Ovación en el Teatro de la Ciudad para
los bailarines que dirige Alicia Alonso
Sincronía y prodigio en la versión de
Giselle con la Compañía de Cuba
La danza de las Wilis fue el momento cumbre de la noche
en ese escenario
El grupo dará tres funciones más en el
DF y viajará a Guadalajara y Monterrey
ANGEL VARGAS
En Cuba se dice que ''mientras se bailen Giselle y
el Lago (de los cisnes), de alguna manera, todos nosotros
estaremos a salvo". Esa convicción, debida al crítico isleño
Juan Orlando Pérez, fue refrendada la noche del jueves en la ciudad
de México por el Ballet Nacional de aquel país con su versión
de Giselle, uno de los clásicos de la danza universal.
El
Teatro de la Ciudad se llenó de ovaciones ante el virtuoso trabajo
individual y de conjunto logrado por los integrantes del ''Bolshoi isleño"
durante las dos horas de función, primera de las cuatro programadas
en ese recinto y que concluirán este domingo; después, la
gira proseguirá por Guadalajara y Monterrey.
Fue una interpretación que mucho tuvo de onírico
y de cuento de hadas, elementos esenciales del ballet clásico; la
sincronía y el prodigio de las ejecuciones de los bailarines, desde
los solistas hasta el cuerpo de baile, permitieron recordar que por encima
de los problemas y vicisitudes cotidianos existen valores supremos, como
la honestidad, el arte y el amor. Ante ello estamos salvados, como señala
el especialista cubano.
Firmeza de puntas
La versión de Giselle realizada por la fundadora
y directora del Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso, que tiene como
base la coreografía original de Jean Coralli y Jules Perrot, fusiona
con maestría elementos dramatúrgicos del romanticismo decimonónico
con las características propias del ballet contemporáneo.
Así, la legendaria bailarina y coreógrafa
isleña construye un puente artístico entre dos épocas:
la romántica, en la que la dramaturgia enaltece la figura del amor
por encima de todo, y la contemporánea, donde el ballet se caracteriza
por la destreza técnica y las altas capacidades físicas y
atléticas de los bailarines.
El momento cumbre de la noche ocurrió en el segundo
acto, cuando las integrantes del cuerpo de baile de la compañía
cubana escenificaron la danza de las Wilis, que según una leyenda
germánica son las novias fallecidas antes de contraer nupcias y
que abandonan sus sepulcros a la medianoche en busca de hombres para hacerlos
bailar hasta morir.
Vestidas de blanco, las bailarinas se transformaron en
entes incorpóreos, una especie de humo níveo tatuado de sensualidad.
Lograron tal homogeneidad, sincronía y delicadeza en sus ejecuciones,
que parecía como si fueran a hacerse añicos sobre el escenario,
o como si un tenue ruido intentara romper su encanto.
Igual de delicada y etérea fue la personificación
de Giselle a cargo de Viengsay Valdés, quien durante toda
la obra pareció flotar por el aire y balancearse en el tiempo. Sus
saltos hacia atrás, sus vertiginosos giros, la firmeza de sus puntas
provocaron más de una vez el delirio del público.
Su capacidad histriónica hace más creíble
la historia de un amor que trasciende la muerte, no obstante la angustia,
el desencanto y la locura.