Paco Ignacio Taibo II
Si Juárez no hubiera muerto
El 13 de marzo de 1858, en Guadalajara, las tropas a cargo
de la custodia del presidente, capitaneadas por un tal Landa que había
sido centaveado por los mochos, se amotinaron y avanzaron hacia
el despacho de Benito Juárez con la intención de capturarlo.
El Presidente, en plena Guerra de Reforma, andaba errante por el país
casi sin lugar donde acogerse y fue a meterse, sin saberlo, en la trampa.
Los sublevados lograron parcialmente su objetivo, pues
no los siguió la totalidad de la guarnición, pero lograron
capturar a Benito y su gabinete. Dos días más tarde, a causa
de un cañonazo disparado por los leales, los amotinados se fueron
sobre los detenidos para fusilarlos, y cuando en eso estaban, Guillermo
Prieto se puso entre su Presidente y los cañones de los fusiles
y les largó tremendo discurso a los gritos de "¡Viva Jalisco!"
y "Los valientes no asesinan", que debe haber sido toda una pieza oratoria,
porque los convenció.
El incidente quedó zanjado en las siguientes horas
cuando los amotinados aceptaron dejar la plaza para unirse a las fuerzas
conservadoras a cambio de una módica suma. Al paso de los días,
Prieto no recordaba bien qué era lo que había dicho, pero
había sido el hombre de la jornada. Juárez se había
salvado de milagro.
Casi un siglo más tarde, el 19 de diciembre de
1948, el sinarquismo convocó un mitin político en el Hemiciclo
a Juárez y en el acto se lanzó la acusación contra
don Benito de, en su día, haber "robado iglesias". Calientes por
la prosa de los oradores y bastante organizados, algunos de los participantes
en el mitin se treparon por el mármol y le colocaron una capucha
negra a la estatua.
Medio siglo más tarde, cuando pudiera parecer que
Benito Juárez descansaba en paz, con su juicio histórico
ajustado por el tiempo, Carlos María Abascal, secretario del Trabajo
de la administración foxista, siguiendo la tradición de tal
Landa y de los encapuchadores sinarquistas, lo declaraba difunto.
Hace un par de semanas Abascal, la bestia negra
del gabinete, desplegaba sus cañones verbales contra Benito Juárez
en una conferencia en la Universidad Iberoamericana, señalando que
el Benemérito era un ex, se había vuelto obsoleto, había
sido un individualista y que lo de "el respeto al derecho ajeno" estaba
superado; en suma, que el Estado mexicano debería avanzar dejando
el cadáver de don Benito sembrado a su paso.
Abascal es la punta de lanza del sector reaccionario salvaje
del gabinete, que se ha hecho notar en los pocos meses de cubrir el cargo
de secretario del Trabajo, por sus declaraciones de amor a la virgen de
Guadalupe, el haber enviado a su casa en materia laboral a las mujeres
y haber colaborado a la represión de la maestra de literatura de
su hija que quería que leyera Aura, de Carlos Fuentes.
Pero no es el único miembro de las falanges del
orden negro. Con una ideología formada por una ecléctica
mezcla integrada con los libros de Taracena y los discursos televisivos
de Raúl Velasco, la literatura de autosuperación y los cursos
de colores que daba el Opus a los jóvenes industriales, las posadas
del canal 4, Salvador Borrego y el horóscopo, los cuadros del ala
salvaje del gabinete soportan mal el juarismo.
Abascal es singular hasta en esto, es quizá el
más puro de los reaccionarios foxistas, el menos contaminado por
la teleideología azcarraguiana, que ha dado sustento durante 50
años al pensamiento conservador mexicano. Hijo del jefe del sinarquismo
nacional en la época más fascista y beligerante, descubro
en el Pequeño Musacchio ilustrado, que es mi guía
para esto de los pasados oscuros, que Abascal además de haber pertenecido
a grupúsculos de la extrema derecha mexicana, haber colaborado en
la editorial Jus (fundada por su padre) y ser cuadro de organizaciones
patronales, tiene un pasado oscuro dedicado a hacer propaganda antisemita
y un hermano autor de un libro titulado Juárez marxista.
Tengo la tentación de imaginarme al joven Abascal
tomadito de la mano de su papá, el Abascal que dirigió el
sinarquismo y fundó la editorial Jus, reducto ideológico
de la mochería y el pensamiento reaccionario. Aplaudiendo
el encapuchamiento de Juárez. Pero las cosas no pudieron haber sucedido
así, porque el viejo Abascal ya no era dirigente del sinarquismo
en ese momento y su hijo, actual secretario, habría de nacer el
año después.
Aunque la imagen sea una licencia poética, no deja
de tener una certeza simbólica.
¿Por qué el ensañamiento contra Juárez?
¿De verdad el chaparrín está obsoleto? ¿Hay
que ajustar el juicio de la historia? Probablemente. El Juárez priísta,
ex pastorcito, indígena superado por haber estudiado leyes, y tieso
e incapaz de producir un retrato con sonrisa; ese Juárez que hemos
heredado corresponde a la etapa de la historia sinflictiva, de las estampitas
y las 200 calles en el DF que llevan su nombre y no su estilo. Esa historia
que se encargaba de preservar las formas para volarse los contenidos.
Aún ese Juárez, el de los viejos libros
de texto, pone nerviosos a los panistas, pero más nerviosos los
pone el Juárez real, terco, intransigente, empecinado, odiado por
el clero, garante de una República errante y honorable, permanentemente
perseguida (primero durante la Guerra de Reforma, luego durante la intervención
francesa y más tarde durante la etapa imperial).
Pero sospecho que el que los desquicia es el Juárez
autor de la legislación que separaba el Estado del clero, de esa
Ley Juárez bajo el gobierno de Juan Alvarez, que ya en noviembre
de 1855 eliminaba privilegios judiciales del clero y la milicia; el Juárez
valedor de la Ley Lerdo de junio del 56, que desamortizaba las tierras
muertas que administraba el clero obligando a su venta.
No hay que olvidar que el arzobispo de México promulgó
una pastoral ordenando al clero y a los católicos que no deberían
jurar la Constitución del 57.
No perdonan a Juárez que, gobernando en Veracruz,
con el país controlado por los conservadores financiados por el
clero, haya promulgado las leyes de Reforma, que simplemente acababan con
uno de los males del país heredado de la estructura colonial, el
brutal poder terrenal, y por tanto económico, social y político
de la Iglesia católica. Las leyes confiscaban las riquezas administradas
por el clero, prohibían que la Iglesia aceptara en compensación
por sus servicios espirituales bienes raíces, prohibían el
establecimiento de nuevos monasterios, disolvían las órdenes
(jesuitas, dominicos, etcétera) y forzaba al clero a someterse a
una sola disciplina y jerarquía bajo arzobispos y obispos. Los templos
manejados por estas órdenes seguirían bajo la estructura
y sus objetos irían a dar a museos y bibliotecas. Todas las hipotecas
en poder del clero quedaban abolidas, se prohibía a la Iglesia la
usura y el prestamismo, se convertía el matrimonio en un acto civil,
se nacionalizaban los panteones y, sobre todo, se promulgaba una ley de
cultos que rompía el monopolio religioso de la Iglesia católica.
Ese es el Juárez que pone a Abascal nervioso y
al que verdaderamente querría dejar jubilado. Intervenciones tan
beligerantes por parte de los portavoces gubernamentales lo ponen a uno
a pensar.
¿En nombre de quién hablan? ¿Tan
sólo se trata de una revisión reaccionaria de la historia?
La pregunta maldita es: ¿Se están reproduciendo en las sombras
las condiciones materiales que produjeron las leyes de Reforma? Dicho de
otra manera. ¿En la oscuridad y la ilegalidad la Iglesia católica
mexicana está reconstruyendo su poder económico, político,
social? ¿Quiere retornar el modelo colonial? ¿Es Abascal
su portavoz? ¿Quieren abolir la libertad de cultos, controlar los
colegios, los panteones, los matrimonios, las casas, los préstamos?
¿No les basta con el alma?
Y ese Benito Juárez chaparrito y bailarín
de polkas, terco valedor de una República perseguida, lúcido
ejecutor con bisturí de la reforma que separó a la Iglesia
católica de la vida política pública y le quitó
el control de la vida económica de México, retorna convocado
por la trompeta de las mágicas notas del danzón Juárez,
al llamado de los mexicanos: "Porque si Juárez no hubiera muerto..."
y dice desde la frialdad de sus estatuas pinches, "¡No pasarán!"