Discreto encanto de los genes
Tres científicos ganan el Nobel de Medicina y Fisiología al dilucidar el ''suicidio celular''
CESAR GÜEMES Y AGENCIAS
Hasta ayer, pese a su tamaño ciertamente reducido, apenas un milímetro de largo, el ego del gusano Caenorhabditis elegans era tan amplio como su apellido. Pero a partir de hoy no habrá microscopio que lo aguante. Gracias a él y su estructura (humilde, sencillita y carismática), compuesta tan sólo por 959 células, todas claramente identificadas, los científicos Sydney Brenner y John. E. Sulston, de Gran Bretaña, y el estadunidense Robert Horvitz, obtuvieron el Premio Nobel de Medicina y Fisiología 2002, al determinar, conforme al metabolismo interno del célebre bicho, las razones del "suicidio celular".
Entre que nace y muere en la tierra, que es su elemento, el Caenorhabditis elegans parte de una célula hasta llegar a tener la fortuna de mil 90 de ellas. Sin embargo, en el transcurso de su existencia ''pierde'' 131 que en su momento tuvieron, como todas las del resto de su cuerpecillo, usos y costumbres. El hecho de que a los ojos de la ciencia este gusano de la familia de los nematópodos se volviera transparente en cuanto a su genoma (las 959 células mencionadas), permitió al trío establecer la coherencia del proceso llamado apoptosis, conocido en forma común como ''muerte celular programada''.
Palabras más, gusanos menos, asentar ese procedimiento acerca a la medicina contemporánea a la comprensión del cáncer y de otras enfermedades degenerativas. Si determinadas células no estuvieran marcadas desde su nacimiento para morir antes que el individuo que conforman, se multiplicarían a su libre arbitrio y más temprano que tarde acabarían literalmente matándolo. La cercanía entre el nematópodo y los seres humanos se da en cuanto a la función que cumple la genética para establecer patrones de crecimiento y defunción celular. Mientras el animalejo administra 959 de los mencionados elementos anatómicos, en el cuerpo de una persona hay 100 billones de células y cada segundo se generan varios millones más. En cuanto una de las informaciones de "regulación poblacional" no es obedecida, se genera un tumor, esto es, el organismo recibe un ataque por parte de sí mismo que en numerosas ocasiones lo lleva a la muerte.
Lo opuesto a esa anarquía es justamente lo que establecieron los ahora premios Nobel: de la misma forma en que en un renacuajo desaparece la cola de su vida anfibia para convertirse en rana, así los seres humanos crecen gracias a la robusta pero no infalible maquinaria genética. El embrión, en el seno materno, se favorece de la apoptosis, en su ejemplo más sencillo, para que las formaciones similares a aletas en que rematan los brazos se conviertan en manos. La muerte celular programada quita, en el mejor de los casos a tiempo, todas aquellas células que han cumplido su función.
Sydney Brenner (1927) nació en Sudáfrica, si bien tiene la nacionalidad británica. Brenner es el precursor en convertir el útil y pequeñajo Caenorhabditis elegans en un gusano modelo al asociar el análisis genético a la división celular, la maduración de estos elementos y el desarrollo de los órganos.
Por su parte, John Sulston (1942), británico de nacimiento, estableció un ''árbol genealógico'' celular que permite seguir la división y maduración de cada una de las piezas del tejido del elegante Caenorhabditis. En sus investigaciones consiguió demostrar que ciertas células "sufren" una muerte programada que pertenece al curso normal de su desarrollo, y constató la primera mutación de un gen en el proceso.
El estadunidenese Robert Horvitz (1947), descubrió y caracterizó los genes claves que rigen la muerte celular del gusano de marras y estableció la existencia de genes análogos en el ser humano.
Los avances actuales se hacen sólo en conjunto. Tan sólo en el caso de los nuevos hallazgos, el Instituto Max Planck de Biología del Desarrollo, en Tubinga (Alemania), considera que "la 'comunidad del gusano' cuenta ya con muchos más científicos que células tiene aquél, ya que en el mundo trabajan sobre el nematópodo unos mil 500 especialistas".
Como cada año, el Premio Nobel consta de 10 millones de coronas suecas y será entregado en Estocolmo el 10 de diciembre, aniversario de la muerte de Alfred Nobel. Quizá la frase más feliz en torno a este Nobel de Medicina y Fisiología la dijo John Sulston. Ante la inquietud de si con tales alcances no se estarían acabando los "misterios de la vida", Sulston dijo: "Hay muchos arcoiris dentro del arcoiris; hay secretos mayores que éste".
Sydney Brenner y John E. Sulston, de Gran Bretaña, y el estadunidense Robert Horvitz, ganadores del Nobel de Medicina y Fisiología 2002 FOTOS AFP