Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 9 de diciembre de 2002
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Cultura

Hermann Bellinghausen

Lo cerca y lo lejos

Por esas calles se escuchaban todos los idiomas que conoce, y algunos que no. Los ruidos de motores y objetos se superponían mecánicamente a músicas contradictorias, estáticas, radiales. Transeúntes escasos al doblar en la calle Escuadra; huidizos. Buscó el número correcto. Sobre el zaguán, una placa oxidada anunciaba: "Asegurado de incendios." Robledo pensó que acaso lo seguro eran los incendios, y no le pareció raro. Tocó el timbre. La puerta estaba abierta. El timbre no sonó.

El interior producía un efecto industrial: muros pringosos, en el suelo virutas ennegrecidas, y en las esquinas una amalgama de polvo, orines y petróleo. Algunas máquinas paralizadas por el tiempo en la galería y el cubo de luz. Nadie.

Segundo piso, a mano izquierda, hasta el fondo. Las indicaciones del papelito amarillo parecían suficientes, pero no lo eran. Encontró la escalera de hierro sólida y silenciosa. Pero la duela floja del pasillo delataría una mosca. Antes de verlo, escuchó un ratón en sentido contrario al suyo. El roedor se detuvo, giró en redondo y huyó intoxicado de pánico.

Robledo penetró la penumbra con la apagada sensación del que no sabe si esperar algo. Al final del corredor, tres puertas idénticas. Sus nudillos golpearon la de enmedio, al azar. Había timbre, pero desconfiaba. No obtuvo respuesta. Insistió. Absurdamente, pues nada obligaba que esa fuera la correcta. Más fuerte. Tres veces. La puerta izquierda sonó a cerrojo y abrió. Bastante luz. Una voz de mujer tras la hoja entornada:

-Es aquí, adelante.

Titubeó (él es así), y entró. Nadie, nuevamente. Cerró tras él. El pestillo resonó lo que pareció un largo tiempo. Un corredor iluminado, igualmente largo. En uno de sus muros, una reproducción tamaño real de la "Maja desnuda" de Goya. Con lo desvergonzadas que le han parecido siempre esas mejillas encarnadas no por pudor sino por el deseo. La luz del pasillo pegaba, como la del cuadro mismo, sobre el plexo solar de la mujer levitante, e irradiaba a sus pechos y la cintura abruptamente estrecha. Es de esos cuadros que son ellos fuente de luz, y no sólo producto de la luz que los baña para hacerlos visibles.

Se echó atrás para mejorar su visión, y topó la espalda con una puerta entrecerrada que cedía. Voyeur. Giró en redondo y se preguntó dónde estoy con cierta urgencia. Una ventana abierta dejaba entrar el viento del invierno casi con violencia. Un cuarto, desnudo también. La cortinas ondeaban y sobre una solitaria mesa de madera maciza revoloteaba un montón de papeles amarillos, prisionero de un trozo de asteroide a manera de pisapapeles. ƑO simple escoria volcánica? Al lado, una estatua untada de pátina y herrumbre. De tamaño natural, como todo últimamente. Aunque representaba una figura erguida, le recordó la "Malgré tout" del manco Contreras. Los rostros se parecía, pero siempre ocurre así con el arte académico. El ideal de belleza es uno, "clásico", y punto. Como pasa hoy en las revistas de modas, y observación no aplicable a la Maja, que tanto se parece a sí misma.

Globito: Como Janicia. Vino a su memoria el día que la conoció, en sentido bíblico (que a la larga es el único que importa), en el vestíbulo de un hotel feo en Nueva York. Otros tiempos. Una limusina los esperaba en el portal, eran ricos, extravagantes, insoportablemente libres.

La situación presente no guardaba ningún parecido. Ni Norteamérica, ni hotelazo, ni dinero. Estaba solo (salvo la voz, que no lograba ver). Ninguna limusina. Ni siquiera taxi. Apenas y calle. Como a todas partes últimamente, había llegado a pie.

ƑPor qué la Maja y no una tela más normal? O ninguna. Y segundo: Ƒa qué venía esa escultura fría, y después de un minuto tediosa? ƑPor qué, si tanta era la luz, no veía nada? Por no seguir nomás parado, caminó a la ventana y miró a la calle.

-Hola, buenas -se animó a decir un par de veces.

-ƑSofía? ƑChata? -llamó. Y agregó: ƑGerardo?

Nada. Insistió con otros nombres: Ignacio, Consuelo, Casilda, Indalecio, Juan, Sobrino, María de la Luz. Silencio sobre silencio. Viento.

Es desconfiado. Alguien estaba por ahí. Tal vez todos. La voz que abrió la puerta, Ƒno era la de doña Eurritmia (como apodaban todos a Casilda, por joder)? Carajo, pensó Robledo. Y repitió en voz alta:

-Carajo.

Sospechó ser él quien no estaba allí. En el mejor de los casos, venía en camino. Lo esperaban, a ver a qué horas. En apremio, reaccionó:

-A ver a qué horas.

Lo sobresaltó el sonido impaciente de su voz. "Ya voy, ya voy", dijo en tono infinitamente menor. El viento insistía con furia fría. Robledo se tranquilizó. No repitió "ya voy" pero lo pensó, que su forma de hablar con la ausencia.

En aquella ciudad lejana, sintió cercanía. Si eso es comprender, comprendió y no se detuvo. Total y qué. Ya iba.

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