Cafés y restaurantes exhiben a sus clientes
como en una larga vitrina
La Condesa, centenaria colonia que subsiste a caballo
entre el siglo XX y el naciente XXI
ADRIANA CORTES KOLOFFON ESPECIAL PARA LA JORNADA
Desde la entrada, el piano que deja escuchar pasodobles
y boleros invita a sentirse como en la propia casa. A primera vista resalta
el contraste entre El Tío Luis y los restaurantes de la colonia
Condesa posmoderna, la mayoría de ellos al aire libre. Allí
la comida es casera y uno se siente transportado al México de los
años 40. Es más, en un acto de acrobacia imaginativa, no
resultaría difícil ver en pleno 2002 al autor de María
bonita ocupar una mesa con su semblante de aire nostálgico.
Prohibido el paso a la modernidad
Entre
todos los sitios de la Condesa dedicados al ejercicio de la gastronomía,
El Tío Luis es quizá el de más saudade, palabra
portuguesa sin significado, pero que en español alude a una mezcla
de nostalgia y tristeza por un pasado que jamás regresará.
¿Por qué transmite esta sensación el primer restaurante
del barrio? Quizás la culpa sea de las fotografías. En las
paredes están los grandes del toreo: Pepe Ortiz, Manolete,
Juan Silvetti El Meco, Carlos Arruza y muchos más que alternaron
en la desaparecida plaza El Toreo, que fue inaugurada en 1907 en esa colonia
que cumple cien años.
Una imagen muestra el momento en que Alberto Balderas
cortó la última oreja; después sufrió una cornada.
Empresarios taurinos como Rodolfo Gaona, embajadores y personajes del mundo
del espectáculo y del deporte se han quedado para siempre en El
Tío Luis, donde Pedro Yllana, su propietario, dirige el séquito
de meseros como si se tratara de una orquesta.
Punto obligado de referencia para los vecinos de la Condesa
es la nevería Roxy. Es inevitable recordar su estilo muy déco,
sobrio y acogedor. Transformados en nieve, la vainilla, el chocolate, el
limón y la cajeta sedujeron, enamoraron, se quedaron en los paladares
y en la memoria de quienes han habitado allí.
Desaparecieron las neverías Las Chufas y Kikos,
esta última perteneciente a los Gallardo, quienes años después
abrieron la Roxy, que cuenta con 58 años de actividad. En el local
donde se encuentra antes se instalaron una carnicería, una llantera,
una verdulería y una tintorería, afirma su propietario, Luis
Gallardo.
''El rasgo característico de Roxy es el helado
de fabricación artesanal", expresa. Nada de máquinas modernas
ni de sabores artificiales. Aquí los helados conservan su sabor
de helado hecho en casa.
Puertas cerradas
Las calles de la Condesa: una hilera de cafés y
restaurantes que exhiben a los comensales como en una larga vitrina. En
la cantina El Centenario, en tanto, resulta imposible ver a los bebedores,
algunos de ellos solitarios, otros en grupos, la mayoría hombres
sentados frente a la barra. No hay en la entrada ningún letrero
que prohíba el acceso a las mujeres y a los animales, como se hacía
en las cantinas de la primera mitad del siglo XX, de modo que nadie me
impidió el paso.
Apenas entré, las miradas examinaron curiosas a
la mujer que se atrevió a abrir las puertas. Me sentí en
los años 30, sin embargo, los teléfonos celulares sobre las
mesas son prueba innegable de que se está en la posmodernidad. ¿Una
bebedora?, quizá se preguntaron sorprendidos los meseros. Para su
alivio, no pedí un tequila, ya que sólo pregunté:
¿alguien sabe cuándo se inauguró esta cantina? El
gerente rompió el silencio: ''No lo sé", dijo.
Sobra decir que la cortesía de los meseros se ha
perdido en esta cantina que desconoce la atmósfera acogedora de
antaño. Les bastaba salir a la calle y leer sobre las puertas: El
Centenario. Desde 1948. No hay duda: la Condesa está a caballo
entre dos siglos.