Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 28 de noviembre de 2002
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Política

Octavio Rodríguez Araujo

Perspectivas partidarias

ƑQué elementos principales le han dado el triunfo a Chávez en Venezuela, a Lula en Brasil y a Gutiérrez en Ecuador? Sus posiciones más o menos nacionalistas y desarrollistas tanto en lo político como en lo económico. Ha habido, desde luego, otros elementos, pero para los fines de este artículo serían secundarios. En México podría esperarse que ocurra algo semejante. Ya hemos leído en la prensa nacional algunas declaraciones de empresarios, tanto pequeños y medianos (los más) como grandes (los menos), en el sentido de que la economía debe crecer también hacia dentro, brindar más empleos, aumentar salarios, crear, en suma, más consumidores de los productos nacionales y, por lo mismo, fortalecer la economía interna. Estas declaraciones se parecen al viejo desarrollismo, es decir, a la teoría que proponía el desarrollo nacional como condición para competir en mejores condiciones en el mercado internacional. En ese esquema Italia fue un buen ejemplo: pasó de ser un país casi del tercer mundo a potencia industrial que hoy ocupa un lugar en el Grupo de los Siete, por encima de Gran Bretaña, gracias a las políticas desnacionalizadoras y de empobrecimiento acelerado que llevó a cabo la señora Thatcher en este último país.

Tales declaraciones de empresarios mexicanos, más los movimientos sociales (tibios en comparación con los de otros países, pero movimientos al fin), hacen pensar que las políticas de Vicente Fox, semejantes a las de sus antecesores, también neoliberales pero supuestamente priístas, no son del agrado de quienes producen la riqueza en el país, unos con sus inversiones (los empresarios) y otros con su trabajo (los asalariados).

Si a lo anterior se suma el fracaso de gobernantes estatales y municipales llevados al poder por el Partido Acción Nacional, más la corrupción de no pocos presidentes municipales de este mismo origen, quedan dos partidos como alternativa electoral para los inconformes: el Revolucionario Institucional (PRI) y el de la Revolución Democrática (PRD).

El PRI aspira a convencer de que con él se regresaría, de alguna manera, al pasado del desarrollismo nacionalista, al antiguo crecimiento del 6 por ciento anual sostenido por varios lustros, al gasto social creciente, etcétera, como si no hubiera existido también el aval partidista a las políticas neoliberales, principalmente de Salinas y Zedillo, o a las políticas subordinadas al FMI desde el gobierno de López Portillo; como si no hubiera existido también una política autoritaria y represiva de toda la vida posrevolucionaria; como si la corrupción y el clientelismo no hubieran sido moneda corriente desde la presidencia de Obregón hasta Fox. El PRI en realidad aspira a convertir la alternancia partidista en una ventaja a su favor, como quizá veremos en Nuevo León, en Jalisco y en otros estados, gracias a los errores, en primer lugar, del habitante de Los Pinos, pero también de los gobernantes panistas locales. El PRI, en fin, quiere convencer de que es otro partido, autónomo (por fuerza) del titular del Poder Ejecutivo federal, pero soslaya que los priístas son los mismos y que quienes lograron la dirección del instituto político no son precisamente los menos corruptos.

El PRD, por otro lado, sigue siendo un partido en busca de sí mismo, de su autodefinición y de su unidad orgánica, aunque no puede desconocerse que es el único partido competitivo electoralmente que ha defendido posiciones que ahora están teniendo éxito en Brasil, Venezuela y Ecuador, aunque anteriormente fueran consideradas nostalgias del pasado.

El mapa político de América Latina está cambiando, y el PRD, si logra estructurarse, puede convertirse en la alternativa electoral posible a la altura de esos cambios, y que conste que, además de no militar en ningún partido, he criticado por décadas el posibilismo. Dicho sea de paso, quienes plantean la abstención, sea por descalificación fácil de los partidos existentes, sea porque suscriben la demagógica tesis de la política-antipolítica (demagógica porque también hacen política), a lo que están llamando, quizá sin percatarse de ello, es a favorecer al partido con más recursos para que siga gobernando o al mantenimiento del statu quo sin posibilidades de reformas progresistas incluso en la lógica del sistema (que ya sería algo). Y cuando digo reformas progresistas en la lógica del sistema (es decir, en el capitalismo) estoy pensando en un rotundo no al ALCA, al Plan Puebla-Panamá, a la continuidad del TLCAN sin ajustes por ejemplo en la cuestión agraria, a la privatización de la electricidad y del petróleo, a la disminución del gasto social, a los topes salariares por debajo de la inflación, a la desinversión en el ámbito de las pequeñas y medianas empresas, etcétera.

No se trata, obvio, de reformas sustanciales, ni mucho menos que puedan ser calificadas de revolucionarias, pero sin duda muchos millones de mexicanos preferirían, por ahora, tener empleo y un mejor salario que visualizar la tierra prometida para cuando ya estén muertos.

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