Cuauhtémoc Cárdenas y Lepoldo Rodarte
Revisión del tratado de límites y aguas
con EU
El 30 de septiembre se cumple el término, de acuerdo
al tratado de límites y aguas suscrito por nuestro país con
Estados Unidos, en el que México debe entregar a nuestro vecino
el faltante de agua acumulado en el quinquenio que concluye en esa fecha.
México se encuentra materialmente imposibilitado para cubrir esa
deuda, pues la cuenca mexicana del río Bravo ha vivido larga y angustiosa
década de sequía, pero este compromiso incumplido debe llevar
a una cuidadosa revisión y a una solución responsable y equitativa
del problema, pues los ciclos de sequía, bien puede preverse, serán
recurrentes en esta zona que comparten los dos países.
Han transcurrido ya 58 años desde que se firmara
el tratado. Este convenio internacional, como es el caso de casi
todos los instrumentos de su tipo, pone las principales ventajas del lado
del más fuerte, y ha vuelto a cobrar actualidad entre la opinión
pública de ambas naciones, sobre todo en sus franjas fronterizas,
como ha sucedido cuando, como ahora, se da un incumplimiento a lo establecido
en él por cualquiera de las partes.
Durante el ciclo 1992-1997, que fue de sequía en
la cuenca, se acumuló un déficit (agua no entregada por México
a Estados Unidos) de mil 265 millones de metros cúbicos. La sequía
se ha prolongado y a lo largo del quinquenio 1997-2002 el agua no entregada
ha aumentado en 766 millones de metros cúbicos. Así, al 27
de abril de este año, la deuda de agua ascendía a 2 mil 31
millones de metros cúbicos.
Muchos recordarán todavía que a principios
de la década de los 70 se empezaron a descargar en el lado estadunidense
aguas salobres que ensalitraron vastas superficies del Valle de Mexicali,
donde se perdieron o disminuyeron a un mínimo las cosechas, lo que
ocasionó una fuerte protesta de los agricultores de la región
y gestiones del gobierno mexicano, hasta que se logró, después
de varios años, que se construyeran las obras que separaban las
aguas limpias de aquellas cargadas de sales, y luego, tomó largo
tiempo para que las tierras mexicanas recuperaran su potencial productivo.
Hoy los reclamos provienen de los agricultores texanos,
que no han recibido en los años recientes los volúmenes de
agua de los ríos de la cuenca del Bravo que estipula el tratado.
México, efectivamente, no ha cumplido con su compromiso, pero
veamos como opera el tratado: debe decirse, en primer lugar, que
el tratado contempla la posibilidad de que ocurran sequías,
pero lo hace con un enfoque inequitativo, como claramente se desprende
del tratamiento que se da a México con las disposiciones acordadas
(o, mejor dicho, impuestas) en relación a cómo se manejan
las escaseces de agua por un lado en el río Bravo, por el otro en
el río Colorado.
Los caudales del Bravo, entre Fort Quitman (El Paso, Texas)
y su desembocadura en el Golfo de México, materia del tratado,
se generan casi en su totalidad en el lado mexicano. El río
Colorado tiene sus escurrimientos, puede decirse que en 100 por ciento,
en territorio estadunidense, y solamente en un corto recorrido, en el que
sirve como límite entre Baja California y Sonora, cruza por nuestro
país para desembocar en el Golfo de California.
En el caso de bajos caudales en el río Bravo, el
tratado señala lo siguiente:
"En caso de extraordinaria sequía o de serio accidente
en los sistemas hidráulicos de los afluentes mexicanos aforados
que haga difícil para México dejar escurrir los 431 millones
721 mil metros cúbicos (350 mil pies-acre) anuales que se asignan
a Estados Unidos como aportación mínima de los citados afluentes
mexicanos(...) los faltantes que existieran al final del ciclo aludido
de cinco años se repondrán en el ciclo siguiente con agua
procedente de los mismos tributarios."
Es decir, aun cuando exista sequía extraordinaria
en México, que puede considerarse afecta por igual a agricultores
de las márgenes derecha e izquierda del Bravo, estamos obligados
a entregar 431 millones de metros cúbicos a Estados Unidos.
Si la sequía se presenta en el Colorado, el tratado
establece: "En los casos de extraordinaria sequía o de serio
accidente al sistema de irrigación de los Estados Unidos que haga
difícil a éstos entregar la cantidad garantizada de un billón
850 millones 234 mil metros cúbicos (Un millón 500 mil pies-acre)
por año, el agua asignada a México(...) se reducirá
en la misma proporción en que se reduzcan los consumos en los Estados
Unidos".
Esto es, a México siempre se le obliga a saldar
su deuda de agua y en el caso de sequía en Estados Unidos, compartimos
la desgracia.
El tratado de límites y aguas firmado en
1944 debe revisarse.
En primer lugar, las aguas mexicanas del Bravo que van
a Estados Unidos, y las aguas de nuestro vecino que riegan tierras de Baja
California y Sonora, en casos de sequía, deben manejarse con igual
criterio.
Ahora bien, el tratado debe además revisarse
porque hoy, 58 años después de que se firmara, se conoce
mejor el comportamiento de ambas cuencas, se conocen con mayor precisión
sus ciclos de abundancia y de escasez y pueden, en consecuencia, asignarse
los volúmenes que correspondan a cada país con menores incertidumbres,
esto es, con mayor justicia, lo que evitará tensiones en la relación
internacional.
En 1944 la Comisión Nacional de Irrigación
tenía 18 años de haber sido creada. Las mediciones de los
caudales del Bravo y sus afluentes cubrían con certeza un periodo
menor a esos 18 años. Hoy se cuenta con 70 años o poco más
de observaciones, lo que permite establecer con mayores certidumbres los
ciclos de comportamiento del Bravo y sus tributarios del lado mexicano,
esto es, los tiempos de aguas abundantes y de aguas escasas.
Con mayores conocimientos y en busca de la equidad en
la relación entre vecinos, con responsabilidad y patriotismo de
la parte mexicana, debe hoy exigirse la revisión del tratado
de límites y aguas entre México y Estados Unidos.