martes 6 de agosto de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Carpeta

El hidalgo Juan Diego

n Sergio Cortés Sánchez

uizá lo único que tenga de indio el canonizado Juan Diego sean los huaraches. Durante decenios, cuando ni a beato llegaba, la leyenda e imagen trasmitida fue la de un indigente nativo más parecido al Tizoc estelarizado por Pedro Infante o al Milagro del Tepeyac pintado por Jorge González Camarena (1947). En los años noventa, cuando los cardenales Ernesto Corripio Ahumada y Norberto Rivera Carrera lo promueven a beato y posteriormente a santo, lo hispanizaron: le blanquearon la tez, le hicieron crecer el pelo, le dejaron la barba cerrada, le calzaron con sandalias de descanso y le desdoblaron los calzones para lograr una mejor caída de la manta inglesa. Con ese look fue reconocido como santo por el papa la semana pasada; el anterior no aprobó el casting de la canonización.
La jerarquía católica nunca ha estado a la vanguardia de las causas nobles ni ha encabezado o compartido la defensa de los expoliados: ellos serán redimidos en el más allá, en el más acá no existen. Los católicos que asumen una interpretación humanista de la Biblia y comprometen sus votos con los intereses de los oprimidos han sido permanentemente hostigados y castigados por la Jerarquía eclesiástica. A estos últimos ahora les dio por redimir a los indígenas con una versión hidalga de Juan Diego y con la beatificación de dos desconocidos delatores de Oaxaca del siglo XVIII. La existencia de Juan Diego es dudosa; mucho más sus milagros: el mismísimo abad de la Basílica de Guadalupe, monseñor Guillermo Schulemburg, negó permanentemente la existencia del ahora santo. La fe y el respeto a las instituciones católicas fue puesta a prueba y con emoción, la mayoría de los católicos mexicanos cree que la beatificación y canonización es un reconocimiento para los pueblos indígenas.
En el municipio de Puebla (y en la entidad) 91 de cada 100 personas de 5 años o más son católicas; en nuestra muestra telefónica lo son 86 de cada 100 ciudadanos. Si nos circunscribimos solamente a los ciudadanos autodefinidos católicos de nuestra muestra, sólo al 48 por ciento de ellos les gusta la imagen actual de Juan Diego, ese mismo porcentaje dice que la imagen sí corresponde a la de un indígena, el 79 por ciento de esos católicos nunca había oído mencionar a los mártires de Cajones y el 45 por ciento dice que posiblemente le rezen a Juan Diego; si consideramos a todos los ciudadanos, el desencanto y desconocimiento es mayor. La mitad de los ciudadanos radicados en el municipio de Puebla cree que los indígenas se benefician con la cononización y que la iglesia se ocupa y preocupa de ellos, la otra mitad afirma lo contrario. Juan Diego no es un santo a quien se le demanden milagros: la mayoría de las plegarias son para la vírgen de Guadalupe y Jesucristo, y el nivel de santos, para Judas Tadeo.
Fox estilizó el águila, el Vaticano a Juan Diego; la Academia de Ciencias de Hollywood hizo lo mismo con Gwyneth Paltrow; Luis Paredes lo pretende con el zócalo y el nombre oficial de la ciudad capital de Puebla. Solamente falta que Rius haga lo mismo con Calzontzin, Televisa con Chano y Chon y el PRI con la india María. Hay una estandarización de nuestro origen: el de padres extranjeros es Vicente Fox, no los 97 millones que nacimos y radicamos en México.