viernes 6 de septiembre de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Entrepanes

¡Iluminada!

n Alejandra Fonseca

"Por favor, señor, ¡escúchame! No tengo con quién hablar, ya sabes que cuando se le atora a una, ¡se le atora! ¿A quién puedo ir con mis quejas si todos estamos con que nos aprieta el zapato? Ya sabes, señor, yo con los problemas de mi hijo. Perdón señor, pero es un güevón, no estudia, no levanta su cuarto, ¡si vieras cómo deja su cama, la ropa tirada, los libros ya deshojándose, y apenas se los acabo de comprar! ¡No es justo, por eso te vine a ver!"
Había salido de su casa con el propósito firme de ir a ver a su Salvador. Ya no podía más. "El chamaco se pasa", iba diciéndose a sí misma en voz baja sin darse cuenta que sus palabras trascendían a los transeúntes, quienes se atravesaban en su camino hacia la iglesia. "Mecai que se pasa, el cabrón", repetía con enjundia. Llegó a la iglesia sin darse cuenta que había volado. El caminado más que de calles era de insistencia: "Mecai que se pasa, ¡cabrón chamaco!..." Entró a la iglesia, sacó su mano derecha de la bolsa del delantal donde jugaba las llaves de su casa, se acercó a la pila de agua bendita, mojó sus dedos de la mano derecha, y se persignó. Caminó con gran reverencia hacia la primera banca de la izquierda, se hincó en el reclinatorio de la banca, juntó sus manos y apoyó su frente en ellas.
El chamaco se había quedado en casa. Llegó de la escuela, botó la mochila en el piso, se sentó a comer sin hablar, terminó la comida y no quiso acompañar a su madre a la iglesia porque se quedó viendo tele. "Dizque castigado y echadote mirando la caja idiota, -refunfuñaba ella-, hace lo que se le hincha el güevo.
"¡Ay señor, perdóname, pero es que me hace enojar el cabrón!. Se la pasa pegado a la tele, ¡como si no tuviera tarea! ¡Como si estuviera muy bien en sus estudios! Esa caja idiota, pero si más idiotas son los que sólo viven para mirarla, les quita el tiempo, y cuando una les habla, como si una no existiera..."
"¡Ay, señor, ayúdame! De veras que este escuincle me está sacando canas verdes. ¿Cómo hacer que entienda? ¿cómo quitarle lo güevón? ¡Ay, señor!, otra vez perdón, pero es que se pasa el cabrón, señor..."
Repentinamente doña María detuvo su plegaria, se persignó rápidamente, metió sus manos de vuelta a las bolsas de su delantal, se puso de pie, hizo una inclinación de cabeza en el pasillo central, viró y salió casi corriendo de regreso a su casa, no sin antes volver a meter los dedos de la mano derecha al agua bendita, volverse a persignar, y partir. Llegó a su casa, entró al cuarto de su hijo que tirado saboreaba unos chicharrines con chilito y veía la televisión. Doña María tronándole los dedos le gritó de corridito como si fuera hilo de media jalada: "¡Juaan, Juaan, ven aquí chamaco güevón! ¡Desde este mismo instante me apagas la televisión, te me pones a estudiar y haces tu tarea para mañana! ¡Y quiero que te me pongas a levantar todo este desmadre que tienes en tu cuarto, que me separes la ropa sucia de la limpia, que pongas los zapatos en su lugar y bolees los que vas a usar mañana! ¡Tírame esas porquerías que estás comiendo. Te haces el remilgoso para comer comida sana, y nada más una se sale y ahí vas a comer pura porquería para que después te duela la panza y digas que fue por el pollo que no te gustó! ¡Además tienes que obedecerme en lo que te diga y ayudarme en la casa!. Si no te mandas solo, chamaco desobediente. Y ésta es la última vez que te pido las cosas por las buenas, porque para la próxima que me traigas malas calificaciones o hagas lo que se te pega tu gana, o me dejes sola con todo el trabajo de la casa, te voy a agarrar a cachetadones y después te voy a agarrar de los güevos y te voy a colgar de la lámpara del comedor, escuincle cabrón! ¡Y más te vale que no me tires a lucas, va en serio!.."
El niño quedó boquiabierto al principio, pero a media letanía lo único aconsejable era ponerse de pie, levantar la ropa y empezar a hacer algo de todo lo que su madre le iba señalando a gritos y sombrerazos. Cuando doña María terminó de hablar, salió del cuarto de su hijo convencida. Rumbo a la cocina, juntó sus manos y susurró: "Gracias Señor, por iluminarme!"