Desminador, una profesión mortal en el país de Asia central
Prolongan las minas la guerra en Afganistán
Las bombas fabricadas en EU, GB, Irán, Rusia, Bélgica e Italia
continúan matando afganos
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Kabul, 10 de agosto. La familia de Tamim vive en
la aldea Joee Sheer, que significa "Arroyo de Leche". Pero justo afuera
de su casa, en este barrio paupérrimo, fluye un tibio y pestilente
río de aguas negras. Jamás hubo mejor razón para quitarse
los zapatos ante esa puerta de madera.
Dentro de la vivienda, hay que subir por una estrecha
escalera para llegar a un vestíbulo donde la madre de Tamim está
sentada en el suelo. Se cubre con una pañoleta morada; la piel alrededor
de sus ojos, tras cuatro semanas de llorar, se ha vuelto gruesa y está
cubierta de ampollas. Tamim, por supuesto, está muerto, y es por
eso que es-toy sentado en esta diminuta habitación, delante de esta
mujer callada y solemne.
Su hijo fue muerto por un pequeño cilindro amarillo
sepultado bajo tierra -un fragmento de una bomba-racimo estadunidense-
que era infinitamente más sofisticada y eficiente que cualquiera
de los objetos que hay en esta casa destartalada.
Tamim trabajaba para Halo of Trust (Au-reola de Esperanza),
la operación de limpieza de minas a la que la princesa Diana dio
tanta publicidad. Era un hombre experimentado, de 25 años de edad,
que llevaba cuatro años practicando el desminado.
"Sé lo que estoy haciendo", solía decirle
a su madre. "Era en parte por nuestra pobreza que tenía trabajo",
me dice ella.
"Yo misma lo llevé a la oficina de Halo para que
obtuviera el empleo. Recibía 130 dólares al mes. La mañana
en que murió estaba tomando un descanso en un campo minado. Comió
algo de yogurt sentado en un rincón, y de pronto hubo una explosión".
Existe un ritual cuando se relatan estas historias; la
memoria circular recrea una y otra vez el momento de la terrible realidad.
"Su tío vino a casa ese día -fue hace un
mes-, y estaba llorando. Dijo que tenía do-lor de cabeza. Después
que Tamim 'se ha-bía lastimado'. En el momento en que dijo 'lastimado'
supe que todo había terminado. Pero gracias a Dios mi hijo tuvo
una muerte digna, mientras trataba de salvar la vida de otras personas.
No murió robando, torturando o asesinando".
Los precios del subdesarrollo
La familia cree que recibirá unos 16 mil dólares
como compensación, que no es mu-cho en comparación con los
más de 70 mil que recibiría la familia de un limpiaminas
estadunidense que resulte muerto.
Pero estos son los precios afganos de las vidas de afganos
que mueren en Afganistán tratando de destruir las armas que los
estadunidenses lanzaron aquí.
Las
minas, desde luego, provienen de una serie de países, como son el
viejo "imperio del mal", otras son del actual "eje del mal", y ni falta
hace decir que muchas de las minas son producidas en los países
"civilizados" que están luchando la guerra "del bien contra el mal":
Irán, Corea, la antigua Unión Soviética, la nueva
Rusia, Bélgica, Italia, Estados Unidos y Gran Bretaña.
Pero Tamim, como muchos otros afganos, murió por
una bomba-racimo estadunidense: 20 por ciento de éstas no estallan
sino que quedan sepultadas bajo tierra y se convierten, en un milisegundo,
en una mina.
Cuando los estadunidenses lanzaron este material sobre
el talibán, tuvieron que ha-berlo sabido. Tenían que haber
sido conscientes que cada una de las misiones de su "guerra contra el terrorismo"
se cobraría después la vida de incontables inocentes.
Sobre la mesa de Abdul Latif Matin, la bomba menor de
una bomba-racimo parece más un juguete que un objeto de muerte.
Es redondo y amarillo, con un abanico de lona en la parte superior.
"Bomb. Frag BLU 97A/B 809420-30 Lot ATB92G109-001" está
impreso a un costado. "BLU" significa, por sus siglas en in-glés,
"Unidad Explosiva Activa", y hay 202 de estas pequeñas asesinas
en cada CBU (Munición de Efectos Combinados) de 430 kilogramos que
fueron lanzadas por los aviones estadunidenses.
El señor Matin es el director regional en Kabul
de la Agencia de las Naciones Unidas para la Limpieza de Minas y Planeación,
que reúne a 15 organizaciones, incluida Halo, que cuenta con 4 mil
700 trabajadores en todo Afganistán.
Para él, las estadísticas no conllevan emoción
alguna. Su dependencia cubre siete provincias alrededor de Kabul, en las
que un millón 100 mil bombas sin explotar han sido retiradas.
En estas operaciones de desminado han muerto alrededor
de cien afganos. Más de 500 resultaron heridos, y muchos de ellos
regresarán a trabajar a los campos minados una vez que sus lesiones
hayan sanado.
Las miles de víctimas afganas de las minas son
una especie de ejército mutilado. Hacen fila en el hospital Mirweis
de Kandahar para obtener piernas artificiales. Observan a otro pequeño
ejército de especialistas en prótesis que esculpe y da forma
a brazos y piernas de las futuras víctimas. Permanecen de pie en
las ruinas oscuras de esta desolada y calurosa ciudad.
Pero es la bomba-racimo -la más nueva y mortífera
de las minas ocultas en Afganistán- la que absorbe todo el trabajo
de Abdul Latif Matin.
"Las fuerzas de la coalición han afirmado que sólo
5 por ciento de las bombas se quedan sin estallar, pero una cifra más
próxima a la realidad es 15 por ciento", señala.
"Hace unos días tres niños resultaron heridos.
Una niña le arrojó a uno de sus amigos la bomba. Creyó
que era un juguete. El problema de las BLU es que se ocultan bajo tierra,
y ya causaron las dos más recientes muertes de desminadores", dice.
Añade: "He sido testigo de tragedias muy, muy terribles.
He tenido que entregar los cadáveres de mis colegas a sus familias.
He tenido que ver a sus esposas e hijos. Esto es totalmente injusto y es
por eso que los propios afganos han comenzado una campaña para prohibir
el uso de minas".
Si bien el señor Latif es un burócrata,
también tiene fortaleza de corazón: "Nosotros, los musulmanes,
creemos que la limpieza de minas es parte de nuestra guerra santa,
es una jihad contra los enemigos invisibles de Afganistán.
Sí, por supuesto que creemos que si morimos en una labor de desminado
iremos al paraíso".
Ese paraíso es en el que ojalá se encuentre
ahora Tamim. Su madre me muestra dos fotografías de él. En
la primera aparece de pie, con su uniforme de desminador, en su casa, con
una cortina de tul tras él. Es barbado y sólo hay que verle
esos ojos para saber que... está asustado.
La otra fotografía lo muestra vestido de oscuro,
al pie de una montaña. Es, del todo, un afgano que aguarda el martirio.
El señor Latif reconoce que los productores de
minas han ayudado a su organización con fondos y equipo técnico.
Pero son los propios afganos quienes deben encargarse del trabajo sucio.
"El mayor apoyo que necesitamos es que esta gente deje de producir minas
y bombas-racimo", afirma.
Y sólo para dejar constancia, dos compañías
estadunidenses fabricaron las sanguinarias y pequeñas municiones
que mataron a Tamim y a uno de sus compañeros. Una es Olin Ordnance,
de Dowey, California. La otra es Alliant Tech. Systems Inc., de Hopkins,
Minnesota.
Ambas ganaron en 1992 un contrato para fabricar 9 mil
598 bombas racimo -equivalentes a casi 2 millones de BLU-, que fueron solicitadas
para remplazar armas del mismo tipo que fueron usadas en 1991 du-rante
la Guerra del Golfo. Por lo visto, las bombas-racimo no sólo matan.
También son sumamente lucrativas.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca