Rolando Cordera Campos
La república del sainete
Si pasamos revista a los acontecimientos políticos a partir del segundo Informe, la conclusión optimista puede ser que vamos con celeridad a una crisis mayor, de la que pudiera surgir algún tipo de entendimiento entre los grupos dirigentes de una nación en busca de rumbo... y de dirigentes. Pero el optimismo no tiene por qué prevalecer, aun en estos días en que se recuerda la portentosa capacidad mexicana para enfrentar la adversidad.
Otra opción, para muchos la más cercana, es la de un progresivo pero imparable desgaste de lo poco que tenemos de país democrático, para dar paso libre a lo mucho que nos queda de sociedad libertaria y bronca, sólo contenida por los cauces endebles de eso que se llamaba corporativismo y hoy deriva en juego de mafias. En esta perspectiva, tal vez la peor que se nos abre, una clase política impermeable ante lo que pasa, que se niega a por lo menos intentar una síntesis de lo que a ella misma le ocurre, es catastróficamente funcional. Y esto sin tener acceso a las minutas del gabinete.
Las vencidas con los petroleros, que ahora se pretende llevar al pleno de la sociedad civil para encontrar el bálsamo de otro plebiscito mediático, son un indicador más de que al final de cada día lo que se impone en el gobierno del presidente Vicente Fox no es la política, mucho menos la política democrática que propugna su secretario de Gobernación, sino la esperanza finalista en una contienda definitiva que resulte no sólo en echar al PRI de Los Pinos, sino en llevarlo a chirona. Mucho de justiciero puede tener este empeño, pero muy poco de político moderno. Ahí, en el litigio de la filtración y del uso equívoco del derecho, el PAN se encuentra con un PRI como hermano gemelo, para formar una pareja convencida de que lo mejor que le puede pasar es rechazar toda oportunidad de aprendizaje de una realidad dura pero nueva y, tan sólo por ello, promisoria.
Poner a la sociedad entre lo bueno y lo malo se ha convertido en la práctica preferida de los gobernantes de México, incluida por supuesto su heroica capital. Aquí, el jefe de Gobierno descubre en el príncipe Hamlet a su espejo y se pregunta en público de las cámaras si ser o no ser candidato presidencial le quitará o no autenticidad, lo llevará o no por las veredas y los despeñaderos de la ambición política mayor a que lo invitan las sirenas de la encuesta y el gusto por el poder... y ante este dilema nórdico el estratega del Grijalva se amarra al mástil de la encuesta telefónica sobre su permanencia.
Sólo queda la paciencia ciudadana, que hasta podría entenderse como una sabiduría penosamente aprendida para sobrevivir una economía salvaje y sobreponerse a los despropósitos de una clase política que se tomó demasiado en serio y pronto aquello de la soledad del Palacio, sólo que ahora a varias voces. Los habitantes de la capital, por ejemplo, prefieren que Andrés Manuel López Obrador se quede en su puesto, lo que no es sino una muestra de republicanismo elemental, mientras que los del resto de la República parecen dispuestos a confirmar su voluntad de tener un gobierno dividido que, supongamos, obligue a los políticos a aprender a conjugar los primeros verbos del alfabeto democrático: dialogar, deliberar, acordar... y hasta pensar.
No hay salida externa y ahora hasta el ex gobernador Ernesto Ruffo lo admite: podríamos ahora decir que la "fuerza de las cosas" en que él tanto creía cuando hacía sus pininos como gobernante de la oposición, no llevará de la mano y sin costos a la ansiada mexamérica. Las cosas y su fuerza, frente a una guerra que se anuncia sin fin, bien nos pueden dejar en medio del desierto y convertir la migración en un panorama dantesco sólo manejable con las peores prácticas de la seguridad nacional... americana.
Con una recuperación rejega, Estados Unidos sigue sus planes de ataque a un terrorismo que se mueve como si fuera un pelotón del Vietcong inventado por Spielberg. Y es esta movilidad, llevada al plano de lo estratégico, la que nos condena a dar palos de ciego en cuanto a una redefinición de nuestra perspectiva global. Ser o no ser socios preferidos dejó de ser la cuestión mexicana del momento, para ponernos contra la inmisericorde pared de los lamentos y chantajes de unos grupos poderosos para quienes la democracia empieza a ser un lujo inaceptable y un costo sin futuro dónde descontarlo.
Podemos presumir de nuestra flexibilidad cambiaria y de la disposición social a asumir la estabilidad monetaria como valor y criterio únicos, pero tenemos que admitir a la vez que eso también se acaba, de la peor manera como en Argentina, pero también como un desvanecimiento que desangra lo que queda de voluntad popular para seguir la marcha hacia el futuro mejor tan ofrecido como pospuesto.
La hora del acuerdo la dejó atrás el Congreso, precipitado por la curiosa manera que el gobierno tiene de entender la división de poderes y los límites entre política y delito. Pero hay que insistir en que sin acuerdo y reformas, la fiscal para empezar, y sin remedio, el país no va a marchar y sólo le quedará el juego de las sillas en que han convertido a la política los políticos que, por lo visto y oído en estos días, interpretaron aquello de la autonomía de la política como el derecho a hacer lo que se les ocurra... con el permiso y beneplácito de la república de los medios.