Crónica Sero
Joaquín Hurtado
Para Amaranta
Es posible, casi seguro, que no me recuerdes, que no aparezca mi rostro en tu álbum de amigos o conocidos, porque ni yo mismo tengo presente si fue en Acapulco o México que nos presentaron, mas esto por lo pronto no importa. Es posible que en estos momentos de dolor y adversidad sólo quieras estar al lado de los más cercanos, y que estas palabras salgan sobrando. Es posible. Créeme que también es posible que con el paso de los días el espíritu se te irá sosegando y menguará el sabor acre de estas horribles horas. Los que te conocemos y admiramos deseamos que así sea.
Con el paso de los meses y los veranos y las nubes y las puestas de sol he ido comprobando que uno es capaz de soportar la mayor de las desgracias. Quizá porque no nos quede de otra. Quizá porque uno se acostumbre. Quizá porque se active algún mecanismo de interna protección del cual nunca advertimos su existencia. Es posible, pero quién sabe. Cuando hace muchos años me dijeron, como quien vierte plomo fundido en la carne viva: "usted tiene el virus, más vale que tenga en orden su funeral", recuerdo que clarito vi que de las paredes brotaron aulladores y voraces espectros que me hicieron imposible respirar, hablar, pensar, soñar, llorar. ¡Qué desdicha es no poder llorar! Sólo fui capaz de sentir un inconmensurable miedo. Un terror que se alimentaba de puro terror, que me ahorcaba como víbora dientes de espanto que se mordía la cola pintada de pavor.
Pero como te decía, aquéllo pasó, se diluyó como nube empujada por los vientos de los nuevos días. Porque algo hay de verdad en ese lugar común que tantas veces escuchamos y languidece en nuestras bocas casi vacío de contenido: la vida sigue. Con sus pesares y triunfos, desafíos y batallas, amores y desamores, placeres y tristezas, la vida sigue.
Porque la vida es neutral, como quizá lo sea Dios, el universo, el misterio de habitarnos. Muy pronto uno se va dando cuenta que esas pequeñas cosas que nos componen adquieren el valor que justamente les corresponde, con pena descubrimos que es casi nada. Porque la vida siempre está en otra parte.
Sí, vivo con el virus del sida. Quizá también deba decir que me muero a causa de ese virus. Quién sabe. A esta distancia de mi vida cada vez estoy menos seguro cómo es la cosa. Pero no importa. Cómo dice el verso del poeta Pessoa: navegar es preciso, vivir no. Y de allí no me mueven.