Angel Guerra Cabrera
Un año después
Ayer hizo un año que el mundo despertó horrorizado ante las escenas televisadas del acto terrorista en Estados Unidos. Otros pueblos en la historia vivieron experiencias de muerte en una escala mucho mayor, pero ello no obstó para que los estadunidenses recibieran una generosa y universal demostración de solidaridad pocas veces vista que devino virtual unanimidad de opinión pública y gobiernos en la condena del aborrecible crimen. George W. Bush se vio de repente envuelto en una inusitada ola de popularidad doméstica de una población ultrajada y unida por el dolor y el miedo. Quedaron en el olvido los turbios procediemientos con que llegó a la Casa Blanca y las inquietantes muestras que había dado ya de extrema arrogancia hacia las demás naciones; la aquiescencia ante Washington se hizo casi general en las capitales del globo. Contadas voces críticas alertaron en el mundo sobre los peligros que se avecinaban, una de ellas la de La Jornada, y los hechos no tardaron en darles la razón. No existía entre los nuevos cabecillas del imperio yanqui una auténtica voluntad de hacer justicia ni de enfrentar la situación creada con altura de estadistas, de la que carecen. La sangre derramada el 11 de septiembre aún estaba fresca y ya era ofrendada en aras de un sueño demencial e irrealizable de hegemonía mundial incontestable, de control absoluto del gas, el petróleo y los recursos naturales del planeta, que el maniqueo lenguaje seudobíblico de Bush II no podía disimular. Al socaire de una festinada y oportunista cruzada contra el terrorismo, agazapadas concepciones nazis se entronizaron en Washington, barrieron de un plumazo derechos civiles conquistados arduamente por los estadunidenses e instauraron un clima de histeria xenófoba y neomacarthismo que llevaron a la arbitraria detención de cientos de extranjeros por tiempo indefinido. Las soberanías nacionales y el derecho internacional fueron echados al bote de la basura. El más grande poder militar de la historia, haciendo derroche de su tecnología bélica y honor a su larga trayectoria de terrorismo de Estado, lanzó una agresión totalmente injustificada contra Afganistán, un pueblo agrícola-pastoril de los más pobres y atrasados de la tierra, aventura en la que el disminuido Consejo de Seguridad de la ONU hizo el papel de comparsa. Pese al alarde de fuerza, los invasores no han logrado hasta hoy capturar ni eliminar a los presuntos responsables del atentado terrorista y menos establecer la democracia en el país agredido, supuestos objetivos de la operación. Más allá de ocasionar la muerte de cientos -o miles- de civiles y prisioneros de guerra afganos, su logro más destacado ha sido la imposición de un gobierno sin arraigo popular sostenido por sus bayonetas, cuya autoridad es ejercida a duras penas en el perímetro de Kabul, en un país disputado a dentelladas entre sus aliados de la Alianza del Norte, señores del opio y de la guerra.
Un año ha bastado para colocar en el aislamiento al grupo de Bush. En casa su popularidad de ocasión se erosiona por una recuperación económica cada vez más lejana y se le ve apartado de un sector de la plutocracia que no vacila en hostigarlo pese al clima patriotero; aparte de las corporaciones petroleras y la industria bélica, sus aliados dilectos parecen ser las ultraderechas protestante y judía. Internacionalmente le ocurre lo mismo por su total desprecio a modestos consensos ya logrados acerca del control de las armas de destrucción masiva, la conservación del medio ambiente, la jurisdicción penal internacional y por su desentendimiento de los intereses de las otras grandes potencias, incluso de las que lo acompañaron dócilmente en la aventura afgana. Salvo Ariel Sharon -su gran beneficiario- y el inefable Tony Blair, muy pocos aprueban el desbarajuste geopolítico y social creado por Washington con la "guerra contra el terrorismo" y el mucho más dramático, abarcador y costoso en tragedias y vidas humanas que se avecina con la agresión a Irak, ya decidida por los nuevos nazis, no importa cuántos la rechacen. Si existe un "eje del mal" éste está compuesto por Washington, Londres y Tel Aviv. Lejos de combatir el terrorismo lo practica a gran escala y está dispuesto a llevarlo a extremos impredecibles, persiguiendo farisaicamente a la vez como terroristas a todos los que nos opongamos a que arrastren a la humanidad a un fin apocalíptico.
[email protected]