José Steinsleger
Alejandría y las medicinas del alma
En víspera de una de las guerras más irracionales del mundo contemporáneo, la inauguración de la nueva y colosal Biblioteca de Alejandría (la más grande del mundo después de la del Congreso estadunidense) representa una promesa y un desafío no menos colosal para la humanidad que, con urgencia, demanda la dignificación de sí misma.
La construcción de la obra llevó un cuarto de siglo de trabajos. La primera piedra se colocó el 26 de junio de 1988 y representó una inversión superior a 230 millones de dólares. Apenas cero punto cero, cero, cinco (0.005) de los 400 mil millones de dólares que el gobierno de George W. Bush ha previsto para el presupuesto de ''Defensa", la guerra contra el mundo y contra Irak en especial.
Una región del mundo de la que gracias a los conocimientos sistematizados por los sabios y científicos que trabajaron en Alejandría, sabemos que allí nació la civilización babilónica y sumeria, inventoras de casi todo antes de morir: la escritura, la rueda y las construcciones de ladrillo; las matemáticas, la agricultura, la astronomía y el primer código de leyes; los cantos de Gilgamesh (primer poema conocido), las leyendas del paraíso, el patriarca Abraham, las leyendas del Paraíso, Adán y Eva, el Arca de Noé, el Diluvio Universal y la historia del niño salvado milagrosamente de las aguas, Moisés.
En la antigua Biblioteca de Alejandría, que con altibajos abrió sus puertas durante más de ocho siglos, supimos que mil años antes de que un poeta ciego llamado Homero le diera forma a Grecia, cuna de la civilización occidental, los fenicios se encargaban de transportar por agua los conocimientos técnicos y científicos que de ida y de vuelta, de vuelta y de ida, modelaron al mundo tal cual es.
Portadores del saber acumulado en Persia, la India y Mesopotamia (actual estado de Irak), los fenicios fueron los primeros en acumular los testimonios de cientos de culturas y rollos de papiro que hacia el 215 aC, durante la dinastía de los Ptolomeos, fueron sistematizados en el mayor centro intelectual del Mediterráneo.
La Biblioteca de Alejandría, ciudad fundada por Alejandro el Grande en el delta del Nilo (313 aC), incluía un museo de arte, de botánica y de zoología, y llegó a sumar cerca de un millón de volúmenes. En su departamento de traducciones se vertieron al griego las obras más importantes de Oriente. La catalogación de los textos, llamados ''medicinas del alma", se realizaron con criterios que, en muchos casos, seguirían vigentes hasta el siglo XX. Las instalaciones contaban con un bello palacio, amplios espacios, galerías, grandes salas de conferencias y un refectorio para la comunidad.
La institución estaba presidida por un sacerdote y reunía a científicos y filólogos becados por los Ptolomeos, que dedicaban todo su tiempo al estudio sin la obligación de tener alumnos. Eratóstenes desarrolló aquí una teoría que permitió medir por primera vez el perímetro de la Tierra, y el matemático Euclides sentó las bases de la geometría y la aritmética, la proyección de un mapa terrestre con paralelos y meridianos y el procedimiento para determinar los números primos.
Alejandría aventajó como centro cultural a la misma Atenas. La luz del Coloso, una de las siete maravillas del mundo situado en la isla de Faro, guiaba a las naves que desde el mar avizoraban la ciudad que fue punto de confluencia e irradiación de diversas culturas: la antigua civilización faraónica, las creaciones del pensamiento griego y las especulaciones místicas de los judíos.
En el año 48 aC, con motivo de una sublevación popular conducida por los guerreros de Cleopatra contra el imperio romano, ardió la biblioteca, que estaba próxima al muelle. Según Séneca, se quemaron cerca de 400 mil volúmenes. Para consolar a Cleopatra, Marco Antonio le regaló la Biblioteca de Pérgamo, cuyos libros estaban escritos por primera vez en ''pergamino", material más resistente que el ''papiro" y Augusto la indemnizó con 200 mil volúmenes de la biblioteca del Capitolio romano.
En el segundo milenio, los cruzados se encargaron de contar la historia acerca de cómo acabó la Biblioteca de Alejandría, en el año 640 de nuestra era. Aseguran que Omar, sucesor de Mahoma y conquistador de la ciudad dijo: ''Si el contenido de estos libros difiere del Corán, estos libros son falsos; si coincide, son superfluos". En pocos días, el fuego de los baños de Alejandría consumió lo que restaba del patrimonio bibliográfico.
El último científico que trabajó en la biblioteca fue una mujer: Hipatia.
Matemática, astrónoma, física y directora de la escuela neoplatónica de filosofía, Hipatia era odiada por el patriarca Cirilo, arzobispo de Alejandría, quien la despreciaba porque era mujer y símbolo de cultura y de ciencia que la Iglesia cristiana identificaba con el paganismo. En 415, Hipatia cayó en manos de una turba de feligreses de Cirilo. La bajaron del carruaje en el que se transportaba, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas, la desollaron. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas y su nombre olvidado. Cirilo fue proclamado santo.
Cuentan que en el transcurso de la primera destrucción, Teodoto, tutor del faraón, se dirigió a Julio César que estaba en una de las naves que arrojaba bolas de fuego sobre la ciudad y dijo: ''šCésar, está ardiendo la memoria de la humanidad!". El precursor de Hitler y Bush le respondió: ''Déjala que arda. Es una memoria de infamias".