Octavio Rodríguez Araujo
Movimientos sociales y partidos
Las próximas elecciones en Argentina, que según parece se llevarán a cabo en marzo del año entrante, podrían llevar a la Presidencia del país a un candidato de continuidad. No se perfila ningún partido de izquierda que pudiera desviar el rumbo de las políticas seguidas por Menem, De la Rúa y Duhalde. Los movimientos sociales que triunfaron en diciembre del año pasado, además de heterogéneos, tienden a suscribir tesis maximalistas y anarquizantes como la que se resume en la frase "que se vayan todos" (políticos y grandes empresarios). Si estos movimientos persisten en estas posiciones, por legítimas que puedan ser, llamarán a la abstención electoral -si son consistentes con lo que plantean. Y si llaman a la abstención, en lugar de fortalecer una candidatura y un partido o grupo de partidos menos opuestos a ellos, le dejarán el campo libre a las organizaciones partidarias de derecha o centro-derecha (que en Argentina, como en casi todos lados, son básicamente lo mismo).
La abstención favorece a los partidos más fuertes y mejor organizados, normalmente asociados al poder. Las leyes electorales (con algunas excepciones, como en Serbia) están escritas para que esto sea posible: gana el que obtenga el mayor porcentaje de votos, independientemente del número de ciudadanos o, en sistema de dos vueltas, el que en la segunda obtenga la mayoría, también independientemente del número de personas en edad de votar.
En México, en las elecciones presidenciales de 1976, López Portillo, candidato del Partido Revolucionario Institucional, pudo haber ganado sólo con su voto, pues era candidato único. En un sistema de dos vueltas, tanto en la primera ronda como en la segunda, lo que cuenta, en general, es el porcentaje de votos de cada candidato-partido en relación con la votación total, no en relación con el total de ciudadanos. Si la abstención es mayoritaria, no importa. Un candidato puede ganar con 10 por ciento del padrón electoral, o incluso con menos. Este dato no puede pasarse por alto, pues aunque un candidato triunfe con poca o ninguna legitimidad, será legal y gobernará a pesar de los abstencionistas.
Si acaso es verdad que el pueblo argentino que rechaza la política y a los políticos es mayoritario, al no votar hará que el próximo gobernante tenga muy poca legitimidad, sí, pero no evitará que llegue a la Casa Rosada con o sin el apoyo de las fuerzas policiacas o militares. El poder es el poder, y si no se ejerce no es poder. Pero si ese pueblo, que se asume como mayoritario, se organiza, apoya a un candidato y a un partido o una coalición de partidos, ganará el gobierno sin necesidad de abandonar sus posiciones. El Movimiento de los Sin Tierra de Brasil hizo más o menos lo mismo (no hay originalidad en lo que estoy diciendo): entendió que se trata de dos lógicas distintas, la del MST y la del PT y sus aliados partidarios. Unos en las elecciones, otros en la cuestión agraria.
No es cierto que sean iguales unos partidos que otros, los de izquierda que los de derecha, a pesar de que ambos tengan limitaciones en el marco del sistema dominante. Danielle Mitterrand me decía en alguna ocasión que su marido quiso hacer cambios importantes en Francia pero que no pudo con el sistema, éste no lo dejó. Pero no lo dejó porque las alianzas del presidente francés, sobre todo en su segundo periodo de gobierno, no fueron con la izquierda, ni siquiera con la de su propio partido. Un partido de izquierda en el gobierno tiene que minar, sustentado en el pueblo, el sistema dominante -en general compuesto por los grupos empresariales y políticos más fuertes. Si no lo hace será rehén de éstos y, aunque sea de izquierda o así se denomine, gobernará igual que si fuera de derecha o de centro-derecha -como ya ha ocurrido tanto en América Latina como en Europa.
Si triunfa Lula, como pienso que ocurrirá, y luego gana un candidato de centro-izquierda y nacionalista en Argentina, estaríamos hablando de otra cosa, en principio de la ampliación del eje Cuba, Venezuela, Brasil y luego Argentina y posiblemente Uruguay. Estos países podrían oponerse al proyecto estadunidense conocido como ALCA y llevar a cabo políticas de desarrollo nacional, que obviamente no serán socialistas (ni, por lo tanto, anticapitalistas), pero sí un freno a los intereses expansionistas de Estados Unidos y a las políticas neoliberales que tan terribles resultados han dado en todo el mundo. Lo demás vendría después, al menos si el pueblo argentino mantiene su espíritu de lucha e innovación que ha demostrado hasta ahora.