Desde junio, San Antonio Rayón ya no es el mismo lugar.
La vida de muchos de sus pobladores cambió tras la
estancia de 70 huéspedes inusuales que permanecieron en
esa comunidad por dos meses para enseñar a leer y
escribir y aprender más de la naturaleza y entender lo
duro de la vida en el campo.
Rayón, junta auxiliar del municipio de Jonotla, fue el
centro de operaciones de la labor alfabetizadora que por
segundo año consecutivo realizaron miembros de la
Universidad Autónoma de Puebla (UAP); por nueve semanas,
el pueblo los acogió y las letras fueron el pretexto
para que se desarrollara un intenso aprendizaje por parte
de alfabetizadores y alfabetizandos.
Unos aprendieron a leer palabras; otros, a "leer el
tiempo"; unos escribieron sus nombres en cuadernos,
y luego lo hicieron en las vidas de sus jóvenes y no
menos entusiastas maestros.
Las jornadas en 14 de las comunidades más pobres de la
Sierra Norte fueron extenuantes, y la labor, fructífera.
Los obstáculos fueron muchos: el calor, la falta de
agua, la duda de los alfabetizadores, la rudeza inicial
de unos lugareños y el cansancio.
Las lecciones no sólo fueron impartidas en un salón de
clases ni en la casa de Pedro, Juana o María, ni con
libros o ábacos de por medio; el aprendizaje también
fue intenso en las milpas, caminando bajo el sol y
cortando pimienta, echando tortillas y chapeando el patio
mientras se hablaba el náhuatl.
Los maestros urbanos comenzaron a entender los
claroscuros de la vida campirana y el verdadero valor de
un plato de frijoles luego de trabajar desde la
madrugada; dejaron mucho y se llevaron más, insistieron
ellos.
Las tierras que recibieron a los educandos en la víspera
de la alfabetización fueron vapuleadas por la peor
sequía en varias décadas, lo cual, sumado a los bajos
precios de la pimienta y el café, ha ocasionado la
desesperanza de los labriegos de la zona, que aun así
mostraron empeño en aprender sus primeras letras.
El esfuerzo por aprender
La escena cotidiana de las lecciones es muy similar en el
patio o la entrada de muchas casas del Jayal,
Xiloxóchitl o Buenavista: el paciente maestro, en
cuclillas, muestra al alumno nuevas sílabas: pa-la,
va-cu-na, ba-su-ra, me-di-ci-na.
Escribir por primera vez con un lápiz es un esfuerzo que
al principio quita el sueño a muchos alfabetizandos que
se esfuerzan por no quedar mal con su maestro, a quien le
ofrecen un cafecito o un tamal.
Con el paso del tiempo, la relación se vuelve más
estrecha; entre risas, con unas tarjetas con
ilustraciones de personas, animales y otros objetos, y
valiéndose de las primeras sílabas y palabras
aprendidas, comienzan a contar historias y discuten sobre
la importancia de las vacunas o de cómo se amasa las
tortillas. El "círculo de cultura" está en
marcha.
Uno de los hechos más importantes que tuvo lugar en esta
segunda campaña de alfabetización fue que los propios
preparatorianos adquirieron una vasta serie de
conocimientos acerca de la vida en el medio rural,
empezando por la preparación y siembra de la tierra,
hasta la manera de hacer tortillas e incluso donas y
hablar náhuatl.
Al igual que el año pasado, los encargados de
alfabetizar en la Sierra Norte utilizaron, para lograr su
cometido, el método conocido como "palabra
generadora", de la autoría del pedagogo brasileño
Paulo Freire, a través del cual se consigue que los
adultos sepan leer y escribir en 45 días.
Los bachilleres fueron capacitados para utilizar el
citado sistema de enseñanza desde diciembre de 2001
hasta poco antes de su incursión en cinco municipios;
desde esa época comenzaron a recibir sus primeras
lecciones de cómo darles a conocer las primeras letras a
los labriegos, cuyas edades iban de los 15 a los 94
años.
Jonotla, Tuzamapan de Galeana, Zoquiapan, Tenampulco y
Ayotoxco de Guerrero fueron las alcaldías donde se
realizó la segunda campaña alfabetizadora; las dos
últimas fueron incluidas también en la campaña
realizada un año atrás.
Los jóvenes instructores utilizaron todo el tiempo de
sus vacaciones en la labor de enseñar a otros; por ello
no recibieron ninguna canonjía académica ni dinero
alguno; todos lo hicieron de manera voluntaria, y en
muchos casos la condicionados a no tener problemas
académicos.
Como su estadía coincidió con la víspera del examen de
admisión de la UAP, muchos aspirantes a estudiar una
licenciatura se dieron tiempo para prepararse mientras
desarrollaban su labor en las comunidades. Otros
recibieron clases de matemáticas para regularizar su
situación académica antes del inicio del próximo
ciclo. La vida en comunidad
Todos los preparatorianos coincidieron en señalar que
la primera semana de su estancia en San Antonio Rayón
fue la más dura; de hecho, en ese lapso se registraron
seis deserciones por problemas cutáneos.
Uno de los primeros problemas al que se enfrentaron los
alfabetizadores fue la escasez de agua para bañarse;
primero fueron albergados en una escuela primaria en la
que no había suficiente líquido, por lo que algunos
optaron por bañarse en una caída de agua que los
lugareños conocen como "el chorrito".
Luego se mudaron a la telesecundaria de San Antonio
Rayón, donde acondicionaron regaderas sobre los muros
que dividen a los inodoros, y lograron bañarse cada
tercer día con el afán de no gastar demasiada agua.
La cocina fue improvisada en el laboratorio de química:
las instalaciones de gas facilitaron la colocación de
parrillas; también se puso refrigeradores y se usó el
fregadero para lavar diariamente las decenas de platos,
vasos y cubiertos.
En muchas ocasiones hubo fallas de energía eléctrica
que duraron toda la noche y parte del siguiente día, por
lo que al irse el sol la vida en el cuartel general de
los alfabetizadores se desarrolló a la luz de las velas
y lámparas de mano, así como una lámpara de gas. En
los últimos días los organizadores lograron
proporcionarles una planta portátil generadora de
energía eléctrica.
Separados por sexo en salones diferentes, dormían sobre
colchonetas y bolsas de dormir en el piso, lugares donde
varios fueron sorprendidos por las hormigas, alacranes y
otros miembros de la fauna regional.
Para realizar las labores elementales de una casa, los
muchachos se organizaron en brigadas para lavar los
platos de cada comida, barrer y recoger la basura,
ordenar la bodega, surtir de agua los baños y cocinar.
El transporte, al igual que el año pasado, fue
proporcionado por la fábrica automotriz Volkswagen, que
prestó cuatro vehículos tipo van.
En las camionetas, que están diseñadas para que viajen
con comodidad nueve pasajeros, llegaron a viajar hasta 16
personas "y una bicicleta", recordó con risa
Adriana, una preparatoriana que viajó en la parte de
atrás de uno de los vehículos muchas veces, entre la
bicicleta y otros cuatro de sus compañeros.
Paula González Arellano, alumna de 19 años de la
Escuela de Antropología de la UAP, narra lo que llama
"un día normal" en la vida de un alfabetizador
en Rayón: "El desayuno empieza a las 8 de la
mañana; a esa hora tienen que estar todos los cuartos
levantados".
Luego, continuó, "nos vamos a la presidencia a
preparar clase", de 9 a 12:30 comienza la labor de
las comisiones; a mí me tocó en la de (trabajo)
académico, por lo que tenemos que actualizar el
historial de los alumnos, las clases que se ha dado y
cuántas palabras generadoras se lleva".
Durante los lunes, miércoles y viernes, salían a una
comunidad antes de comenzar clases a las 4 de la tarde;
ahí, refirió Paula, algunos alfabetizadores lograron
dar algunas lecciones matitunas, otros pasaban el tiempo
con sus alumnos y preparaban juntos sus clases.
Poco antes, previa comida, iniciaba el reparto de
alfabetizadores en los cuatro vehículos en los que se
hacía recorridos de hasta 45 minutos, como la ruta entre
las comunidades Paso de Jardín, El Jayal y Junta Poza
Larga.
Todos daban clases hasta las 8 o las 10 de la noche;
luego preparaban su cena e iniciaba la asamblea a las 12
de la noche; más adelante llenaban las gráficas
destinadas a registrar el avance de los alumnos.
Aprendiendo a aprender
Pasan de la 6 de la tarde; el calor en Buenavista
-comunidad perteneciente a Ayotoxco- está cerca de los
37 grados; en una casa de block y piso de cemento -de las
pocas con esa características- Metztli, con paciencia,
ayuda a su alumna Juana: ga-lli-na fi-na; le pide que
repita sus palabras, y ella, con un gran esfuerzo, logra
leerlas.
Dispuestas en círculo, otras tres mujeres han dejado sus
labores domésticas para sentarse en sillas y sobre sus
piernas comenzar a trazar sus primeras letras;
valiéndose de tarjetas con coloridas ilustraciones,
inventan una historia para luego aprender a escribir
algunos vocablos que utilizan.
En Ranchería Morelos, en Tuzamapan, se repite una escena
similar: en el penúltimo día de clases, a la sombra de
un par de pimientos, frente a Pilar Lara, alfabetizadora
de 19 años, la callosa mano de doña Flora Ocampo, una
delgada campesina de 71 años, traza palabras como maíz,
mazorca, olla, pepe y pelusa, además de su propio
nombre.
En una imprenta improvisada, doña Flora ve con
satisfacción cómo se realiza varias copias de lo que ha
escrito en hojas tamaño carta; entiende ahora la forma
en que se elabora los libros, y sonríe con un dejo de
timidez.
Por ahí, por las casas de Juana y doña Flora, por las
del Jayal y Buenavista, pasó un tren al que los 70
bachilleres llamaron "alfabetización", como lo
recordó Paula González durante la ceremonia de
clausura.
Este tren, dijo, "ha recorrido veredas de muchos
lugares, paisajes hermosos; sitios recónditos donde vive
gente trabajadora y dispuesta a aprender; nos llama la
atención lo contradictorio de lo que hemos aprendido en
este recorrido: comunidades hermosas y una pobreza
lacerante; comunidades llenas de aprendizaje que no
figuran siquiera en los mapas oficiales".
El tren, continuó, visitó Amatlán, Buenavista, El
Jayal, Paso de Jardín, Tecpanzingo, Xiloxóchitl, San
Antonio Rayón, Ejido Flores Magón y las colonias El
Arenal, Morelos y Pochotita.
"Recorrimos 60 mil kilómetros durante los cinco
meses de preparación y los 70 días de trabajo efectivo
en las comunidades; alrededor de 140 universitarios entre
alfabetizadores, coordinadores, grupos de apoyo,
médicos, dentistas y biólogos".
Al inicio de la campaña alfabetizadora, sólo 140
alumnos tomaban clases, pero con el paso del tiempo el
número de éstos llegó a 470 adultos repartidos en 180
grupos, los cuales recibieron 18 mil 20 horas de clases.
"Se organizó talleres de pesca, donas y panadería,
comales de barro y 20 talleres para niños, en las
imprentas portátiles se produjo más de 300 textos para
formar libros; estos libros y estas letras son parte de
su vida, como el campo de la nuestra".
"Hoy entendemos el significado de un fuerte apretón
de manos, de una sonrisa sin límites y de una mirada que
ya nos ve como a su gente, como a nuestra gente, porque
ya hemos recorrido los mismos caminos que ustedes a
diario recorren y que ustedes alimentan de sabiduría a
cada paso.
"Cada respiro llega a nuestros pulmones y cada
palpitar recorre nuestro cuerpo, finalmente ha llegado a
nuestro corazón que, a pesar de ser un corazón joven,
ha despertado, porque hemos encontrado un nuevo
significado, el que ustedes nos han enseñado y el que
hemos vivido en cada tortilla que nos llevamos a la boca.
Pues nos llevamos más que eso, nos llevamos su sudor, su
cansancio, su ardor en la piel por el sol, sus llagas en
las manos por limpiar la milpa, sus reumas por el corte
de la pimienta y su amor hacia la tierra.
"Y es por eso que cada plato de frijolitos nos
sabía a gloria, y son estos olores y los sabores que
nunca se olvidan y cada letra que escribamos, la tinta
será de la masa que te queda en las manos después de
moler en el metate.
"Es un compromiso de todos aprender y enseñar algo;
nosotros lo hemos vivido; hemos aprendido a sembrar, a
hablar mexicano, a enseñar, a observar, a escuchar, a
leer en los ojos y escribir en la tierra, y sobre todo,
hemos aprendido a aprender".
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