Juan de la Cabada
Así es la vida
Recordaré siempre cómo resumió el final de esta historia la criada Eduvigis, cuando al mudarse de vivienda la despidió Sara, su joven patrona, cuya madre, doña Carmen, era una viejecilla pálida, canosa, de tápalo a jirones y zapatos rotos. Acaso dos semanas tan sólo permanecieron esas inquilinas en la vecindad enorme aquella, donde los rostros de los estudiantes de la casa de huéspedes -que había frente a la vivienda- fulguraban de mágico resplandor al salir o entrar Sara. Contribuía todo a que así fuese: alta, bonita, cuerpo magnífico, ropa lujosa y bien portada, firme andar y el efluvio de suaves perfumes a su paso. Un esbozo perenne de sonrisa y los ojos bajos en consonancia con una expresión cándida, vedaban requiebros de los juveniles admiradores e indujo a que los padres la pusieran de ejemplo a sus hijas.
-Sabe darse su lugar -decían unos.
Y otros:
-Sabe darse a valer. A leguas se ve la clase, la educación. Pues bien, una tarde, mientras Sara, vestida ya para salir, se perfumaba, doña Carmen murió repentinamente, junto a Eduvigis, que inclinándose con una taza en la mano al pie de la cama le pedía beber un remedio para el sofoco del corazón.
ƑDescribí ya la vivienda, especie de perrera de una húmeda habitación y azotehuela estrecha con su par de hornillitas en pretil, primario lavadero e ínfimo retrete? ƑY la habitación con una cama chinchosa cabe una pared lateral y enfrente otra -la de Sara-, más por el suelo un petate donde dormía Eduvigis, al gusto seis sillas nuevas y dos desvencijadas y pringosas, un ropero antiguo y el moderno -de Sara- cerca del flamante tocador de Sara? ƑNo las describí? Pues eso eran. Lo que hablasen a diario doña Carmen y su hija dentro del olor agrio y la lobreguez de la vivienda, no lo sé.
-šVenga, por favor! šMire, señorita Sara... mire! -sollozaba Eduvigis.
Sara tomó sus guantes y se acercó.
-Sí, ya veo -repuso, disponiéndose a salir.
Eduvigis se llevó la punta del delantal a los ojos para enjugarse las lágrimas.
-šAh, niña... Sarita! Siquiera toque a su mamacita...
-No puedo. Voy a un baile.
-šSanto Dios! Se queda sola en el mundo, criatura... Yo creo que su mamita ya es dijunta.
-Sí, pero todavía la gente no lo sabe.
Puso en manos de Eduvigis un billete grande:
-Por si algo se ofrece. Regreso a la una.
Obscurecía. Volvió las espaldas; cruzó el lóbrego cuarto, el espacio angosto de la azotehuela; cerró la puerta y presto fue apagándose su firme taconeo.
Referente al resto -velorio, entierro- pienso que lo real de la sustancia es la conclusión llana, sin amargura, sin reproche, de la india Eduvigis ante los elementos que dominan la naturaleza de un ser y forman su carácter:
-Así es la vida.
Eduvigis ignoraba que ya desde entonces Sara era la querida de un grueso terrateniente de Yucatán, y yo no se lo dije, porque para nada hubiese afectado a su simple conclusión.
Cuento inédito del autor.
Archivo documental de Juan de la Cabada. Clasificación:
Fondo: Juan de la Cabada
Caja 13, exp. 265, 3 folios
© Julia Marichal