Angeles González Gamio
Gozo y desgracia
No cabe duda que en esta vida lo que es gozo para unos es desgracia para otros. Esto nos lleva a recordar la batalla llamada de La Noche Triste, en la que los aztecas expulsaron a los españoles de México-Tenochtitlan. Para los triunfadores indígenas indudablemente fue la noche feliz. En el punto de la calzada de Tlacopam en el que los españoles padecieron la peor parte del ataque, una vez consumada la conquista un grupo de sobrevivientes levantó una ermita en conmemoración del infausto suceso, que fue conocida como De los mártires. Al poco tiempo se acordó que en ese sitio se festejara la consumación de la conquista, que se llevó a cabo el 13 de agosto de 1516, y que se dedicara a San Hipólito.
Transcurrieron los años y a mediados del siglo XVI llegó a la capital de la Nueva España el andaluz Bernardino Alvarez, quien cansado de una vida de aventuras por España, Perú y México, en 1556 decidió dedicarse a cuidar enfermos en el hospital que había fundado Hernán Cortés. Una década más tarde consiguió diversos apoyos para crear su propio hospital, entre los que se contaban unos terrenos al lado de la ermita de San Hipólito, por lo que decidió bautizar al nosocomio con ese apelativo. Al poco tiempo de creado optó por dedicarlo exclusivamente al cuidado de los dementes, que eran, junto con los leprosos, los enfermos que recibían peor trato.
Su noble labor atrajo a diversas almas bondadosas que se ofrecieron a ayudarlo, lo que lo llevó a instaurar una congregación con el título de Los Hermanos de la Caridad, cuyas constituciones fueron aprobadas por el papa Gregorio XIII en 1569. Para que los hermanos no eludieran sus responsabilidades, se les sometió a dos votos solemnes: hospitalidad y obediencia. Años más tarde se le confirió el carácter de orden religiosa y se agregaron los votos de castidad y pobreza, y quedó bajo la regla de San Agustín. La primitiva ermita de adobes se fue tornando en una enorme y bella construcción de tezontle y cantera con dos grandes patios y un hermoso templo adjunto. De allí salía cada 13 de agosto una solemne procesión que encabezaban el virrey y el arzobispo, conocida como Del Pendón, que tenía como objeto recordar la toma de la ciudad de México.
Muchas vicisitudes padeció la institución a lo largo de los siglos, hasta 1842, cuando Santa Anna puso a la venta la parte baja del inmueble, que tenía accesorias comerciales que hasta entonces habían ayudado a su sostenimiento, y el resto lo dedicó a cuartel. Allí se fundó el Hospital Militar de Instrucción, que después fue hospital municipal, y en 1850 se le dio a la Escuela de Medicina. Poco les duró el gusto a los galenos, pues tres años más tarde el inexplicable Santa Anna se los quitó para convertirlo nuevamente en cuartel. Un tiempo fue fábrica de tabacos y en la actualidad es propiedad de particulares, quienes han remozado el patio, que rentan para bodas, y lo demás está arrendado a establecimientos de tercera calidad.
De todos modos vale la pena la visita, pues las dimensiones del patio, rodeado de arcos de medio punto en la planta baja y escárzanos en el segundo piso y con una gran fuente de piedra original en el centro, son un deleite para el espíritu, al igual que el templo adjunto, con sus originales cubos de las torres colocados a manera de biombo y cubiertos con ajaracas; las esbeltas torres se dan el lujo de lucir pequeños estípites; la de la izquierda fue construida šen 1962! Y es idéntica a la original. La portada es de dos cuerpos y remate, con nichos, columnas lisas, pilastras y relieves; entre estos últimos sobresale el de San Hipólito. En la esquina del pequeño atrio hay un relieve que conmemora La Noche Triste y la toma de Tenochtitlan.
Que no se le ocurra acudir un día 28, especialmente de este mes, pues hay una escultura muy venerada de San Judas Tadeo en el interior del templo, que se festeja en esa fecha y atrae multitudes que prácticamente cierran el paso en la esquina de la avenida Hidalgo y Reforma, donde se encuentra situado el templo.
Para la indispensable escala gastronómica, a unos pasos está el hotel Cortés, con su restaurante en un precioso patio, o si tiene presupuesto y apetito amplios, camine un par de cuadras al hotel Meliá, en Reforma 1, para degustar alguna de las múltiples variedades de paella, todas excepcionales, en D' Albufera.