MANUEL ALVAREZ BRAVO, 1902-2002
Será recordado como el
ojo más privilegiado que dio México en el siglo XX
Falleció el poeta de la imagen
Causas naturales, motivo del deceso: médicos
Homenaje de cuerpo presente en Bellas Artes
ARTURO JIMENEZ, MONICA MATEOS Y ERICKA MONTAÑO
GARFIAS
Perseguidor de "instantes de revelación" y maestro
de la luz y la sombra, el fotógrafo mexicano Manuel Alvarez Bravo
falleció ayer a las 6:50 horas en su casa de Coyoacán ''por
causas naturales''. Tenía 100 años.
Luego
de haber ingresado el pasado miércoles 9 al hospital del Instituto
Nacional de Enfermadades Respiratorias por presencia de líquido
en los pulmones, Alvarez Bravo se recuperó rápidamente ante
la sorpresa de los médicos y, cinco días después,
el lunes 14, fue dado de alta.
Según médicos, el maestro de fotógrafos
pudo haber salido por propio pie, pero por los dictados del reglamento
lo hizo en silla de ruedas. Desde su lecho, ya recuperado y contento, Alvarez
Bravo bromeaba con los doctores y les decía que ya quería
salir y tomarles una fotografía.
Según informes, los primeros días de su
internamiento el artista estuvo inconsciente, con fiebre y delirando, pero
nunca tuvo que ser trasladado al área de terapia intensiva.
Sus malestares se debían a una pequeña infección
causada por líquido en los pulmones. Sin embargo, Alvarez Bravo
se recuperó y hace una semana regresó a su casa.
Pese a ello, ayer sábado, casi a las siete de la
mañana, el gran fotógrafo mexicano dejó de existir
por muerte natural, según informaron voceros del Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes y del Instituto Nacional de Bellas Artes, así
como familiares, entre ellos su hijo, Manuel Alvarez Bravo Martínez.
A las seis de la tarde se realizó una ceremonia
de cuerpo presente en el lobby del Palacio de Bellas Artes. En un
principio se colocó una de las fotografías emblemáticas
de Alvarez Bravo: La buena fama dormida, pero minutos después
las autoridades del recinto decidieron retirarla y montar Corona de
espinas para acompañar al féretro.
Tanto el director del INBA, Saúl Juárez,
como la gerente del Palacio de Bellas Artes, Silvia Carreño, justificaron
la decisión al señalar que Corona de espinas era "más
conveniente".
Al Palacio de Bellas Artes, además de la viuda
e hijos del fotógrafo, llegaron creadores e intelectuales, como
Héctor García, Carlos Monsiváis, Yolanda Andrade y
Pablo Ortiz Monasterio, así como funcionarios de las distintas dependencias
y museos del INBA, y el titular de la Secretaría de Cultura de la
ciudad de México, Enrique Semo, quienes hicieron guardias a los
costados del ataúd en distintos momentos. Sin embargo, fue notable
la ausencia de personalidades del mundo artístico e intelectual.
Los restos de Manuel Alvarez Bravo fueron trasladados
a la funeraria Gayosso de Félix Cuevas donde permanecerán
hasta el lunes, día en el que serán cremados y llevados al
Panteón Americano.
Hasta los últimos días de su vida
quiso ejercer el arte que lo distinguió: la fotografía
CESAR GÜEMES Y MONICA MATEOS-VEGA
Apenas el jueves pasado, cuando salió del hospital
de enfermedades respiratorias, Manuel Alvarez Bravo quiso despedirse de
los médicos que lo habían atendido. Lo acompañaron
a la salida. El fotógrafo dejaba la institución de salud.
Como siempre, buscó dejar el registro de ese momento en una imagen.
Solicitó una cámara, la que fuera. No la hubo. Ninguno de
los neumólogos tenían una a mano. Quiso dejar, pues, la imagen
de un hombre erguido, la de un fotógrafo de poco más de cien
años que regresaba a casa, con los suyos, a descansar. Menos de
48 horas después lo haría para siempre, pero quede la anécdota
como constancia de un hombre que hasta los últimos días de
su vida quiso registrar su mirada.
Manuel Alvarez Bravo nació el 4 de febrero de 1902
en la ciudad de México, en una vecindad ubicada justo detrás
de la Catedral Metropolitana. Perseguir imágenes se convirtió
en su vocación y delirio luego de que siendo un niño atento
e impaciente asistió por primera vez a una proyección de
cine en una sala improvisada. Para él esto fue un detonador.
De
joven intentó, sin mucha inspiración, dedicarse a la homeopatía
y la contaduría; también fue empleado de una fábrica
de hilados y "meritorio gratificado", como eran llamados los mensajeros
y ayudantes en la época de Venustiano Carranza.
Quiso ser agrónomo, pero los conflictos revolucionarios
del México que le tocó vivir se lo impidieron. Su inquietud
por los secretos de la belleza de las formas y los claroscuros lo llevaron
a la Academia de San Carlos, donde trató, también en vano,
de estudiar dibujo y pintura. Le parecía demasiado lento el proceso
de captar la realidad con el carboncillo y los óleos.
''La lentitud de la copia de una naturaleza muerta me
hizo sentir la urgencia de encontrar algo que fuera más rápido,
pero pasó tiempo antes de que intentara yo la fotografía'',
recordaba el artista.
En su infancia ya había presenciado cómo
se efectuaban los revelados de placas fotográficas en casa de un
aficionado que vivía en la vecindad, aunque su primera influencia
importante en el universo de las imágenes la tuvo en 1923 cuando
conoció al fotógrafo alemán Hugo Brehme, quien lo
motivó para comprar su primera cámara.
En 1925 obtuvo su primer premio en un concurso local en
Oaxaca. Iniciaba, pues, la historia de uno de los grandes fotógrafos
de México y del mundo. En el mismo año, contrajo matrimonio
con Lola Martínez de Anda, quien años más tarde asumió
la misma profesión.
En 1927 Manuel conoció a Tina Modotti, quien entusiasmada
con el trabajo de él envió las imágenes a Edward Weston
para una exposición que preparaba. Las fotos llegaron tarde, pero
Weston respondió felicitando al autor por el trabajo.
Al irse de México la célebre artista, el
todavía joven Alvarez Bravo tomó su puesto como fotógrafo
de murales. Por entonces, su trabajo empezó a difundirse en la revista
Mexican
Folkways, dedicada justamente a mover la propuesta del muralismo.
En el silencio que, como dice Sabines, se hace la luz
dentro del ojo, Alvarez Bravo realizó su cometido visual: plasmar
la cultura e identidad mexicanas, con una visión que va más
allá de una simple documentación, adentrándose con
gran imaginación en la vida urbana y la de los pueblos, los campos,
la religión, el paisaje y las tradiciones.
Lo mismo dio cuenta del trabajo de Diego Rivera y José
Clemente Orozco, que fue el fotógrafo de la cinta Que viva México,
de Sergei Eisenstein.
Sobre el periodo escribe John Mraz en su artículo
titulado ''Ironizar a México'', difundido por el magazine
de zonezero.com: "Cuando Álvarez Bravo empezó a fotografiar
la efervescencia cultural de la pos Revolución había desencadenado
una búsqueda de identidad nacional, y la ardiente cuestión
para los fotógrafos fue qué hacer con el exotismo intrínsico
del país. Influido quizá por su relación con Weston
y Modotti, Alvarez Bravo fue el primer fotógrafo mexicano en adoptar
una postura militante de antipintoresquismo. Recibió reconocimiento
internacional por su obra que llegó a la cumbre de su creatividad
entre los años veinte y cincuenta, periodo en el cual desarrolló
una compleja manera de representar a su país".
Fue en los cuarenta cuando según los críticos
se consolida la madurez artística de Alvarez Bravo, mediante recursos
tales como la yuxtaposición, el aislamiento de detalles y el ordenamiento
con rigor geométrico. Ello dio como resultado el manejo simultáneo
de lo familiar y lo inesperado, generando una ambigüedad que invita
al espectador a ver con nuevos ojos las cosas cotidianas y a construir
su propio significado.
Sin buscarlo, Alvarez Bravo se vio recompensado cuando
en 1971 el Museo de Arte Moderno de Nueva York lo lanzó definitivamente
al reconocimiento mundial del cual se harían eco recintos como el
George Eastman House o el Pasadena Art Museum. Para 1975, México
le concedió el Premio Nacional de Arte, apenas un año después
de que el fotógrafo obtuviera el Sourasky Art Price.
También recibiría después la condecoración
oficial de la Ordre des Arts et Lettres (Francia, 1981), el Premio
Víctor Hasselblad (Suecia, 1984) y el Master of Photography
del ICP (Nueva York, 1987).
Museo de calidad mundial
En
1980, Emilio Azcárraga Milmo -entonces presidente del consejo directivo
de la Fundación Cultural Televisa- y el productor y coleccionista
de arte Jacques Gelman se propusieron crear un museo de fotografía
para México. Gelman sugirió que fuera Alvarez Bravo el encargado
de formar la colección base para el proyecto. Así, la Fundación
Cultural Televisa apoyó el viaje de Don Manuel por Estados Unidos
y Europa, con la finalidad de que visitara galerías, museos, coleccionistas
y autores, y adquirir, gracias a los cheques en dólares que llevaba,
las obras que a su consideración resultaran relevantes para incorporarlas
a un Museo de Fotografía Mexicano.
Este trabajo, sueño ideal de cualquier apasionado
de la fotografía, brindó a Manuel Álvarez Bravo la
posibilidad de desarrollar su pasión, de conocer más fotógrafos,
de contemplar con sus propios ojos la obra de los grandes artistas de la
historia de la fotografía y, lo más valioso, adquirirla para
traerla a México y hacer una colección de calidad internacional.
Luego de la serie de viajes, consultas e indagaciones
-a veces detectivescamente-, llegaron a México imágenes logradas
por personajes fundamentales en la historia de la fotografía. Obras
originales de todo tipo de artistas realizadas a lo largo de 140 años.
Por ejemplo, adquirió obra de los pioneros William
Henry Fox Talbot, Hippolyte Bayard y Sabatier-Blot -asistente del gran
Louis-Jacques-Mandé Daguerre-; correspondencia de Nicéphore
Niépce con Daguerre; originales de Julia Margarethe Cameron; daguerrotipos
anónimos de los cincuenta; estereoscópicas de los sesenta;
calotipos, ambrotipos, albúminas y demás piezas de mediados
del siglo XIX.
Sin embargo, Manuel decidió, en 1986, dedicarse
al desarrollo de su trabajo artístico y se retiró del proyecto,
que quedó inconcluso.