martes 3 de septiembre de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Análisis

El debate sobre la privatización del sector energético

n Jaime Ornelas Delgado


En el periodo de sesiones recién iniciado, el Congreso de la Unión deberá decidir sobre el futuro del sector eléctrico y de las empresas paraestatales que lo integran. La propuesta presidencial no es nueva; proviene de los gobiernos priistas: privatizar el sector, es decir, entregarlo al capital privado convirtiendo la generación, transmisión y distribución del fluido eléctrico en un negocio del capital. Otras fuerzas pretenden mantener el carácter público y estratégico del servicio en manos del Estado.
Las siguientes líneas son una apretada síntesis de los antecedentes de un debate que ha puesto en vilo a la nación.

El Estado mexicano y la electricidad
Como ocurrió con el petróleo, la explotación de la energía eléctrica en México la inician empresas extranjeras desde finales del siglo XIX y también, como en el caso del petróleo, corresponderá al presidente Lázaro Cárdenas sentar las bases para que el Estado asumiera la dirección de la industria. Así, en 1937 se pone en marcha la Comisión Federal de Electricidad (CFE), en respuesta a la política de las empresas extranjeras que satisfacían de manera preferente la demanda localizada en las zonas urbanas y de altos ingresos, además de aplicar precios monopólicos al servicio.
Con la creación de esta empresa paraestatal, de hecho, se inicia la participación del Estado en la generación, transformación, distribución y venta de energía eléctrica sin fines de lucro, es decir, como un servicio público.
De esta manera, se puede decir que la CFE se crea con dos propósitos esenciales: 1) atender la demanda no cubierta por las empresas privadas concesionarias del servicio, y 2) combatir el monopolio privado de este servicio público.
En la posguerra, las dos empresas monopólicas más importantes del sector eléctrico en el país, la American and Foreing Power y la Mexican Light and Power generaban el 80 por ciento del fluido que se consumía en la República. En esa época, la CFE aportaba apenas el 10 por ciento de la energía total generada, y se renovó a las empresas extranjeras las concesiones por un periodo de 50 años. No obstante, en el lapso que va de la creación de la CFE a 1960, la paraestatal había aportado dos tercios del total de las inversiones en la industria para generar la energía que se vendía a las compañías extranjeras que la distribuían en todo el país.
En 1960 se faculta a la CFE para adquirir las acciones de las empresas extranjeras que operaban bajo el régimen de concesiones. Así, el 27 de septiembre de ese año se anunció la compra del 90 por ciento de las acciones de la American and Foreing Power y la Mexican Light and Power.
Ese mismo año se adicionó al artículo 27 constitucional la exclusividad en la nación de la prestación del servicio de energía eléctrica. Desde entonces, la última parte del sexto párrafo del artículo 27 de la Constitución establece lo siguiente:
"Corresponde exclusivamente a la nación generar, conducir, transformar, distribuir y abastecer energía eléctrica que tenga por objeto la prestación del servicio público. En esta materia no se otorgarán concesiones a los particulares y la nación aprovechará los bienes y recursos naturales que se requieran para dichos fines".
De esta manera, la CFE se convirtió, junto con Pemex, en la joya más preciada de la corona del nacionalismo revolucionario, y ambas han sido sometidas a los afanes privatizadores por parte del capital.

El proyecto de privatización, herencia de los gobiernos
priistas a Vicente Fox
Desde hace algún tiempo, los empresarios y el gobierno dejaron de plantear la privatización de la CFE para demandar abrir a la inversión privada el sector energético y permitir la creación de empresas con 100 por ciento de capital privado.
En 1999, Leonardo Rodríguez Alcaine, líder del Sindicato ònico de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (SUTERM) y de la Confederación de trabajadores de México (CTM), declaró que ante la insuficiencia de recursos públicos para invertir en le CFE la industria aceptaría capital privado, pero aclaró: "No se va a privatizar, sino que simplemente sus activos serán concesionados en determinados espacios a la iniciativa privada". (La Jornada, 27 de enero de 1999, p. 26.)
Al día siguiente, en la toma de posesión de Alfredo Elías Ayub como director de la CFE, de la que sigue ocupando el mismo cargo, el propio Rodríguez Alcaine abordó otra vez el tema, y dio a conocer, adelantándose al mismo presidente Ernesto Zedillo, que el Ejecutivo enviaría al Congreso de la Unión "una iniciativa para reformar el artículo 27 constitucional y con ello abrir a la inversión privada el sector eléctrico en los rubros de generación y distribución de energía", e insistió en que no se trataba de privatizar el sector ni la empresa. (La Jornada, 28 de enero de 1999, p. 19)
El presidente, en efecto, a principios de febrero de 1999 envió al Congreso una iniciativa que proponía modificar la Constitución y permitir la inversión privada en el sector eléctrico. El argumento central expuesto en ese momento, como ahora, consistía en la necesidad de obtener cuantiosos recursos para asegurar el abasto de la energía eléctrica en el siglo XXI: "Para lograrlo, dijo el presidente en su mensaje a la nación, propondré al Congreso una reforma a la Constitución que abra las posibilidades a fin de que los particulares puedan invertir en la generación distribución y comercialización de energía eléctrica, sin que el Estado pierda por ello la rectoría necesaria en ese sector". (Ernesto Zedillo, "Mensaje a la Nación", La Jornada, 3 de febrero de 1999, p. 23)
En el mismo mensaje, decía el presidente:
"Con el fin de hacer frente a la demanda de electricidad durante los próximos seis años, se tendrá que invertir lo necesario para aumentar en más de una tercera parte la capacidad eléctrica instalada desde que esta industria nació en México, hace más de un siglo. En pocos años habrá que hacer lo que antes nos tomó muchas décadas. Este reto, de crecimiento y modernización, significa necesidades de inversión por 250 mil millones de pesos, sólo para los próximos seis años".
Ayer como ahora, los argumentos son los mismos: ante la demanda creciente se requiere grandes inversiones que el sector público no puede hacer; por tanto, es preciso abrir el sector a la inversión privada, y como los mexicanos carecen de recursos, es preciso recurrir al capital extranjero.
Entre los apoyos a la propuesta zedillista se contó la del entonces candidato panista a la presidencia de la República Vicente Fox, quien además amenazó: "Ahora sólo falta la petroquímica. Estoy completamente de acuerdo con la propuesta de Zedillo, porque no se vale seguir pensando como en 1936, en el mundo de papi Cárdenas; eso ya quedó atrás." (La Jornada, 4 de febrero de 1999: p. 7)

La propuesta foxista
Si bien las razones y el contenido de la iniciativa de reforma constitucional, enviada por Vicente Fox al Senado de la República el 16 de agosto de este año para abrir el sector eléctrico al capital privado son semejantes a los contenidos en la iniciativa zedillista, hay una diferencia fundamental: en la propuesta foxista se plantea dejar a la CFE y a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro los pequeños consumidores -los domésticos-, mientras que el comercio y la industria serían atendidos por las empresas privadas. Los primeros aportan el 30 por ciento de los ingresos actuales de ambas empresas, mientras los segundos, el 70 por ciento. En otras palabras, se privatiza el negocio y se socializa los costos del servicio público.
La diferencia entre las iniciativas se encuentra en las cifras que soportan la propuesta. Así, mientras Ernesto Zedillo en 1999 planteaba la necesidad de disponer de 250 mil millones de pesos en los siguientes seis años; Elías Ayub, actual director de la CFE, otra de las herencias del gobierno zedillista, aseguró que entre 2002 y 2011 "se necesitaría 560 mil millones de pesos de inversión para realizar obras de generación, distribución, transmisión y mantenimiento y poder así seguir suministrando electricidad al país". (El Financiero, 13 de agosto de 2002, p. 12). En cambio, la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin) argumenta que la industria eléctrica requerirá inversiones por 28 mil millones de dólares (aproximadamente 280 mil millones de pesos) en los próximos cinco años. En todos los casos, se concluye que el sector público sería incapaz de obtener esos recursos, lo cual justifica la participación del sector privado.
La cuestión eléctrica, sin duda, muestra una de las particularidades del gobierno foxista: por un lado, el presidente exigía que el Congreso resolviera el problema de la energía eléctrica, mientras que por el otro retrasaba el envío de la iniciativa al Congreso, lo que hizo apenas el 16 de agosto pasado. Su propio partido, el PAN, nunca asistió a las reuniones de la subcomisión encargada de dictaminar la reforma en materia eléctrica para discutir las iniciativas presentadas por el PRI y el PRD; sólo le interesaba impulsar la propuesta de Vicente Fox.

Las distintas posiciones
Mientras el PAN, en forma unánime, acepta, apoya y promueve la iniciativa de Vicente Fox y reconoce como un error histórico no haber aprobado al iniciativa original de Ernesto Zedillo, el PRI, inicialmente por voz del senador Manuel Bartlett, expresó su rechazo tajante a la privatización en acatamiento a los acuerdos de su Consejo Político Nacional y de su última asamblea nacional, donde "se ratificó la negativa a toda posibilidad de cambios constitucionales en materia eléctrica y petrolera", lo que obliga -diría Manuel Bartlett- a todos los priistas a cumplirlos, "empezando por los dirigentes Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo". La alusión era directa, pues ambos se habían reunido con Vicente Fox en Los Pinos, donde al parecer acordaron apoyar la iniciativa de Vicente Fox y los cambios a la Constitución que incluye.
Por su parte, el PRD señala que "La propuesta del gobierno federal no es la única y no constituye una solución a las necesidades energéticas de México". Rechaza también ese partido el propósito de restar a la CFE los grandes consumidores, pues con ello la empresa dejaría de percibir 70 mil millones de pesos anuales y propone darle autonomía de gestión a la CFE y Compañía de Luz y Fuerza del Centro, para que sin perder su carácter de empresas públicas, es decir, entidades que operan sin fines de lucro, "puedan reinvertir sus ganancias en la expansión de la industria".
A su vez, los empresarios, siguiendo a pie juntillas las posiciones del gobierno, en un documento de la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin), argumentan "que tan sólo para recuperar margen de reserva y satisfacer la demanda en la materia, la industria eléctrica requerirá inversiones por 28 mil millones de dólares en los próximos cinco años, recursos que difícilmente podrá aportar el Estado". En consecuencia, concluye la Concamin, "hay que permitir la apertura a la inversión privada, cuando menos en la generación de fluido para su venta al Estado y particulares". (El Financiero, 12 de agosto de 2002, p. 18)
El Sindicato Mexicano de Electricistas de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro ha sido el más firme opositor a la reforma foxista: "Rechazo absoluto a la iniciativa privatizadora de Fox", se puede leer en su último desplegado difundido profusamente ,y ha organizado ya la primera movilización en contra de la propuesta de Fox. Para el Sindicato, ni técnica, ni política, ni económicamente conviene al país la privatización del sector.

Conclusión
El Congreso de la Unión pronto habrá de resolver el futuro del sector eléctrico en los siguientes términos: se modifica la Constitución para elevar a rango constitucional el derecho de los particulares a realizar inversiones tendientes a generar y aprovechar total o parcialmente el fluido eléctrico que produzcan, además de realizar inversiones en instalaciones industriales que generen la energía requerida por la CFE y Luz Fuerza del Centro o, considerando lo riesgoso de dejar este mercado en manos de particulares, se fortalece las empresas paraestatales y, sin modificar el texto constitucional, se reflexiona cómo garantizar con ellas la futura generación y abasto de energía eléctrica.
Nadie duda, por otro lado, que de privatizarse el sector de inmediato se elevaría las tarifas, pues éstas deben asegurar, además de la máxima ganancia del capital, la expansión del sector, reflejar el costo de proveer la energía a cada consumidor y servir de garantía en el abasto. ésa es la experiencia en los países donde ha habido privatización eléctrica, donde, además, ocurren apagones y, sobre todo, disminuye la calidad y la magnitud del servicio en las regiones pobres, y miles de trabajadores se quedan sin empleo.
En todo caso, se debe tomar en cuenta las experiencias de las privatizaciones en México y el mundo; particularmente en la electricidad, los fracasos son contundentes en Guatemala, Argentina, Chile, Uruguay, Perú, o España (por no hablar de California, víctima de Enron, que llegó a crear una escasez artificial del fluido para justificar el aumento de las tarifas), países donde el servicio no mejoró y sí se eleva continuamente las tarifas.
La correlación de fuerzas en el Congreso, al parecer, no corresponde al presidente ni al PAN; sin embargo, algunos priistas, quizá convencidos por su dirigencia nacional, pudieran "considerar la reforma eléctrica del presidente"; incluso el senador perredista Demetrio Sodi declaró recientemente estar "dispuesto a votar por la reforma si conviene al país [...] y si hay que cambiar la Constitución, hay que cambiarla."
Se puede concluir, sin duda, la necesidad de fortalecer el sector eléctrico, pero sin la urgencia de modificar la Constitución como punto de partida. Lo que se requiere, más bien, es analizar otras opciones viables, capaces de evitar los riesgos de una privatización apresurada, que se hace más con la mira puesta en las posibilidades de exportación del fluido que en la satisfacción de las necesidades del mercado interno, el cual por su tamaño y dinamismo importa poco al capital extranjero.
En todo caso, ¿por qué privatizar una empresa como la CFE, que funciona bien? ¿Por qué transferir a monopolios privados bienes de la nación? ¿Qué razón puede existir para terminar con un servicio público que debe ser ofrecido sin fines de lucro? ¿Con las experiencias que se ha tenido en México sobre las privatizaciones, por ejemplo la bancaria, que ha resultado catastrófica, en quién o en quiénes se puede confiar el manejo privado de este servicio estratégico para el futuro nacional?