Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 12 de septiembre de 2002
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Cultura

Olga Harmony

La conspiración vendida

A veces Tláloc se opone a los designios humanos. En el estreno (ignoro si ya se había representado antes) de La conspiración vendida, de Jorge Ibargüengoitia, bajo la dirección de Alejandro Ainslie, su furia convertida en aguacero dio al traste con los intentos de la aguerrida compañía que había de representarla en el claustro del Centro Cultural Helénico. Tras ciertos tropiezos para ubicar a los espectadores en las gradas mal techadas por delgadísimos plásticos, dio comienzo, no la función, sino el aguacero. Se nos pidió una paciencia que no todos tuvieron, abandonando el lugar, y la lluvia no amainaba. Se anunció que se suspendía. Luego se anunció que se daría comienzo, porque el torrente se convirtió en llovizna. Mientras tanto, goteras, pequeños chorros, acosaban a los espectadores y, para peor, en los plásticos se formaron lagunas que amenazaban dar al traste con la precaria techumbre. Miembros del respetable público, armados de paraguas y bastones a los que se sumaron trabajadores con mucho más eficaces escobas, deshacían las lagunas aventando los chorros hacia el escenario, mientras otros espectadores iban y venían con reconfortantes ponches. Casi era una fiesta acuática y el buen ánimo no decaía.

Así las cosas, los actores salieron a escena y con un extraordinario profesionalismo representaron sus partes como quien oye llover y no se moja, pero ellos sí que se estaban mojando. Pronto la lluvia se incrementó, empapando a los actores, poniendo en peligro su buen vestuario diseñado por María Elena González y el rico mobiliario de la escenografía de Arturo Nava. El tamborileo de la lluvia sobre el plástico pronto impidió que se escucharan los parlamentos dados en el sótano por Epigmenio González, ya parte de una escenografía cubierta en que, por fin, los actores ya no se mojaban. Las siguientes escenas, ya otra vez al aire libre, se convirtieron en un verdadero martirio para los actores y su público hasta que se suspendió definitivamente la función mediada la obra. No es ánimo hacer un análisis de un montaje visto a medias, pero sí me gustaría hacer algunas reflexiones.

Ignoro si veré completa una representación de una obra que me gusta poco, a pesar de que se cuenta con uno de los más sólidos elencos que se puedan dar en un escenario y de que lo ya presenciado me permitió gustar una de las más eficaces direcciones de Ainslie. Y si el texto de Ibargüengoitia no es de los más felices del dramaturgo, sí es muy válido escenificarlo en la efeméride de las fiestas patrias, ahora que esta nación que llamamos nuestra corre tanto peligro. Por ejemplo, el desprecio de criollos y españoles hacia los indios conquistados, desprecio que a todos estos años se concreta en la resolución de la Suprema Corte de Justicia, que vuelve a atentar contra sus derechos. O cuando el autor hace decir -en los tiempos de la Presidencia de Adolfo López Mateos, convertido por la malicia popular en López Paseos- al cura Hidalgo: "Con el dinero que el virrey Venegas gasta para trasladarse a México con séquito vivirían 10 familias", Ainslie lo actualiza en su montaje con el recurso de que se señale al público.

Algo en que quisiera hacer hincapié, aparte de mi siempre renovada admiración por el amor de los actores a su arte, es una afirmación del autor, que aparece en un escrito suyo de 1959 reproducido en el programa de mano, en que propone que tanto el cura Hidalgo como la Corregidora -"que pase lo que pase tienden a parecer billetes"- sean representados por estatuas de papier maché que canten sus parlamentos. Yo me tomaría muy en serio la humorada de Ibargüengoitia, porque podría suponer una revisión de su tan reconocido naturalismo chejoviano, y que daría pie a la vena no realista que recorre su último escrito dramático, El atentado, y que, de haber continuado el escritor con la dramaturgia, lo hubiera llevado probablemente por otros caminos. Así lo entendió David Olguín en su montaje, en que cambiaba las proyecciones por otros recursos igualmente válidos y que dio lugar a los reclamos de los defensores a ultranza de la supuesta pureza realista del autor, sin detenerse a pensar en el posible cambio estilístico que ya apuntaba en su escritura.

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