla antinflacionaria, por su efecto positivo en los precios internos asociados con el menor costo de las importaciones. Desde 2001, en cambio, el control del aumento de los precios ocurre en un entorno depresivo, es decir, con muy bajo crecimiento productivo.
En ambos casos BdeM mantiene el mismo diagnóstico y las mismas medidas. Pero el entorno hoy es muy distinto, no sólo porque será muy difícil replicar el ritmo de expansión en Estados Unidos, sino porque los factores de incertidumbre son mayores. Es mejor tener una inflación baja, pero la concepción del BdeM (según consta en la información disponible en su página de Internet) se sustenta en: 1) la aplicación de un solo instrumento de política, que es el llamado corto; 2) la atención a un precio, que es el salario y que, según se argumenta, debe ajustarse en las negociaciones lo más posible a la inflación esperada; y 3) que se mantenga la entrada de dólares por la exportación del petróleo, para lo cual la política guerrera de George Bush es un factor importante.
El control de la inflación es, ciertamente, un objetivo central de la política económica y la responsabilidad del BdeM, según consta en la Constitución. Pero en un objetivo que resulta de factores que van más allá de los antes señalados. Es el resultado del funcionamiento eficiente del conjunto del sistema económico o, para decirlo en otros términos, es una consecuencia del proceso de la formación de los precios. En ellos hay más que el control de la oferta de dinero, el tipo de cambio y el salario contractual que inciden en los costos. En este país la restricción monetaria, junto con la fiscal, han retrasado durante mucho tiempo el gasto de inversión en infraestructura de todo tipo, han limitado la renovación tecnológica de las empresas y la capacitación de los trabajadores, han aumentado el rezago de la producción agropecuaria y la pérdida de recursos naturales, y deteriorado los servicios que recibe la población. Esto quiere decir que se ha fracturado la base de crecimiento de la productividad de grandes segmentos de la economía, que es lo que constituye la competitividad.
Estas son condiciones tan relevantes como las que considera la autoridad monetaria en su visión más bien corta del proceso de generación de la riqueza. En este sentido la continuidad de la política económica es total. En el BdeM se piensa que una vez que la señal de la baja inflación se transmite por la economía, los ajustes de las decisiones de quienes invierten y trabajan se darán de modo automático para crear un proceso virtuoso de expansión. La automaticidad del ajuste de los mercados está en cuestionamiento en todas partes, incluyendo los bancos centrales. Si la economía creciera 7 por ciento anualmente, como se ha ofrecido, pero en un entorno externo más complicado ahora, en condiciones de debilidad interna de la capacidad productiva y con un proceso viciado de formación de los precios, Ƒpodrán mantenerse la metas de la inflación de largo plazo fijadas por el BdeM?