Luis Hernández Navarro
El resurgimiento de la política informal
Han dejado de brillar. Diezmadas por políticas públicas como Pronasol y la incorporación de sus dirigentes a partidos políticos o puestos de representación popular, las grandes organizaciones sociales urbanas y rurales que desempeñaron un papel clave en el desmantelamiento del corporativismo oficial, hace 20 años, viven hoy su nadir. En su lugar ha surgido un nuevo tejido asociativo local de gran vitalidad, pero poco impacto nacional. Son la nueva área de "política informal".
La mayoría de los movimientos urbano populares formados durante los últimos años de la década de los 70 y los 80 han sido absorbidos por el PRD y el PT. Aunque sigan existiendo formalmente, su lógica de funcionamiento responde más a los ritmos y necesidades de la vida partidaria que a los requerimientos de una asociación de ciudadanos para la defensa de sus intereses inmediatos.
Resolvieron parcialmente la exclusión social y política en la que vivían sus afiliados integrándose a las reglas del juego político tradicional y, en muchos casos, a la administración pública. No es un juicio de valor sino la descripción de un hecho: sus dirigentes son o han sido regidores, alcaldes, diputados y funcionarios de partidos o de gobiernos locales. Son parte de las nuevas elites políticas. Desde esos espacios gestionan las demandas de sus socios, usualmente con honradez, pero no cambian las instituciones.
Hace unos años eran organizaciones sociopolíticas que aspiraban a transformar el país, laboratorios donde se anticipaba la sociedad del futuro, escuelas de democracia de base. Hoy son corrientes dentro de partidos de izquierda que agrupan clientelas electorales leales, las cuales aspiran a ocupar posiciones de poder y se comportan como grupos de presión.
Algo similar ocurrió con muchas de las organizaciones campesinas nacidas en los 70 en la lucha por la tierra o la apropiación del proceso productivo. La fiebre que despertó incursionar en la disputa por los puestos de elección popular propició su división y fragmentación.
Su decisión original de no participar en la lucha electoral fue cancelada después de 1988. Su proyecto de hacer política "desde abajo" se esfumó. La mayoría intentó ganar un espacio dentro del PRD, aunque otras se aliaron al PT. Varios de sus líderes fueron electos diputados, pero no tuvieron influencia en las decisiones del partido que los postuló. Ello provocó que la UGOCP, la UNTA, la CODUC y el CCC intentaran formar, sin éxito, un partido rural. Pragmáticamente argumentaron que la mejor forma de negociar con un partido grande era tener el registro de uno pequeño.
En regiones como el sur de Sonora o Oaxaca se produjo la paradoja de que los proyectos de desarrollo alternativo promovidos por estas organizaciones sufrieron severos descalabros; sin embargo, los dirigentes ganaron sus municipios, mientras los grandes propietarios rurales o los caciques de la región consolidaron su poder económico, pero perdieron los poderes locales.
Irónicamente, parte del espacio político que estas organizaciones ocuparon encabezando movilizaciones para incrementar los precios de los productos agrícolas por programas de bienestar social o mayores recursos para la comercialización ha sido hoy conquistado por los líderes regionales de la CNC. Sin los recursos gubernamentales que recibían en el pasado, con la presión de sus representados y su central dividida a nivel nacional han tomado plazas públicas y carreteras y negociado sus demandas, con relativo éxito, apoyados por diputados del PRI.
Lejos de los reflectores, desconocidas para el gran público, con escasa presencia en los medios de comunicación, han surgido en el país, al margen de las grandes organizaciones nacionales, multitud de asociaciones locales de resistencia. Forman un área de "política informal", autónoma, distante, cuando no ajena, tanto de partidos como de las mediaciones sociales tradicionales. De "política informal" porque su actuación transcurre por canales y circuitos distintos a los institucionales. La lucha de Atenco ha sido su expresión reciente más visible, mas no la única.
Indígenas, campesinos, trabajadores de la maquila, migrantes y pobres urbanos han formado en años recientes un denso tejido invisible para defender su territorio, sus recursos naturales, su identidad, el medio ambiente, el maíz, la salud y la democracia local. Han rechazado, en ocasiones con éxito, la construcción de obras de infraestructura que afectan sus tierras de cultivo, la biopiratería y el cultivo de semillas transgénicas.
Muchas fueron organizadas por profesionistas que regresaron a sus comunidades de origen, religiosos, maestros del sistema de educación pública o gestores sociales. Participaron activamente en la consulta zapatista de 1999 y en la marcha del color de la tierra de 2001. No tienen un eje de coordinación nacional ni un programa de acción común ni un espíritu de cuerpo, aunque comparten un "sentimiento" difuso en favor del cambio social, por la justicia y la dignidad.
Las grandes organizaciones sociales que hoy actúan dentro de las instituciones fueron, en su mayoría, parte del pasado del área de política "informal". Al abandonar esta franja perdieron parte de la representatividad que tenían. Quienes hoy ocupan su lugar no tienen aún el tamaño y el impacto que ésas llegaron a adquirir. Son, sin embargo, síntoma del alejamiento que viven los partidos políticos de los sótanos de la sociedad mexicana.